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El rastro de las heridas abiertas

Refugiados sirios a su llegada a Europa

Olga Rodríguez

¿Es la primera vez que hay personas que huyen de guerras en las que nuestros gobiernos tienen responsabilidad directa o indirecta? ¿Cuándo empezó el infierno en Oriente Medio cuyas consecuencias ya salpican a Europa? ¿Llegan tarde o temprano los mensajes de solidaridad de Angela Merkel con lo refugiados?

Vamos a recapitular un poco:

-Invasión y ocupación de Irak en 2003. La operación militar impulsada por Estados Unidos, Reino Unido y España instala la violencia y el caos en el país. En 2006 más de cinco millones de iraquíes se ven obligados a desplazarse. Solo Siria y Jordania acogen a más dos millones y medio de refugiados que no reciben ninguna ayuda de esos países occidentales responsables de la guerra.

-Damasco, 2007: ACNUR lanza un mensaje de socorro ante la situación de los refugiados iraquíes en Siria. Entre esos refugiados hay víctimas directas de la ocupación, como Jamal, a quien conocí en Bagdad, que pasó por siete cárceles estadounidenses, entre ellas Camp Bucca y Abu Ghraib –donde fue víctima de torturas– antes de poder huir para siempre de su país.

“En este exilio me siento como un árbol arrancado sin raíz que observa de lejos la muerte de su hogar. Damasco está repleto de árboles arrancados que lloran todos los días por su tierra ausente”, me dijo entonces, en Damasco, uno de tantos exiliados iraquíes, cuya vida recogí en el libro “El hombre mojado no teme la lluvia”.

-Siria, 2011. Como en otros países vecinos, las revueltas que estallan en marzo son rápidamente secuestradas o reconducidas por actores internos, regionales e internacionales. Los refugiados iraquíes también se ven marcados e involucrados en la guerra. La represión del régimen y la brutalidad de ciertos grupos armados de dudosa procedencia que derivan en un marcado fundamentalismo provocan la huida de millones de sirios a países vecinos, principalmente Líbano, Jordania y Turquía. Siria terminará convirtiéndose en el mayor infierno de los últimos años.

-Libia, 2011: La intervención militar de la OTAN en Libia, con el protagonismo especial de Francia y Reino Unido, desata la violencia y el caos en el país. Además, miles de subsaharianos que se encuentran en territorio libio son objeto de persecuciones, por lo que empiezan a huir en pateras. Se producen naufragios y dramas como la muerte de 63 personas en una patera procedente de Libia, a pesar de la cercanía de buques de la OTAN que habían registrado la presencia de la embarcación.

-Junio de 2013, Egipto. El general Al Sisi da un golpe de Estado contra el Gobierno de Morsi, de los Hermanos Musulmanes, elegido en las urnas meses antes. Al Sisi opera con el beneplácito de la comunidad internacional occidental, que llega a rechazar el uso del término “golpe de Estado”. La persecución a activistas deja miles de muertos, heridos y arrestados. Los Hermanos Musulmanes se ven obligados a exiliarse o a pasar a la clandestinidad. La represión provoca la radicalización de ciertos sectores. Algunos jóvenes egipcios deciden viajar a Siria para empuñar las armas.

-Bruselas, 2014: La Unión Europea recorta fondos para los rescates de personas en el Mediterráneo y continúa prohibiendo las rutas para llegar hasta aquí, imponiendo así a quienes migran trayectos peligrosos y mortales. Apuesta por comportarse como una fortaleza, sin querer entender que la exclusión es una forma de guerra, porque engendra más violencia.

-2015: Las heridas siguen extendiéndose: primero, de Irak a Siria. Ahora, de Siria a Líbano, Jordania y Turquía. También de Egipto a Turquía, de Libia y Afganistán a Europa. La ruta del dolor ya no se limita a Oriente Próximo. El drama humanitario traspasa el continente. Durante años por la frontera de Turquía no solo han salido de Siria civiles, sino que han entrado integrantes de diversos grupos armados. Turquía está en Europa y colinda –cruel guiño del destino– con el país más marcado por la crisis en la UE: Grecia, que se convierte en otro destino más de los refugiados.

-Verano de 2015: El rastro de las heridas abiertas –las que portan las personas que siguen huyendo en un viaje largo, épico, dramático– alcanza ya el epicentro europeo. Solo entonces la situación de los refugiados empieza a considerarse merecedora de máxima atención mediática y política. Como en el poema de Niemöller, para algunos ya es tarde, porque por el camino se han quedado vidas truncadas, han surgido frustraciones, miedo, dolor: ingredientes de consecuencias impredecibles.

-Austria, finales de agosto. Miles de personas protagonizan una manifestación al grito de “Refugiados, bienvenidos”. Fátima, recién llegada desde Siria, con sus hijos en brazos, observa la protesta solidaria a través de un televisor. Sin duda lo que sus ojos contemplan se quedará para siempre grabado a fuego en la retina de su memoria, como una caricia mezclada con otras vivencias, las de los seres queridos muertos, los cadáveres, las bombas, la destrucción.

-Alemania, 31 de agosto: Angela Merkel, la insolidaria con la Europa del Sur, se erige como defensora de los derechos de los refugiados y da lecciones de solidaridad a Rajoy, reclamándole en un encuentro que aumente las concesiones de asilo.

Así de cínico y contradictorio es nuestro mundo actual. Urge cambiarlo. Urge poner un final diferente a este relato, tan escalofriante como real, que, emulando aquél poema, cuenta que “cuando fueron a por los iraquíes, nuestros gobiernos no hablaron, porque estaban implicados; cuando fueron a por los sirios, les dimos la espalda porque no éramos sirios; cuando fueron a por los egipcios, no dijimos nada porque no eran de los nuestros...”.

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