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El saqueo de la ética (nuevo hito)

Maruja Torres

En coincidencia con el Día del Libro supimos que Alberto Ruiz Gallardón ha tenido otra idea por el propio bien de nuestra Oigo, Patria, tu Aflicción, y relacionada con la lengua española: Justicia hará que el Instituto Cervantes examine (de nuestro noble idioma) a los aspirantes a hacerse con la sublime nacionalidad con que honramos al mundo. No sea que nos la vayan a meter doblada algunos malintencionados inmigrantes que, después de haber esquivado arteramente las cuchillas concertinamente disuasorias de las vallas, van a pretender que están aquí para leer El Quijote, habráse visto.

Estoy de acuerdo con el ministro, por razones sobre todo didácticas. Nada puede estimular más a un profesor, eventual y puteado, para que descienda con la cabeza muy alta nuevos peldaños en la degradación de la gestión oficial de lo público: cultural, laboral y educativa. Ah, el goce de descubrir y desenmascarar a esos torvos embaucadores que, en su mayoría traicioneros moros o pinches negratas, se acercan a nosotros bajo el pretexto de que hablan bien lo nuestro. ¡Lo nuestro! Como si fuera fácil. No hay más que escuchar la radio para llegar a la conclusión de que la castellana madre lengua no atraviesa uno de sus mejores momentos. ¡Y nosotros llevamos siglos hablándola, sobre todo González Pons, que de cara engaña, pero miradle los pelos del pecho! Ese goce de catear inmigrantes, quiero decir, tiene que contar como un aumento, una prima, un bono para un Lamborghini. En fin, como un aliciente. Por no hablar de la excitación que debe de producirles enfrentarse a analfabetos nuevos: un reto que parece difícil de igualar, si nos limitamos al solar nacional.

Va a ser como la culminación de una Épica de la Mierda poner a acometer esa infamia al profesorado precario, mal pagado y repartido por el mundo, porque la mayoría de ellos no consiguen un empleo en su tierra. Esos a quienes la Casa les da patada cuando interesa, y que vuelve a contratar para cursos sueltos, o cuando hay una plaza temporalmente vacante. Y ni siquiera pueden denunciarlo, porque eso les convertiría en malditos. Entregados a la noble tarea de juzgar la parla, escritura y capacidad de comprensión de quienes buscan refugio en este país debido a que hay que ver cómo son los suyos propios, nuestros abnegados maestros de la Lengua podrán, por fin, alcanzar una meta patriótica que, a lo mejor, les puntúa como mérito.

¿O se aplicará la norma a los directores de la Institución, como parte de las sevicias a perpetrar, y de los sapos a tragar, del tamaño de patos de Acción de Gracias (metáfora atlántica), propio todo ello de su cargo? Bueno, en ese caso no se me equivoquen, señores justicieros, porque directores los hay de todas las calañas, incluso de la buena. Yo conozco a un director impecable en todos sus destinos, que debe de andar ahora abochornado con esto que lee. Ándense con ojo, los patriotas, no les vaya a colar a mi amigo a un ilegal que aduzca haber leído El Quijote con la esperanza de recitarlo algún día, con papeles de los de circular libremente, en el Círculo de Bellas Artes.

Nota para Gallardón: no me extraña que los jueces que son buena gente estén cada día más bipolares.

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