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La realidad mutante de la campaña electoral (con versión británica añadida)

Esperanza Aguirre, en cartel promocional que ha suscitado multitud de críticas por... su populismo.

Rosa María Artal

Una campaña electoral es ese periodo en el que distintos sectores del poder pueden arrojar encuestas sobre la mesa para influir en los votantes. Al menos, en tiempos de inseguridades por el debilitamiento del bipartidismo, víctima de sus errores. “Te veo tus PP y te subo los PSOE”, “Me descarto de unos Podemos y envido con Ciudadanos”. La sociedad va de la ilusión al desencanto, de la resignación a la posibilidad.

La nieta de los condes de Sepúlveda y consorte del hijo de otro conde y una marquesa abraza a una anciana negra en vistas a obtener votos para ser alcaldesa de Madrid. Con esa cuna ha salido de derechas, como debe ser. Y hacia la meta cabalga tirando de un pesado carro de corrupciones múltiples, a lomos de los mejores corceles de la desfachatez y la impunidad.

El rival socialista, por parte de PSOE, anda en un sinvivir a la búsqueda de titulares. Ora salta para la foto ante el oso y el madroño, ora viaja en metro a ver si supera el abrazo de Aguirre. “Por encima de su cadáver” habrán de pasar los independentistas. Carmona, alcalde y mártir de la unidad de España por la gracia de dios.

Ciudadanos se ha quedado plantado solo, con su flor, como el novio de la Marieta de Brassens y Krahe, defendiendo una sanidad restringida a humanos con los papeles correctos. Les ha pillado a contrapelo el desmarque parcial del PP, siquiera sea mientras duran las sucesivas campañas. Y las pizarras del espectáculo político diseccionan la cuestión. ¿Nos pedimos un “no somos el ambulatorio del mundo” o un “bienvenidas sean las epidemias que provocan las enfermedades sin tratar”? Por no hablar de derechos humanos.

Una guerrillera mediática de ultraderecha somete al tercer grado a la titular de la candidatura ciudadana Ahora Madrid, jurista de prestigio. Como un agente de la Político-Social de sus ensueños, inquiere sobre la relación de Manuela Carmena con Podemos. Acosando con repreguntas acuciantes. Como si Podemos dirigiera la vieja mafia italiana de Chicago. Como si tuviera una contabilidad B desde hace 18 años acreditada por un juez, como le ocurre al PP. Como si hubiera perpetrado una ley mordaza para mermar las libertades y unos recortes vulnerando derechos que merecen la repulsa del Parlamento Europeo.

Es decir, casi igual, casi, que la comprometida entrevista que se vio obligado a contestar el propio Mariano Rajoy, quien –en gira por los medios más críticos con su gestión– se ha sometido a las incisivas y comprometidas preguntas de RNE, a la misma hora que se publicaban los datos del paro. Buenos de récord aunque no lleguen a recuperar todo el empleo que el PP ha destruido, ni todo el paro que ha creado, y trabajadores y desempleados con subsidio estén mucho peor pagados.

El partido de Rosa Díez se ha quedado en Rosa Díez y poco más y ya apenas cuenta. E Izquierda Unida aún debe andar echando candidatos en Madrid, que es algo que ayuda a inspirar confianza en los votantes.

En Barcelona, una de las batallas electorales está en el agua. En remuniciparla. En un pacto suscrito por numerosas plataformas progresistas y algunos partidos de izquierda. La atención la acapara, sin embargo, otro líquido: el actual alcalde, el convergente Xavier Trias, anuncia la creación de un cuerpo policial que perseguirá conductas incívicas como la de orinar en la calle.

Los empadronamientos hasta de todo un circo en casa del alcalde del PP –ocurridos en anteriores comicios– se han quedado en nimiedad comparados con lo que se avecina. Ahora nos jugamos mucho: nuestro futuro. Todos, ciudadanos, y los políticos y colaboradores que viven de eso. Me cuentan de algún círculo de Podemos en pueblos castellanos, desmembrado al dejar el Ayuntamiento actual sin trabajo a una parte y contratar a la otra. Es la guerra. Sucia.

Y limpia, no lo olvidemos. La realidad mutante de las campañas no puede hacernos olvidar que hay gente (y cada vez más) que se acerca a la política con afán de servicio a la sociedad y no de medre y trinque. En todas las formaciones, se supone, aunque no en el mismo porcentaje. Un vuelco en las urnas supondría no solo llevar a cabo políticas diferentes, sino abrir cajones y contratos. Igual no está todo muy pulcro. Alguna vez acabará la impunidad, y alguna vez los ciudadanos aprenderán a separar el grano de la paja en las noticias, y en cuanto les afecta.

Se preparan elecciones también en el Reino Unido y bajo el mismo peso del descrédito de la política tradicional. David Cameron, el actual primer ministro tory, se refirió en un debate a “el endeudamiento y el gasto… que nos han traído hasta aquí”. Volatilizando a Lehman Brothers, los arriesgados negocios bancarios, sus rescates con dinero público y aquel idílico proyecto de “Refundar el capitalismo” que nos refundaría y refundiría a nosotros hasta dejarnos niquelados. Eso fue lo que “nos trajo hasta aquí”, con la oronda burbuja inmobiliaria que España añadió para aplastarnos.

Cómo estará el panorama que The Telegraph ha recurrido a la tristeza de Mrs. Cameron por la muerte de un hijo… hace 6 años y 38 días. Extraño aniversario del luctuoso hecho, que será igual de lamentable dentro de tres meses y no tendrá entonces tintes electoralistas.

A los británicos les van a hacer pagar la sanidad pública, lo traen los periódicos todos los días. También les anuncian un repaso a las pensiones que tiene a los jubilados sumidos en la incertidumbre. Nigel Farage, líder de esa ideología transgénica que termina cargando a la derecha aguda, dice que es 'de espíritus cristianos' negar tratamiento a inmigrantes enfermos de sida. Que si es cristiano ya nos deja más tranquilos.

Y el Sunday Times –que también trae la tragedia de los Cameron hace seis años y pico en ladillo– remata abriendo portada con la afirmación: “Los Tories son los mejor para los trabajadores”, según una encuesta. The Independent, al quite, aclara al día siguiente, por boca de un secretario de Estado la propuesta de un ministro tory al decirle –según relata– a un miembro liberal de la coalición de gobierno: “Nosotros nos ocupamos de los jefes, vosotros de los trabajadores”. Como se ve en todas partes cuecen broad beans.

Algunos hechos destacan en esta maraña: el neoliberalismo está de los nervios ante la amenaza de votantes con criterio. Por algo es. Sus medios de apoyo empiezan a igualarse en métodos por el ancho mundo. Cada elección tiene peculiaridades distintas. 15 diputados son más que 9, se pongan como se pongan. Juego sucio hay para hartar. Van a por todas. Estamos perdidos, si no espabilamos. Nada hay escrito aún. La papeleta la tenemos nosotros.

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