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¿Podemos alegrarnos si el FMI nos mejora sus previsiones?

Isaac Rosa

Hoy el Gobierno y sus propagandistas pasarán el día pendientes de las noticias que lleguen de Washington, donde el FMI celebra su asamblea anual. El organismo actualizará sus previsiones para 2014, y los nuestros esperan que nos mire con mejores ojos. Con que nos concedan una decimilla de crecimiento del PIB para el año que viene ya nos vale; cualquier cosa que supere el cero pelón que nos pronosticaron hace unos meses será visto como una victoria por un Gobierno que se agarra a cualquier yerbajo para anunciar brotes verdes, el fin próximo de la crisis, la recuperación “a la vuelta de la esquina”.

¿Y nosotros? Evidentemente, no saldremos a la calle a celebrar que el FMI nos pronostique un par de décimas de crecimiento. Su credibilidad entre nosotros es escasa, tras comprobar una y otra vez que se equivoca tanto haciendo previsiones como dando recetas. Además, los indicadores que más directamente nos afectan, como el paro, seguirán siendo pésimos. Y pese a todo, muchos sentirán alivio al oír que, aunque crezcamos poco, al menos no seguiremos cayendo.

Pues siento desengañarles, pero me temo que ni ese alivio podemos permitirnos. En las circunstancias actuales, que el FMI, el Gobierno o los expertos de turno aseguren que España empieza a recuperarse, es más bien una mala noticia. Sí, ya sé que seguir cayendo o quedarnos estancados es malo; pero lo que están llamando recuperación es en el fondo tanto o más doloroso que lo que llaman crisis. De hecho, cuando nosotros pensamos en recuperación no estamos pensando lo mismo que ellos, hablamos lenguajes diferentes.

Teniendo en cuenta que todos los demás indicadores seguirán siendo malísimos (el desempleo, pero también la deuda pública, próxima a superar el 100% del PIB), que “la economía se recupere” no significa que se reanimen la actividad económica, el crédito, la inversión o el consumo, que es lo que pensamos que sucede cuando la economía se recupera. Nada de eso: la raquítica “recuperación” vendrá de otros lados: de más trasvase de deuda privada a deuda pública (vía rescate bancario, banco malo y demás soluciones geniales), y de más recortes y contrarreformas, que será precisamente lo que nos vuelva a recetar el mismo FMI.

Tanto hablar del “nuevo modelo de crecimiento”, y ya hemos llegado a él: una economía sin actividad, y que solo mejora mínimamente sus indicadores a base de asfixiar ciudadanos y sectores enteros, privatizar lo público y desmantelar el Estado de bienestar. De modo que si nos dicen que el año que viene empezaremos a crecer, traducido de la neolengua tecnoeconómica significa que cada décima de aumento del PIB la pagaremos con más bajadas de sueldos, más pérdida de derechos, más aumentos de “productividad”, menos servicios públicos.

A eso se refieren cuando dicen que los ciudadanos tardaremos en percibir la recuperación. Y tanto que tardaremos: por mucho tiempo no notaremos diferencia entre la crisis y la recuperación, seguiremos igual de mal, o incluso peor. Si lo que llaman crisis la estamos pagando nosotros, lo que llaman recuperación también la pagamos nosotros. Y el precio en ambos casos es el mismo. Porque la recuperación no es lo que viene después de la crisis, sino que ambas forman parte del mismo proceso: una aplicación de manual de la doctrina del shock, una conmoción socioeconómica que está siendo aprovechada para ejecutar la agenda de máximos del neoliberalismo, sin necesidad de golpes de Estado ni guerras a la manera clásica, aunque también con pérdidas de soberanía y violencia.

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