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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

Esas gotitas de aceite 'black'

Foto: Marta Jara

Isaac Rosa

Parece mala leche que el juicio de las tarjetas ‘black’ empiece un 26 de septiembre. Final de mes puro y duro, y encima del mes más cruel, septiembre, con resaca de gastos veraniegos y facturón de la vuelta al cole. Vete tú hoy al cajero a pedirle dinero, a ver qué te dice. Ya puestos, pídele el extracto de las últimas semanas, la sangría de compras, recibos y domiciliaciones. Normal que te hierva la sangre cuando leas el detalle obsceno de las ‘black’.

En realidad los quince millones que disfrutaron los ‘men in black’ de Caja Madrid son calderilla, trapicheo de poca monta comparado con el saqueo de aquellas cajas de ahorro que fueron piedra angular en la corrupción de los años felices. Para pegar un buen pelotazo era imprescindible tener al lado una caja que financiase sin muchas preguntas y además pusiera su respetable logo. Si luego además te salía mal la jugada, podías contar con su generosidad, que las daciones en pago a las familias no hay manera, pero los constructores quebrados entregaban las llaves y adiós muy buenas.

Lo mismo para pagar cualquier calatravada de ayuntamientos y comunidades, poner primeras piedras de megaproyectos ruinosos, plantar aeropuertos o montar macroeventos: ahí estaba la caja, que por su “compromiso social” soltaba millones con el mismo salero con que te daba un calendario o un llavero solo por entrar en la oficina. ¿Un equipo de fútbol en las últimas? Ya venía la caja local para poner su logo en las camisetas o financiar el nuevo estadio. ¿Un empresario de postín en horas bajas? Nada que no se arreglase con un crédito gordo, que si luego no se recuperaba, qué le íbamos a hacer. Las cajas servían para lo mismo que ha servido lo público desde hace siglos en España: socializar pérdidas y privatizar beneficios. Ajá.

En todo ese saqueo –que terminó en liquidación y rescate–, las tarjetas ‘black’ pueden parecer migajas, una fruslería que nos pica porque nos acordamos cada vez que vamos al cajero con nuestras tarjetas de pobretones. Pero no nos quedemos solo en el extracto grosero de sus restaurantes, hotelazos y pijadas. Las ‘black’ son mucho más.

Son parte del aceite que engrasaba el mecanismo. Solo unas gotitas, pero fundamentales para que el engranaje rodase bien y no se atascase. Lo supo bien Blesa cuando extendió y amplió las ‘black’. No solo se aseguraba apoyos en las guerras políticas por el control de la caja; además garantizaba que aquella fantástica máquina de hacer negocios que era Caja Madrid no encontrase oposición. Que las tarjetas estuviesen en los bolsillos de PP, PSOE, IU, CCOO, UGT, patronal, instituciones, directivos, empresarios y hasta el exsecretario del rey, da la medida del genio de Blesa. Yo no las llamaría tarjetas ‘black’, yo las llamaría tarjetas consenso o tarjetas paz social.

(No se pierdan “Hazte banquero”, la obra que han montado 15MpaRato y Xnet, dos colectivos que llevan años luchando contra la impunidad del caso Bankia).

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