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El (presunto) espionaje de Estado y las humildes personas

El Gobierno descarta querer elecciones y Cs avisa que hay pacto con Podemos

Ruth Toledano

Se queja Josep Borrell, ministro en funciones de Asuntos Exteriores, de que el independentismo catalán ha organizado una campaña de desprestigio contra su persona ante las instituciones europeas. “Contra mi humilde persona”, ha dicho, literalmente, en su intervención de cierre de las jornadas de la Escuela de Verano socialista. La verdad es que, echando la vista atrás, puede decirse que a su desprestigio en Catalunya y en Europa el propio Borrell ha aportado bastante gasolina. Pero el colmo es que su queja se produzca en pleno escándalo sobre el (presunto) espionaje de su Ministerio a las delegaciones de la Generalitat en el exterior; es decir, a sus embajadas en Alemania, Reino Unido y Suiza. Su (también presunta) humildad más bien parece un cinismo de especial gravedad: estamos hablando de intervenir cuentas de correo electrónico ajenas; en este caso, de la Administración catalana.

Una vez más, no hay límites, ni políticos ni legales ni judiciales ni morales, en la represión españolista del soberanismo catalán. Lo mismo se aplica el artículo 155 que se amenaza con su indefinición, que se muele a palos a la ciudadanía, que se encarcela a políticos y agentes sociales, que se escenifican juicios donde queda en evidencia la parcialidad de jueces y fiscales, que se hackea (presuntamente) un gmail. No limits, my friend, la cloaca es la cloaca. Por eso Moncloa dice que no hay nada “censurable” en que la Abogacía del Estado incluya “información reservada” en la documentación que ha aportado a la causa para el cierre de las delegaciones catalanas. En pomposos términos de Estado se denomina así, información reservada, a lo que hablando en la plata de la calle se conoce como espionaje. Que te espíe el correo tu novio, tu jefe o cualquiera es un delito tipificado en el Código Penal que llega a estar castigado con penas de prisión. Que (presuntamente) te espíe el Ministerio de Exteriores es, según Isabel Celáa, portavoz del Gobierno en funciones, que el Gobierno ejerza “su competencia”. La indefensión es total.

Borrell dice que no hay espionaje porque no hay embajadas. Un mero juego dialéctico para eludir la gravedad de la cuestión. Con ello, jugando con las palabras, viene a ratificar que vale todo, que no hay límites en lo que respecta a la represión del proceso soberanista catalán, al que él llama -al mejor estilo de Ciudadanos, PP, Vox y Mario Vargas Llosa- “defensa de la unidad de España”. Para los intereses de esa unidad se vale además el Ministerio de Asuntos Exteriores de un cuerpo diplomático cuyos embajadores expresan opiniones personales, subjetivas y hasta insultantes, y que el Gobierno ha añadido también, sin el más mínimo recato, a la documentación entregada al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya. Que el resultado del espionaje se aporte como prueba procesal aboca a la ciudadanía y a sus instituciones a un abismo de abuso de poder.

Cómo podría así extrañar que el PSOE no pueda formar Gobierno. No se trata ya del trágico vodevil, del oxímoron político al que nos están sometiendo las idas y venidas de Sánchez y sus barones e Iglesias y sus bases. Se trata de que, ni siquiera en el caso de llegar unos y otros a acuerdos de gobierno (cuyos contenidos programáticos aún, por cierto, desconocemos) alcanzarían el número de escaños necesarios para gobernar, en coalición, en cooperación o en comandita, y necesitarían que, entre otras fuerzas, ERC no bloqueara la investidura de Sánchez. ¿Cómo cree Borrell que va a actuar ERC después del escándalo de los cables sobre las embajadas catalanas? ¿Cuál es su agenda oculta, no ya tras la vergüenza del (presunto) espionaje, sino tras el despropósito de sus declaraciones posteriores? ¿Qué nos estamos perdiendo las humildes personas?

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