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Hasta pronto

La redacción de eldiario.es trabajando durante las Elecciones Generales del 20D

Raquel Ejerique

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Este domingo es mi último día en eldiario.es, pero me voy con una excedencia, así que amenazo con volver en un tiempo. Dejo mi redacción, a la que entré hace cinco años y que estaba entonces en un viejo y pequeño pisito de Gran Vía, para completar el reto apasionante de dirigir los informativos de À Punt, la radiotelevisión y web públicas de la Comunitat Valenciana. En aquel piso de Gran Vía, una calle malograda por el consumo desaforado por donde hoy solo pasan emergencias, reparto, taxis y ambulancias, entré a trabajar una Semana Santa de 2015 con más ganas que miedos después de un tiempo en el paro. Encontré un grupo de guerrilleros, casi todos insultantemente jóvenes, hambrientos por traer titulares y con poca intención de saludar -seguramente no sabían ni quién era, los periódicos suelen ser bastante áridos con los kits de bienvenida-, una sala de reuniones que hacía también de comedor, un sofá de polipiel negra tan feo como cómodo que aún conservamos y pocas normas y ataduras. Solo había una premisa: traer noticias y que fueran rigurosas. Poca burocracia, poca vigilancia jeráquico-carcelaria y pocos jefes a los que vender motos, lo que asegura que el parque móvil de una redacción no se desborde y que no se conviertan bicis en camiones e intuiciones en trenes sin frenos por los que deslizar prejuicios e intereses ajenos.

Me voy cinco años después pero no de la nueva redacción -un entrepiso en el regio Palacio de la Prensa con su cocina y comedor y tres salas de reunión siempre repletas de ideas o de gente que se oculta para hablar a escondidas con el padre o la pareja- sino de mi propia casa, donde teletrabajo, sin poder despedirme ni llevar ‘manolitos’ como manda la tradición de este medio que siente afección por las celebraciones de cumpleaños y las grasas trans. Sin besos, discursitos lacrimógenos, ni abrazos, por culpa de este bicho cuya capacidad de cambiarnos la vida infravaloramos hasta el mes de marzo. Ahora hemos aprendido y ya todos somos epidemiólogos.

Tampoco podremos hacernos un selfie final en la sala grande, donde está el logo de eldiario.es que debajo tiene escrito el lema “Periodismo a pesar de todo”, que a veces cambiamos ironizando a “Todo nos parece mal”, una broma sobre la capacidad de crítica que hay que mantener cuando uno es periodista y que a veces llena las webs y portadas de noticias solo negativas que te pueden arruinar el despertar del día.

Quiero daros las gracias a los socios por ser nuestros cómplices, a los lectores asiduos, a los que pasáis de vez en cuando por aquí y a los que habéis caído hoy por casualidad. Por algo tan simple como esencial: quiero daros las gracias por leerme y haberme leído, porque la escritura sin público es un discurso contra una esquina o un rayo sin la materialidad del trueno. Gracias por haber entrado a esta columna de opinión a la que me asomé empujada con más reticencias que certezas. Como le decía a Iñigo Sáenz de Ugarte los viernes por la tarde: “No tengo la columna aún, su demagogia va a ser inversamente proporcional al poco tiempo que me queda para escribirla”. Luego sufría todo el viernes y parte del sábado para no decir cosas obvias, para encontrar la palabra y el argumento, cambiaba términos y frases como si hubiera una emergencia y mi pequeña columna fuera una relevante exclusiva mundial de última hora. Me concentraba para tirar del hilo de un concepto difuso de mi cabeza y que tú, lector o lectora, pudieras recogerlo y descifrarlo según tus ideas y vivencias y convertir mis reflexiones en algo con sentido, interesante o despreciable, teniendo en cuenta que no nos conocemos y que escribo según mi yo de ahora que siente y escribe, que conectará con tú yo de dentro de unos días que leerá y entenderá según su humor, sus vivencias, el día y el tiempo que tengas.

Justamente de eso va el periodismo, de empatía. ¿Qué interesa ahí fuera? ¿Qué es lo más singular en esto? Si yo fuera tú, ¿qué titular querría leer y qué me gustaría aprender o que se destacara primero? El periodismo es un ejercicio demoscópico íntimo, por el que tienes que convertirte en otro y trabajar para ese sujeto que es todos y nadie, ese manido, masticable y flexible concepto de “la gente”, que debería ir siempre antes del concepto “mi jefe”. Para que esa empatía con el otro, el que lee, no se averíe es importante ser feliz al margen de la redacción y el periodismo. Yo he tenido suerte en eso, como en mi trabajo. Llegó en forma de sobre con unas notas cambiadas hace dos años. El Caso Cifuentes que me cambió la vida y me mantiene imputada por revelación de secretos, una citación judicial que abrí con bastante susto y que luego me colgué como medalla: de qué va el periodismo si no de revelar secretos de los malos. De aquel tiempo quedarán no las dimisiones, sino el orgullo de un trabajo en equipo, un solo corazón de 100 personas latiendo durante 35 días, y que sirvió para oxigenar y ventilar las corrupciones en las universidades públicas españolas. Si gracias a aquello hoy alguien se lo piensa dos veces, valió la pena.

Quiero agradecer a Ignacio Escolar que me contratara y la libertad con la que me ha dejado trabajar siempre. Mi cartesianismo y su sagacidad han hecho una mezcla interesante que, al contrario que el Baileys y la coca-cola, no ha hecho bola sino que ha construido un respeto mutuo emocionado y provechoso. Echaré de menos a los periodistas y trabajadores de esta redacción tan talentosa, que ya me saluda e incluso me cede el sitio en el sofá feo de polipiel cuando estoy embarazada, que ha sido nada menos que dos veces en estos años. Somos más de cien de distintos departamentos y ciudades, desde directores adjuntos a becarios. En la palabra emocionada para esos “cien” me refiero a todos, y con todos me refiero a todos y cada uno de ellos, especialmente con los que he tenido la suerte de trabajar en equipo. Gracias por ser tan generosos conmigo y por dejarme aprender de vosotros. También echaré de menos a aquellos que pensaron que yo tenía algo que decir en programas de televisión y me llamaron para sus tertulias, y a la veintena de compañeros de la competencia a los que admiro y me han incentivado a mejorar y querer ser tan buena como ellos.

Gracias a mis fuentes y expertos, abogadas, catedráticos, profesoras o científicos que me han cogido el teléfono a horas intempestivas y han puesto luz en asuntos complejos de los que yo sabía poco o nada. Algunos han arriesgado tanto por ayudar a desvelar escándalos que nunca sentiré que se lo he agradecido lo suficiente ni mucho menos que he estado a la altura de su valentía.

Ahora voy a un proyecto de servicio público que redobla la responsabilidad de los que ejercemos y respetamos el periodismo, al que hemos llegado caminando durante décadas y del que nos marcharemos cuando nos echen y otros mejores y más jóvenes recojan la tarea y el testigo. Pese a que algunos quieran minusvalorarlo, ponerle bozal y correa, no dudéis de que este oficio fiable y honesto se mantendrá pese a la displicencia y la inmundicia de los que en su nombre alimentan sus rugientes estómagos agradecidos. En esa tarea de defensa de la importancia y utilidad del periodismo, que dábamos por descontadas y ahora resulta que hay que defender, estamos muchos periodistas y lectores, desde muchos rincones de España, desde medios públicos, privados, propios y de la competencia. No voceamos, pero somos una silenciosa y firme mayoría. Nos leemos, aquí, a la vuelta. Hasta pronto.

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