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La próxima semana

Sánchez recibirá hoy el "no" mayoritario del Congreso a su investidura

José María Calleja

Ha resultado eficaz el latiguillo “la próxima semana” con el que Pedro Sánchez ha trufado toda su intervención. Es la frase más comentada. Un recurso para captar la atención con el que se quería subrayar la posibilidad de alcanzar objetivos progresistas, atacar las desigualdades y, de paso, echar a Rajoy cuanto antes.

Sánchez ha armado su intervención con una acumulación de argumentos favorables a propuestas de cambio, una de las palabras más repetidas, que en el caso de que no se consigan, no será por culpa suya, que las propone, será de quienes no las apoyen, léase Podemos, Mareas, Compromís.

Después de la presentación de un programa casi de gobierno, lleno de propuestas presentadas como razonables, accesibles si se logran acuerdos, la otra palabra estrella, Sánchez ha querido presentar como culpables a los de Podemos si no suscriben tan razonables propuestas de cambio.

Sobre la base de que la peor de las medidas del acuerdo con Ciudadanos es infinitamente mejor que seguir con Rajoy, Sánchez ha establecido una divisoria nueva. Como los partidos de izquierda no suman, es preciso un acuerdo con los partidos del cambio: el PSOE, encarnado por él, Ciudadanos y Podemos. ¿No han dicho los electores que se acabaron las mayorías absolutas o los acuerdos a dos?

Toda la intervención de Sánchez ha estado recorrida por el rechazo a Rajoy y el emplazamiento a los diputados de Podemos para que se unan a ese cambio.

Mientras, Rajoy chupaba un caramelo, se pasaba la lengua por los labios y mostraba una expresión ausente, a punto de mirar el reloj o sacar el Marca para acorazarse ante una situación que le bloqueaba y aburría a partes iguales.

De menos a más, Sánchez ha enhebrado un discurso, con propuestas muy concretas que no han sido rechazadas por los portavoces de la presentada como oposición. Del PP a Podemos, parecían traer los reproches escritos de casa, sin necesidad de escuchar lo propuesto por el aún sorprendente candidato.

La idea central de Sánchez : la suma de escaños no da para un gobierno de izquierdas, pero sí da para un gobierno de cambio. He hecho lo que he podido para ese cambio y si no prospera, la culpa será de quienes no me apoyen, a pesar de lo razonable de las propuestas, decía Sánchez todo el rato.

Otras palabras repetidas han sido gobierno del cambio, ciudadanos, gobierno del bien común, firmes convicciones. Sánchez ha querido dar la sensación de tener convicciones, algo fundamental si se quiere enganchar con los electores propios y recuperar los perdidos.

La intervención más aplaudida, dentro de una sesión llena de palmas, ha sido su promesa de revitalizar y dotar de presupuesto de la Ley de Memoria histórica.

Referencias constantes a la desigualdad, a un plan de emergencia social, personas dependientes, discapacitados. Nombrar la violencia machista como “terrorismo machista”. Un ejercicio todo él destinado a demostrar a sus electores, los que tiene y los que se han ido, que tiene convicciones.

Hace unas semanas es posible que Sánchez ni hubiera imaginado verse como candidato a presidente del gobierno, hoy ha conseguido auparse como como tal y ha emplazado a los otros como eventuales culpables en caso de que no logre llegar a la Moncloa.

Sánchez sale reforzado, agigantado, si se le compara con las vísperas en las que se cruzaban apuestas sobre el día en que algunos de los suyos lo defenestrarían políticamente.

Desde el 20 de diciembre hemos asistido a una retahíla de frases solemnes, negaciones solemnes y rectificaciones con sordina por parte de todos los partidos; excepto por el PP, al que le venía mal intentar formar gobierno y no le ha hecho falta desdecirse.

No se pueden descartar nuevos cambios y rectificaciones, todo menos elecciones anticipadas, que no quiere nadie. El elector, muy probablemente, penalizaría al que se presentara como culpable.

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