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Todas putas

Un momento de un partido de Copa del Rey.

Barbijaputa

Shakira es de todos.

Shakira es una puta.

Rubén Castro alé, Rubén Castro alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien.

Ojalá Franco levantara la cabeza y os mandara a vuestro sitio, que es la cocina.

Aparta tus tetas de los chicos. Enséñanos por dónde meas, guarra, enséñanos el coño.

Este es el único protagonismo que tiene la mujer en el fútbol. Todas putas. Todas suyas. Si eres de los suyos y una tía te jode la vida denunciándote por maltrato, es una puta. Si eres el adversario, tu novia también es una puta. ¿Por qué? Porque sí. Todas putas.

El fútbol, como tantos otros menesteres, no es cosa de mujeres. ¿Hay mujeres que disfrutan este deporte? Las hay. ¿Significa eso que somos bienvenidas a participar de la fiesta? No, ni de coña.

Un campo de fútbol es la representación perfecta del patriarcado: un escenario con muchos hombres heterosexuales y pocas o ninguna mujer (y si la hay, sacadla en la pantalla grande, aunque solo si su físico se ajusta al perfil de belleza patriarcal, porque lo que buscamos todo el tiempo es el disfrute del macho). Súmale violencia, verbal o física, y vía libre para liberar testosterona, ésa que nos han enseñado a aceptar como incontenible, inevitable; ésa que es mejor no soliviantar porque los efectos son impredecibles.

El resultado es un microclima perfecto que se repite en cientos de campos del país cada domingo. Un ejemplo patriarcal redondo que refuerza patrones y roles. Y un ejemplo que viven y observan cada fin de semana también niños y adolescentes, que empiezan así a entender las reglas del juego y aprenden su rol en la sociedad: los hombres gritan, insultan, y son violentos o están deprimidos dependiendo de si han sido superiores o inferiores. Porque la dominación y el control, para ellos, lo es todo: en el deporte, en el sexo y en la vida. Las mujeres por su parte son esas que son utilizadas en las pantallas o en la contraportada del AS como objetos cuya finalidad es su satisfacción sexual. Las mujeres también son las novias de los adversarios, usadas en estos casos para menoscabar su ánimo, porque sus novias son su posesión. Sobre la mujer recae directamente la masculinidad del hombre, y si la novia del adversario es una puta (y aquí ser una puta puede ir desde cobrar por mantener sexo a bailar como Shakira), su masculinidad se va al traste, ¿y qué es un jugador de fútbol sin su masculinidad?

La guinda del pastel es que Piqué, probablemente, sí sintió con esto menoscabado su ego machito. La propia Shakira confesó hace no mucho que los límites en sus videoclips los pone él y que le tiene prohibido rodar con hombres, porque “se sobreentiende en nuestra relación que él es muy territorial. Es un macho español, sectívero. Conservador. Un tipo también con una mente abierta, pero le gusta defender su territorio, la defensa. A mí me gusta que sea así. Él tiene que cuidar la portería (risas)”.

Como sociedad, más que cuestionarnos por qué “ser una puta” es un insulto o reflexionar sobre por qué se usa a la mujer para absolutamente todo, hasta para hacer daño a un hombre, seguimos quedándonos con que estos son “casos puntuales”, que el fútbol no es más que un deporte y que lo que pasa en sus gradas para nada es representativo de la realidad del país. Un país que en trece días que lleva de año ha enterrado ya a siete mujeres.

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