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El problema es que faltan muchas abdicaciones

Rosa María Artal

Todo cuanto nace es fluido, dúctil, al principio pero luego se torna en rígido. Como ejemplo más gráfico, el cuerpo humano que se va anquilosando con los años. Hay que tener muy regado por el uso el cerebro para que no le ocurra también. No todas las personas lo consiguen. José Luis Sampedro lo logró, sin duda. Y no es el único, evidentemente. Por lo general, la vejez pierde elasticidad además de en el físico, en su mente, en el encaje de las situaciones, en el esbozo y resolución de proyectos. A ello, ha apelado el Rey Juan Carlos para abdicar en su hijo Felipe al justificarlo así: “Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana”.

La vejez. La más convencional, se impresiona, se aferra a lo que le presta seguridad, se repite a veces hasta la extenuación del contrario. Apenas han transcurrido unas horas desde el adiós del Rey a su cargo y ya estamos anestesiados de tanta historia repetida, tanta loa oficial sin fisuras, tanto debate en buena parte estéril porque se huye del que tiene trascendencia. Ganan por abultado tanteo a la información sobre asuntos cruciales que, sin duda, se precisa conocer ante un hecho histórico de estas características. Y luego vendrá el turno de su sucesor, con los mismos pasos. Es como la vida diaria de un anciano sin horizontes que se levanta, desayuna; si no le duele mucho alguna parte del cuerpo, sale a dar un paseo, y se compra la comida. Y charla con quien sea. Y repite, repite y repite, clavando mil batallitas. Para luego acostarse soñando que se despertará vivo y podrá ejercer las mismas rutinas. A ese esquema reduce sus proyectos. Una vejez que –con matices- se produce casi a cualquier edad porque hay ancianos de 40, 30 y hasta 20 años.

El problema no es en este caso la edad provecta de las personas porque nadie es insustituible, la cosa se complica cuando el anciano decrépito es un país, una sociedad. No pueden abdicar en busca de soluciones. Nos encontramos en un periodo ampliamente descrito en la decadencia de las civilizaciones. Y es de manual. En las sociedades estratificadas, anquilosadas, hieráticas, no se mueve nada, no surgen proyectos ilusionantes. Quienes desempeñan algún tipo de poder dedican su esfuerzo a que todo siga igual. A levantarse, comer como esté establecido, dar un paseo por los canales encauzados, o distraer la espera con lo que no comprometa, con lo que aburra -al punto de desconectar- a la tercera repetición. Huyendo de estímulos para huir de riesgos.

...O para mercarse leyes constitucionales de gran trascendencia sin consenso y por simple mayoría. O lo que es lo mismo, para dejar todo atado y que ese pueblo, al que consideran inmaduro y necesitado de instrucciones para decidir lo que quiere querer, no se desmande, no se aleje de sus planes.

A estas alturas del periodo “abdicacional” ya no recordamos con precisión que la familia real está inmersa en un proceso por corrupción contra Iñaki Urdangarín y Y que ello ha pesado notablemente en la decisión de Juan Carlos. No se trata tanto de vejez, ni de cambio generacional, sino de salvar los muebles que se pueda. Y de hacer la mudanza cuando la mayoría parlamentaria ofrece un servicio al gusto del consumidor, no vaya a ser que luego algo se estropee. Y las recientes noticias electorales no pintaban demasiado bien.

La sociedad española en cambio sí se encuentra constreñida por tantas estructuras podridas que le atenazan. Acaba de dar muestras -precisamente, qué coincidencia- de una pujante vitalidad en algunos huecos del sistema pero se aprestan a enfundarle un traje. De nueva hechura, naturalmente. Hay que cuidar cómo lo emplea no vaya a ser que le apriete y termine por perder facultades ante la carencia de oxígeno.

El Rey Juan Carlos se va pero se queda una forma de hacer política de antiguo régimen, agudizada por la involución impuesta por el actual gobierno. Algunos partidos, judicatura, iglesia, sindicatos, empresarios, periodismo, son sectores que presentan serias averías. Y ya el colmo es poner la televisión o la radio y ver aparecer a apolillados pontificadores que intentan formatear a la sociedad con sus criterios trasnochados. Todos ellos sí que precisan un cambio generacional, o con más propiedad, neuronal, de actitud ante la vida, no privativa de la juventud del calendario. Poco arreglaremos si no “abdican” también.

Y así estamos. O nos libramos de los corsés, respiramos y hacemos acopio de savia nueva o vamos al asilo de países a esperar el final. En este Centro de Mayores de Madrid, los hombres juegan interminablemente a las cartas. Tras una puerta, las mujeres sentadas en idénticas mesas conversan o distribuyen monólogos. Ésa es su esperanza de vida. La nuestra se debate entre ese tipo de futuro o rejuvenecer. Un jefe de Estado por ser hijo de otro muy innovador no parece.

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