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Las tendencias de fondo

Activadas las señales luminosas para peatones en dos calles de Madrid

Carlos Elordi

Lo más probable es que la tensión interna que sufren Podemos y Unidos Podemos se rebaje algo en los próximos días y semanas. Y que se llegue a una fórmula de compromiso aparente que sin resolver ninguno de los graves problemas que afectan a ese mundo aleje, por ahora, el fantasma de la ruptura. Es lo más lógico. Pero, ¿qué arreglaría eso cuando el hecho que va a decidir el futuro político de unos y de otros y de todos los demás son unas elecciones que se van a celebrar en menos de cuatro meses? Las cosas han ido demasiado lejos como para que sea posible volver al principio.

Las elecciones municipales y las autonómicas tienen muchas particularidades, cada una las suyas. Y en ellas funcionan mecanismos para incitar al voto que no son posibles en unas generales. De ahí la dificultad de hacer pronósticos precisos para las mismas. Pero esas especificidades no son decisivas, aun teniendo que contar con ellas. Lo importante, al menos en España, son las actitudes de fondo de la opinión pública que son más o menos las mismas en toda la geografía, salvo en Cataluña y el País Vasco, en los que, sin embargo, también influyen más de lo que se dice habitualmente.

Y esas actitudes parecían estar ya muy claras antes de que estallara la guerra entre Iglesias y Errejón. Las elecciones andaluzas proporcionaron una imagen bastante nítida de lo que está ocurriendo. Más allá de la importancia que el deterioro de la Junta socialista tuvo en el resultado, que no fue pequeña, lo que se evidenció el 2 de diciembre es que el PSOE va a la baja, que Podemos también cae, y en Andalucía más que los socialistas en términos proporcionales, al tiempo que también lo hace el PP, mientras que Ciudadanos crece y VOX debuta con fuerza en la escena.

Los sondeos que se han venido publicando desde esa fecha confirman sustancialmente esas tendencias. Palían el batacazo socialista andaluz con previsiones mejores en otras regiones, siguen dando claramente a la baja al PP y aún más a Podemos, abundan en la sensación de que Ciudadanos va para arriba, aunque no tanto como desearían sus líderes, y apuntan a que el fenómeno VOX no es pasajero, sino que aún tiene mucho potencial de crecimiento.

Otros datos, los que proporciona el último barómetro del CIS, ayudan a comprender mejor el estado de ánimo de la opinión pública. Según esa fuente, que en este apartado de su investigación se sigue considerando la más fiable, el 20,8 % de los ciudadanos cree que la situación política es “regular”, el 40,0 % cree que es “mala” y el 34,0 % opina que es muy mala. Sumados esos porcentajes, se llega casi al 95 %. En definitiva, que casi la totalidad de la opinión pública española no ve las cosas bien y el 74 % las ve francamente negras.

En otro apartado del barómetro se pregunta sobre la gestión del gobierno socialista. El 40,0 % la considera “regular”, el 26,9 % “mala” y el 15,3 % “muy mala”. Sin embargo, la oposición tampoco genera mucha confianza. Sólo el 16,0 % cree que el PP lo haría mejor, mientras que el 35,2 % opina que lo haría igual y el 40,8 % piensa que lo haría peor. En el caso de Ciudadanos, esos porcentajes no son muy distintos, aunque algo más favorables: 17,1% mejor, 31,7 % igual y 35,8% peor. Y caen en caso de Podemos: sólo el 9,5 % cree que lo haría mejor, mientras que el 29,0 opina que lo haría igual y el 48,9 piensa que lo haría peor.

Además, el 36,1 % de los ciudadanos opina que el paro es el primer problema del país. Lo cual no deja de ser llamativo cuando ese asunto está prácticamente postergado del debate político, del que protagonizan los partidos y del que hierve en los medios de comunicación. El 14,8 % cree, en cambio, que el principal problema es la política, los partidos y los políticos. No es una cifra despreciable. Ni mucho menos.

Todos eso datos podrían llevar a la conclusión de que lo que está ocurriendo en la escena política no genera entusiasmo alguno entre la gente, sino todo lo contrario. Aunque los resultados del barómetro admiten interpretaciones y matices de todo tipo, la impresión difícilmente contestable que produce es que la distancia entre la gente y los dirigentes políticos es enorme, mayor que nunca.

Seguramente eso tendrá algún día graves consecuencias. Las empieza a tener ya. ¿O es que el desmadre de la huelga de los taxistas, por poderosas que sean las razones que la explican, llegaría hasta donde ha llegado en un país en el que los políticos merecieran el respeto que se les debería tener y las instituciones el prestigio que se les supone?

Pero ahora lo que importa en concreto es qué impacto puede tener ese clima de desprestigio de la política en las próximas elecciones. Y lo primero que cabe pronosticar es que ninguna campaña va a suscitar ilusión ni grandes adhesiones. Por lo que seguramente asistiremos únicamente a una sucesión de truquitos publicitarios y de agresiones forzadas para suscitar las reacciones más elementales. El dinero disponible contará mucho en ese esfuerzo.

Y lo segundo es que un factor que puede decidir los resultados es la novedad, lo nuevo, lo que ya no está demasiado visto y oído. Mucho más que la repetición las consignas de siempre y los logros alcanzados que, como dice el barómetro, a la mayoría de la gente le da bastante igual. Sobre todo a ese sector de la opinión, cada vez mayor y cada vez más decisivo, que no se apunta a ninguna sigla y que está dispuesto a votar, si lo hace, al último que le haga más gracia.

Y si eso ocurre, el PSOE, el PP y también Podemos no lo tienen muy bien. Mientras que Ciudadanos y, sobre todo, Vox podrían aprovecharse de la situación. Hacer cábalas sobre quien terminará mandando cuando pasen las municipales, las autonómicas y las generales es prematuro, aunque todo apunta a que la unión de las tres derechas tiene más oportunidades, en principio, que la suma de las dos izquierdas. Y aún más a la vista de lo que está ocurriendo en Podemos y de la poca fibra de combate que están mostrando Pedro Sánchez y los suyos.

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