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Para qué sirve el 21D

Arrimadas y Sáenz de Santamaría

Ruth Toledano

Creíamos que Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno de España, había fracasado estrepitosamente en la tarea política que se le encomendó en Catalunya. Creíamos incluso que, en consecuencia, Santamaría debiera haber renunciado a mantener un cargo para el que no estaba capacitada. Pero estábamos equivocadas. Ella misma ha ofrecido la clave de su verdadera misión: ejercer de buldócer de Mariano Rajoy, cuyo objetivo era “descabezar” a ERC y Junts per Catalunya y “seguir liquidando el independentismo”.

Descabezar y liquidar a los adversarios políticos son por definición términos poco democráticos, pues en una democracia a los adversarios políticos se les supera -si puedes, si tu propuesta tiene el apoyo social suficiente- en las urnas. Si, además, quien aspira a poner tales términos en práctica es un partido residual, como es el PP en Catalunya, no es de extrañar que recurra a métodos no democráticos. En Catalunya, Rajoy y Santamaría han recurrido a una violencia demostrada con brutales cargas policiales y a una seguramente más que presunta prevaricación, a través de una Justicia que no debiera estar al servicio del Gobierno. Apalear a las ciudadanas y meter en prisión a gente que molesta a tus intereses es puro autoritarismo: coger por la fuerza lo que no te dan en las urnas.

El presidente del Gobierno de España no tiene entre sus responsabilidades descabezar ni liquidar a otros partidos políticos, así como ningún destacado político, como el socialista Josep Borrell, que para colmo fue ministro, debiera utilizar palabras como “desinfectar” para referirse a esa importante parte de la sociedad cuyas ideas no comparte. Rajoy y Borrell hacen gala de una soberbia muy peligrosa, por la que sus oponentes pueden acabar en la cárcel, como ya han demostrado. De hecho, resulta asombroso que eso esté sucediendo (que haya gente en la cárcel para descabezar, liquidar y desinfectar un territorio político) y lo estemos tolerando sin apenas resistencia.

A quienes no somos ni catalanas ni independentistas el independentismo catalán no nos interpela de manera personal. Sin embargo, el independentismo catalán ha plantado cara a Mariano Rajoy y al statu quo del Estado -la Corona y la Constitución-, lo cual resulta estimulante si eres republicana, si consideras que la Constitución ha de ser reescrita y si crees que Rajoy representa el desastre del neoliberalismo más ramplón: el de la corrupción pura y dura (al que se añade esa herencia franquista que aún atesora el PP, tan amiga de descabezar y liquidar al contrario). Son esas -la república, el proceso constituyente- las aspiraciones fundamentales (y siempre pacíficas) que ha pretendido liquidar Rajoy y que Borrell quiere desinfectar.

Tal pulso al poder granjeó al independentismo catalán unas simpatías entre personas no independentistas ni catalanas que, por un lado, fueron tachadas de romanticismo (incluso por gentes afines) y, por otro, sufrieron el desconcierto posterior a las detenciones, a la aplicación del 155, al exilio de Puigdemont: se vio que no había una hoja de ruta clara, no ya para el futuro de Catalunya sino para el propio 2 de octubre. Por supuesto, la represión, tanto policial como judicial, tampoco ayudó a aclarar esa ruta, pues la represión sirve precisamente para desbaratar el camino: para descabezar. Pero el pulso estaba echado, hasta el punto de que hay gente en la cárcel, y las urnas del 21D deben ratificarlo respondiendo con contundencia a Rajoy.

Pero responder a Rajoy en las urnas no consiste solo en no votar a un Albiol que viene fracasado de casa, sino en no votar a Ciudadanos, el partido Redbull que dio alas al 155, ni al simpático de Iceta, que también. Si para algo sirve el 21D es para decirles que así no. Y para retomar las ideas fundamentales que Catalunya ha defendido pacíficamente: república y proceso constituyente. Si no, el 21D no sirve para nada.

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