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Los salvajes son los otros

Lucía Lijtmaer

Ha muerto de viejo y en su cama, se congratula una periodista en la televisión y los tertulianos sonríen y todos por ende, satisfechos, sonreímos desde nuestros hogares ante un final justo.

Mientras tanto, al otro lado del mundo, hay unos saqueos en la ciudad de Córdoba, Argentina, que al principio nos llegan casi exclusivamente por foto y alguna imagen borrosa del móvil de un ciudadano. Cómo se parecen todos los saqueos explicados a la distancia, pienso. Una galería de fotos, unos humanos convertidos en bestias momentáneamente, que no tienen freno. Son salvajes, no tienen medida, acaban con todo. Se parecen todos, esas termitas indomesticables, ya sea en Peckham, Seine-Saint-Denis o en Bariloche. La violencia sin el contexto parece llamar siempre a lo mismo: al orden, al precio que sea. Esa violencia que retrata tan bien es violencia, explícita, cruda. Es violencia sucia, mancha al momento. Esa violencia sin contexto se trata sólo como grasa hedionda cuando parece que no se va, cuando ni siquiera sabes cómo llegó hasta ahí: se busca eliminarla, sin muchas preguntas.

Un retrato desprovisto de información también puede dar la misma idea. Si le quitamos la lucha, el sufrimiento y la negociación nos podría quedar solamente, por poner un ejemplo, la imagen de un viejecito amable. Un buen salvaje. Pura bendición, puro consuelo. No hay nada disruptivo en eso, nos reafirma en que el bien siempre acaba triunfando, sin más análisis.

En cambio, aquí, tan cerca. Un juez le retira el pasaporte a dos acusados por torturas durante el franquismo, reclamados por la justicia argentina, porque hay riesgo de fuga. Los delitos de los que se les acusa son homicidio agravado, privación ilegal de la libertad calificada por la aplicación de torturas y sustracción de menores. Esa violencia tan explícita, infinitamente más terrible que la de un saqueo y sin embargo sin imagen.

Será ahora la Audiencia Nacional quien deba decidir sobre su extradición, aunque el Gobierno español puede denegarla, amparándose en la Ley de Amnistía. Dependerá del Ministerio de Justicia.

Pero, ah, nunca se sabe. Al fin y al cabo murió de viejo y en la cama. Aquí mismo. Con ese final. Y hoy a alguien sigue pareciéndole que los salvajes son los otros.

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