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Cómo termina la gran novela de la crisis

Imagen promocional del documental The queen of Versailles, de Lauren Greenfield, estrenado en 2012

Begoña Huertas

Uno de los relatos que para mí mejor refleja el fondo de lo que hemos vivido en las últimas décadas es el documental The queen of Versailles, filmado por la directora estadounidense Lauren Greenfield, que gira en torno a David Siegel, el magnate inmobiliario, y su singular esposa Jackeline Salomon, a los que el crash de 2008 sorprendió construyéndose una mansión tipo Versalles. La casa que tenían, de 3.000 metros cuadrados, se les había quedado pequeña para tantos objetos como acumulaban, así que se disponían a levantar un nuevo hogar. Durante la filmación, mientras recorrían uno de los amplios espacios, la documentalista pregunta: 

—Jackie ¿es esta tu habitación?

—No, este es mi armario.

Y no era un chiste.

Esta película-documental, grabada en tiempo real, muestra lo que supuso la crisis de 2008 para ese sector privilegiado que amasa su fortuna en las finanzas y acapara el mayor porcentaje de la riqueza de un país. Es desde la cotidianeidad del espacio personal, de lo íntimo, el hogar, desde donde se registra el hundimiento tras la debacle económica; pero lo interesante es que no solo se muestra el hundimiento físico sino también el moral. Como en las buenas obras de ficción, los protagonistas no son los mismos cuando la historia termina. Aquí, el tipo millonario que fanfarronea ante la cámara por haber contribuido a la elección de George Bush con métodos “quizás ilegales”, como dice él mismo, termina encerrado en un cuartucho gritando que apaguen las luces para no gastar más dinero. La mirada inteligente tras la cámara sabe dónde enfocar o a qué detalle atender. El retrato de los personajes no se construye con los grandes rasgos fácilmente caricaturizables sino con los pequeños detalles y los gestos casi inadvertidos de unos protagonistas absurdamente halagados por estar bajo los focos y completamente ignorantes de aquello que esos focos están poniendo en claro. El filme muestra la decrepitud que ningún objeto por muy ostentoso y dorado que sea puede ocultar: en el salón versallesco un lagarto se ha muerto por falta de alimento y empieza a descomponerse, los cadáveres de los peces flotan en el agua sucia de una pecera y los excrementos de perro se encuentran diseminados sobre todas las alfombras carísimas. La suciedad y la desidia van minando a unos personajes que dan vueltas en su propio hastío, en su propia locura. Consumir, comprar, es el único motor que parece moverlos. Padecen una bulimia consumista en la que sin embargo al final no hay arrepentimiento ni expulsión de lo ingerido. Se trataba de hacer dinero para tener cada vez más cosas y cada vez más grandes. Con la crisis, el proyecto faraónico de la nueva casa tuvo que detenerse.

Diez años después de aquel derrumbe, y ahora que el final de la crisis comienza a anunciarse por todas partes, de pronto me acordé de esta película y me pregunté qué habría sido de la pareja y de su megamansión. Así, me enteré que tres años después de filmar el documental una de las hijas del matrimonio murió por sobredosis, y que la imagen que dio la vuelta al mundo fue la de Jackie en el funeral haciendo una foto al féretro mientras lo introducían en el coche fúnebre. Un triste acto que sin embargo no es el capítulo final de la historia sino el clímax antes del final definitivo, el momento cumbre en que la protagonista cuelga de un barranco con los dedos blancos resbalando de la piedra a la que se aferra.

El auténtico capítulo final da una pirueta efectista: La elección de Donald Trump, un magnate él mismo, como presidente de los EEUU. “It's the greatest thing that's happened to me since I discovered sex”, afirmó David Siegel (Es lo mejor que me ha pasado desde que descubrí el sexo).

Y así, en la última página de esta novela de la crisis, como un broche de oro, nos enteramos de que la mansión versallesca ha retomado su construcción y que el proyecto tiene previsto concluir este próximo otoño. En su final feliz, los protagonistas disfrutarán de sus 8.500 metros cuadrados que albergarán, entre otras cosas, diez cocinas, dos cines, 30 baños, sala de baile, tres piscinas, una pista de patinaje sobre hielo y un par de spas. 

Y así es, amigos, como termina la crisis. Cada vez que escucho a Mariano Rajoy pronunciar esas palabras me acuerdo de esta historia. Oigo en las noticias que la “confianza del consumidor” sube. No lo dudo. También puede subir el entusiasmo de los lectores del novelón decimonónico pero, ¿qué hay de los ciudadanos?

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