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Los sindicatos, a la calle

Manifestación por la recuperación de derechos laborales en Madrid

Andrés Ortega

Los sindicatos CCOO y UGT han hecho la semana pasada una demostración de fuerza, o más bien de debilidad, en su primera gran movilización desde 2012 ante el Gobierno del Partido Popular y la resistencia de este al diálogo social o a cambiar la legislación laboral. En cuatro años, han perdido casi una cuarta parte de su militancia, algo que está pasando en casi todas las economías maduras. Los sindicatos están perdiendo pie.

No han sabido defender a los empleados y trabajadores autónomos ante la crisis, la proliferación de EREs y los cambios legislativos. Algunos jueces han actuado de mejores diques frente a la reforma laboral y la proliferación de Expedientes de Regulación de Empleo. Los sindicatos siguen siendo necesarios, muy necesarios, pero también se han de adaptar, modernizar, a los nuevos tiempos, realidades y necesidades. Lo que no parece aún el caso.

En su discurso en septiembre de despedida de la Asamblea de Naciones Unidas, el aún presidente de EEUU, Barack Obama, proclamaba que en las economías avanzadas (como la suya) “los sindicatos han sido socavados y muchos empleos manufactureros han desaparecido. A menudo, los que más se benefician de la globalización han utilizado su poder político para socavar aún más la posición de los trabajadores”.

En cuanto a los países en desarrollo, denunciaba que “a menudo se han suprimido las organizaciones laborales y el crecimiento de la clase media ha sido frenado por la corrupción y la subinversión”. Y advertía: “Las políticas mercantilistas que persiguen los gobiernos con modelos impulsados por las exportaciones amenazan con socavar el consenso que sustenta el comercio mundial. Y mientras tanto, el capital global es demasiado a menudo inexplicable –casi 8 billones de dólares escondidos en paraísos fiscales, y un sistema bancario en la sombra que crece más allá del alcance de la supervisión efectiva–”. Era su canto final a los sindicatos. Antes de la victoria de Donald Trump.

La globalización y la Gran Recesión han dañado a los sindicatos en todo el mundo occidental, pues han socavado a las clases trabajadores y medias bajas. Los sindicatos no han sabido defender los intereses de los trabajadores, y se han perdido derechos al tiempo que se ha transformado el mundo laboral, con reformas legislativas o sin ellas. La creciente temporalidad; el aumento de los autónomos (una tercera parte de los trabajadores están en la “economía gig”, de la multitarea, en EEUU, un fenómeno que ahora está aumentando en España); su falta de fuerza en unas negociaciones que cada vez se acercan más a la empresa y se alejan de los convenios colectivos sectoriales; la caída de los salarios, que ha llegado a un 30% para los que entran nuevos o nuevamente en el mercado de trabajo; y su anquilosamiento burocrático, además del empeoramiento de su imagen han hecho perder credibilidad a los sindicatos. Es un fenómeno general, no propiamente español, aunque aquí hemos tenido que aplicar una devaluación interna, como también otros países incluso fuera del euro.

Según dos estudios en la revista 'Sociología del Trabajo' de la pasada primavera, la correlación de fuerzas se ha inclinado marcadamente a favor de los empresarios “no sólo en la relación individual sino asimismo en la colectiva a lo largo del tiempo” e incluso se ha agudizado en la crisis con el incremento del paro y la contratación temporal.

Aunque en España siempre han sido organizaciones de baja afiliación, según estos estudios, el número de afiliados registrados en los sindicatos en España había crecido desde principios de siglo hasta los primeros años de la crisis económica que comenzó en 2008. El número de convenios, que había aumentado, disminuyó con la crisis. La población asalariada era de 17,095 millones en 2007 (con 2,879 millones de afiliados), y 14,483 en 2014 (con 2,360 millones de afiliados). En cuanto a la edad de los afiliados, hay también un marcado envejecimiento y falta de renovación. En el Reino Unido ahora un 40% de ellos tienen más de 50 años, mientras los de menos de 35 años, que son un 40% de la fuerza laboral, representan sólo una cuarta parte de los apuntados a estas organizaciones.

La crisis de los sindicatos es, pues, general. Pero en España tiene elementos propios. Su credibilidad se desplomó al apoyar el acuerdo sobre pensiones con el PP. Una parte de su crisis, como en la CEOE, viene dada como consecuencia de sus orígenes: del sistema sindical franquista que de alguna manera se vertió en la Transición y en la Constitución, que legitimó democráticamente un sistema de representación corporativista. Y por falta de renovación. Hoy, siete de cada diez trabajadores, según algunas encuestas, no se sienten representados por los sindicatos.

La manifestación del pasado domingo en Madrid fue nutrida pero no multitudinaria. Su objetivo era presionar en la calle para negociar en el diálogo social y forzar un cambio en la reforma laboral del PP que ya están empujando PSOE, Podemos y otros en el Parlamento. Pues si no se abre un espacio para retomar la negociación colectiva, los sindicatos pierden palancas. Pero, a la vez, es el PSOE el que ha logrado presionar al Gobierno para la subida del salario mínimo finalmente pactada.

Los sindicatos deben transformarse por dentro y recobrar flexibilidad, capacidad de renovación, de negociación y de pacto, ya que no han sido capaces de proponer de verdad alternativas reales de política económica frente a la crisis. Han de dejar de ser un factor de conservación para convertirse en elementos modernizadores y dinamizadores de la economía. A diferencia del marco sindical europeo que denuncia el “feudalismo digital” de empresas como Uber o Amazon, los sindicatos españoles han ido retrasados respecto de homólogos europeos, como los alemanes, en su análisis del impacto de la digitalización y de la automatización en el mundo del trabajo. Y frente a esto no caben ocurrencias como que los robots contribuyan a la seguridad social, pues ello implica que se desconoce que los robots están ya en todas partes y que a este respecto el problema es el capital, propietario de esos robots, que es el que ha de contribuir, lo cual es más difícil en la globalización.

El mundo sindical está necesitado de aire fresco y cuentas claras, pues las dos principales centrales son demasiado opacas y no escapan a casos de corrupción. Habría que someterlas un mayor control por parte del Tribunal de Cuentas, siempre que éste se despolitizara.

Hoy por hoy, los sindicatos, pese a ser necesarios, no son hoy un factor de vertebración de este país. Deben repensarse a sí mismos y plantear, justamente, unas nuevas redes de seguridad cuando están disolviéndose las antiguas.

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