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Una semana como otra cualquiera

Cartel con el lema: "Stand up for those who cannot speak" (Álzate por los que no pueden hablar) / Stephen Bingham CC BY SA

Silvia Nanclares

Escribo esto mientras duermes tu siesta de la mañana en el sofá. Sobre tu cabeza sobrevuelan cazas camino del Paseo de La Castellana. ¿Qué podría contarte acerca de estos años cuando seas mayor? ¿De estos meses? ¿De esta semana? Antes de nada, te diría que el año en que tú naciste, 2018, la mayoría de edad del siglo, no se falló el premio Nobel de Literatura. Todo porque dos académicas de la Academia sueca habían dejado sus puestos rompiendo la posibilidad de quórum. Habían abandonado sus sillones después de un “turbio suceso”, como lo calificó la prensa, suceso, como muchos de los otros que se destaparon en esos años, tenían que ver con el abuso de poder y el acoso sexual (que en muchas ocasiones, y detentado aquel en su mayoría por hombres, viene a ser lo mismo).

Cuando despiertes tendré que dejar de escribir, así que más me vale apresurarme. Llorarás para que acuda, te cogeré en brazos, te daré agua, te diré palabras en nuestro idioma secreto, te daré algo de fruta y saldremos a pasear. Por el cielo seguirán surcando los F-16. Iremos a un solar del barrio liberado para el vecindario que había en la calle Doctor Fourquet, con correpasillos comunales que te hacían feliz, estabas por soltarte a caminar. Allí nos encontraremos a Mariana, que viene a estudiar aquí, acá, como ella dice, en su casa están fumigando debido a la segunda plaga de chinches en lo que va de año. Lleva en España menos de un año, llegó justo antes de que Macri hipotecara su país. Trataremos de tomarnos un café y un pedazo de bizcocho en el bar de enfrente. No lo haremos (precios prohibitivos) y nos enfadaremos con los dueños de la cafetería, que se enorgullecen de moler el café (roasted) y de ser displicentes con dos personas como nosotras, cero trendys a sus ojos. Una madre mayor y una sudaca. Mariana no entiende el despliegue militar para celebrar lo que en su pueblo es el día en que se recuerdan las masacres indígenas perpretadas por los mismos que son homenajeados aquí. Acá.

De esta semana en la que cumpliste catorce meses te podría contar también que dimitió un concejal de un recién formado partido. Un viejo conocido de los entornos de la innovación social en los que yo solía moverme antes de que nacieras. Ya cuando ganó su concejalía, cuatro años atrás, con la formación que aupó a Manuela Carmena, ella sí que te sonará, fue alcaldesa de Madrid, salieron a la luz unas conversaciones suyas en redes tan rancias que denotaban una inveterada mirada machista. Yo lo llegué a defender entonces en mis redes, no tanto sus publicaciones, indefendibles, sino para evitar caer en la trampa de destriparnos entre nosotros (iba a decir nosotras, ilusa) en vez de hacer todo el trabajo que había que hacer. Aquel momento era tan ilusionante que no quería ver más allá de mis narices. Cuatro años después, las mujeres del grupo municipal del partido del concejal denunciado por una de sus COMPAÑERAS movieron en tiempo récord un proceso garantista, encargando la investigación a una experta, a la luz de la cual se procedió a exigir la dimisión del tipo. Unos días antes, una diputada del mismo partido había dimitido alegando, entre otras cosas, un uso utilitarista y espurio del feminismo por parte de esa misma organización. Por ello, y por un momento, al leer el delirante comunicado de descargo del concejal acusado, creí que su salida fulminante podría tratarse de una reacción a la dimisión reciente de la otra diputada, una especie de lavado de cara feminista al partido. Tendrás que disculparme, en esas mismas semanas yo andaba viendo y obsesionada por una ficción de la HBO (¿seguirán existiendo esas plataformas cuando leas esto?) llamada Sucession y no me fiaba ni de mi sombra. Pero no, se trataba de una gestión impecable ante una denuncia de acoso. E inaudita. Porque habitualmente, en aquellos tiempos, en este país, se quedaban ellos. No eran expulsados. Éramos nosotras las que abandonábamos los espacios compartidos con los acosadores. ¿Te acuerdas de Plácido Domingo, un cantante de ópera y celebridad de aquella época? Refrendado sin demora (es decir, sin investigación mediante) por el Teatro Real ante la acusación no de una, sino de casi veinte cantantes compañeras. Dos de tus madrinas (sí, hijo, te regalé al nacer muchas madrinas, como en los cuentos populares) abandonaron ese mismo año sus puestos de trabajo después de una acusación común y una comisión de investigación sin garantías. ¿Él? Ascendido y reforzado por la dirección de la organización. Ellas, sin trabajo. Por hablar.

También te contaré que esta misma semana el gobierno ecuatoriano masacró uno de los primeros levantamientos indígenas de la década que estaba por empezar. El primero de muchos, ya lo sabes. Eso ya se sentía imparable. Otra de tus madrinas, ecuatoriana, nos tenía al cabo de la calle de lo que iba pasando allí, ya que en la mayoría de los medios, el silencio de lo que acontecía fue tan atronador como injusto. Y esa misma semana se llevó a cabo la primera acción de Rebelión por el Clima, y hubo detenidos. Vuestra generación, en esto, fue guerrera desde la cuna. Recuerdo que en esos mismos días leí un artículo que vaticinaba que en 2030 las abejas habrían dejado de libar. ¿Cómo lo ves ahora? Uy, ya te despiertas. Dejo de escribir. Me pregunto si la autora premiada con el Nobel de Literatura 2018 (que al final se falló, por un comité renovado y al año siguiente) tendrá hijos, no lo sé. Me tendré que informar. Ya voy, ya voy… No dejas de protestar, así que cierro el ordenador. Me quedo pensando en el inminente fin de la polinización. Que rima con civilización.

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