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Ya solo cabe confiar

Consejo de Ministros extraordinario que ha aprobado la paralización de la actividad no esencial.

Carlos Elordi

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Con el cierre de la producción no estratégica se ha agotado prácticamente el repertorio de soluciones y medidas posibles. Ya solo cabe esperar que las que hasta ahora se han adoptado funcionen y confiar en que los que mandan lo estén haciendo lo mejor que pueden. Y asumir, aunque cueste tanto, que el Gobierno y su presidente han de gozar del máximo respaldo popular posible. Aunque ese tiempo se nos vaya a hacer interminable, sólo habrán de pasar unos meses para que pueda reimplantarse la normalidad política, para que pueda reabrirse el debate de las iniciativas del Ejecutivo. Hay que aguantar hasta entonces, olvidándose de todo lo demás.

Sí, Pedro Sánchez tiene en estos momentos más poder decisorio que el que ha tenido cualquiera de sus predecesores en el cargo. Pero la situación no permite otra alternativa. La propuesta de Pablo Casado de que una comisión parlamentaria controle, y acepte o rechace, las iniciativas del Gobierno es un sinsentido, que solo se explica porque el PP quiere sacar la cabeza en un momento en el que no le toca para nada tener protagonismo alguno. El desastre operativo que provocaría esa comisión es indescriptible.

Hay muchas preguntas. Todo el mundo se las hace. No sólo los listos, o infames, que salen en la tele o escriben en algunos medios cargando insensatamente hasta con el mínimo movimiento del Gobierno. El ascenso vertiginoso y hasta ahora imparable del número de infectados y de fallecidos hace que hasta el último ciudadano dude de que las cosas se estén haciendo bien. Y lo seguirá haciendo hasta que las cifras mejoren, hasta que se empiece a ver la salida del túnel. Con eso hay que contar. No es momento de adhesiones ciegas.

Pero sí lo es de ser serios. De comprender que quienes tienen la responsabilidad de hacer frente a la epidemia y a sus consecuencias son miles de profesionales de la política, la administración y de las más diversas ramas de la sanidad y de la ciencia. Gentes que conocen su oficio, que están trabajando todas las horas que pueden y que no han escogido por gusto sus tareas de este momento, que nunca pensaron que se podían ver metidos en algo tan terrible como lo que está pasando. Y que saben que en sus manos está paliarlo.

Entre ellos el debate sobre qué hacer, por dónde tirar, debe de ser intenso. Siempre pasa en estas circunstancias y más ante un desafío en buena medida inédito, ante el que no existen pautas de actuación preestablecidas. Pero ninguna de esas disquisiciones ha salido, hasta el momento, a la luz pública. Se quedan en la discreción de los despachos, superadas a los pocos minutos por la necesidad urgente de cada uno atienda a sus tareas en la dirección acordada.

Aunque subleve la mediocridad moral de algunos dirigentes políticos y la falta de escrúpulos de ciertos medios, y no sólo de los tradicionales de la derecha, colocar en el punto de mira a esos irresponsables está fuera de lugar. Y de tiempo. Lo único que cabe decir es que hoy no se puede hablar por hablar, algo a lo que tan acostumbrados están tantos de los actuantes en la escena política española. Quien lo haga debería pagarlo. Cuando sea el momento propicio para ello.

Pero, además, ¿qué está haciendo mal el Gobierno español? ¿En qué fallos tan graves como los cometidos por Donald Trump, Boris Johnson o el presidente mexicano López Obrador ha incurrido? Sí, autorizó las manifestaciones del 8M y se equivocó con una partida de tests que venían de China. Pero ¿qué significan esos dos errores tan puntuales frente a los cientos o miles de decisiones -si no acertadas al menos no contestadas por los hechos hasta el momento- que se han tomado en las últimas semanas?

No hace falta ser militante del PSOE o de Unidas Podemos para tener sentido común ante lo que está ocurriendo. En las televisiones extranjeras se comprueba que en todos los países de nuestro entorno, en todos, hay protestas por la falta de material sanitario. Eso debería callar algunas bocas, aunque también podrían aumentar la inquietud por lo que puede venir.

Porque esas protestas y todos los demás datos negativos que cada día nos abruman confirman una evidencia: la de que ni las mayores potencias del mundo estaban preparadas para hacer frente a lo que se ha nos ha venido encima. Ninguna. Empezando por China, cuya actuación ahora se mitifica, pero que tuvo que improvisar, eso sí, con eficacia y aprovechando la ventaja de la enormidad geográfica y demográfica del país.

El panorama internacional añade otro elemento: el de que punto arriba, punto abajo, con más o menos retraso, todos y cada uno de los países están siguiendo la misma pauta para hacer frente a la epidemia. Seguramente porque en todos ellos ha terminado por prevalecer la opinión de los expertos y lo normal es que ésta tienda a coincidir.

Hay mucho más y cada día que pase habrá aún más. No digamos cuando haya que hacer frente a las terroríficas consecuencias que en la economía está provocando y que va a provocar la lucha contra el coronavirus. Pero lo sustancial a corto y medio plazo es que no cabe otra que confiar en que los que mandan sepan hacer más o menos bien las cosas y terminen acertando.

Tampoco vendría mal que de una u otra manera se empezase a reconocer el esfuerzo y la entrega que nuestros dirigentes están poniendo en el empeño. Porque más allá de eventuales errores y dudas, deben de estar dejándose la piel. Y ninguno de ellos, empezando por Pedro Sánchez, se metió en política para asumir responsabilidades tan enormes. Ese apoyo podría ayudarles a seguir.

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