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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

¿Un último tren para el PSOE?

Susana Díaz y Pedro Sánchez, antes de un mitin.

María Eugenia R. Palop

Quién nos iba a decir a nosotros hace solo unos días que el “orden natural” de las cosas se iba a volver contra el propio sistema favoreciendo el inmovilismo del PP y el providencialismo del PSOE, y colocando finalmente a Podemos en el centro de la acción política.

Pedro Sánchez no quería tomar la iniciativa de formar gobierno porque era el momento de Rajoy, y Rajoy, en un alarde vergonzoso de puro tactismo, ha eludido la investidura porque ahora, justo ahora, le parece un auténtico fraude. A ver si así, se dirá, con su nueva operación cosmética de plasma, va ganando tiempo y le hacen su trabajo los “mercados”.

Entretanto, Podemos se descolgó el viernes con un órdago de creatividad política, audacia y agilidad comunicativa, que dejó al PP en la cuneta y al Partido Socialista totalmente noqueado. Con su “Gobierno del cambio” se sacudía la responsabilidad de una nueva contienda electoral, cercaba el terreno, marcaba las pautas, aterrizaba propuestas, y escribía un relato que obligaba al PSOE a salir de su patológica negación: no, no, no. “No dialogaremos sobre cuestiones como la integridad territorial de España”, ni siquiera nos sentaremos con quienes defienden el derecho a decidir, bramaban los barones desde sus tumbas, capitaneados por los socialistas andaluces, y cegados, seguramente, por los papeles de la historia. Esa osadía, esa blasfemia, ese “invento” con el que se quiere romper España (la “nuestra”, se sobreentiende), es solo cosa de herejes, cuando no de terroristas. Y da igual si a las confluencias se une el PNV, el Procés sigue su curso, en Andalucía se escuchan voces, y los herejes se reproducen como esporas y empiezan a ser legión.

La sobreactuación histérica frente al derecho a decidir, viniendo, sobre todo de un partido que, como el PSOE, lo ha defendido en no pocas ocasiones, obedece más a una mala táctica electoral que a un auténtico convencimiento, y lo lógico sería que no pudiera mantenerse en el tiempo.

Por lo demás, la reacción costumbrista de este PSOE de mesa camilla que todavía cree estar en posibilidad de exigir, como hacía Nicolás R. Terreros, que los que vengan “se pongan a la cola” o a declarar que no les vale siquiera con una abstención de Podemos y las confluencias para hacer “concesiones”, no deja de ser lamentable. Es evidente que el 'western' de Podemos fue provocador pero también ha sido petulante la respuesta de los barones del PSOE. Considerando, sobre todo, que algunos de ellos no ganan elecciones desde tiempo inmemorial y se la pasan dando lecciones a quienes sí las ganan, dentro y fuera de sus filas, y que otros hablan con la voz de esas abultadas cuentas bancarias de las que disfrutan gracias al buen uso que han hecho de las puertas giratorias.

La cuestión es que, más allá de su puesta en escena, la propuesta cerrada de Podemos podría haberse interpretado también como una mano tendida a Pedro Sánchez para formar un gobierno de coalición estable y corresponsable, en lugar de pensar en ella como un chantaje, un insulto o una humillación. Se soslaya, además, que Podemos ha puesto sobre la mesa un plan de emergencia social, una agenda antiaustericida y una resistencia a la política europea, que, a la vista del Informe que Oxfam-Intermón ha presentado recientemente y con un recorte de 10 mil millones de euros a la vuelta de la esquina, debería ser más que atendible.

En fin, el PSOE tiene ahora la oportunidad de superar la partitocracia que ha devorado a los partidos socialdemócratas en Europa y que, en buena parte, ha dejado fuera de foco a la propia socialdemocracia. En estos años, los partidos socialdemócratas se han convertido en auténticos partidos-aparato apoyados en cuadros obedientes (más que en una militancia crítica y autoconsciente), y en un cúpula autoritaria cada vez más degradada; en partidos-cartel obsesionados por la estabilidad, movidos por una clara mentalidad promercado y por el business friendly; en partidos que han estimulado la desmovilización social y que han renunciado claramente al paradigma emancipatorio. En la UE, estos partidos no han jugado apenas un papel transformador y, especialmente cuando han ocupado el gobierno, se han sometido a los inflexibles imperativos de la troika conformándose con hacer ajustes sociales y con aplicar paliativos más bien funcionales al sistema.

Los partidos socialdemócratas se han alejado de la democracia radical, de los movimientos sociales y populares, para maridarse con la mundialización financiera y el capital especulativo; han alimentado el 'nuevorriquismo' y la cultura del pelotazo, identificando al ciudadano con un consumidor insaciable o con un cliente pasivo; y han perdido fuelle en la ejecución de las políticas de regulación y redistribución que, en principio, les definían, asumiendo un decolorado rol de gestores de lo posible.

Sin embargo, en este momento, los partidos socialdemócratas no pueden seguir manteniendo esa complicidad con el gran capital, desconociendo a sus víctimas, controlando las demandas sociales, y frenando las aspiraciones soberanistas de la población, so pena de debilitarse hasta el extremo o, simplemente, de extinguirse. Por eso, precisamente, en España, un pacto de izquierdas podría favorecer este golpe de timón y convertirse además en una buena oportunidad para el PSOE.

Es verdad que la mayoría que el PP ha conseguido en el Senado con su 28% de apoyo popular (traducido en un 59% en la cámara alta), podría impedir una reforma constitucional, pero todavía sería posible avanzar con una frenética actividad legislativa y presupuestaria.

Como señalaba E. Roig Molés en un artículo reciente, cabe revertir la reforma del PP en materia laboral, sanitaria, educativa (LOMCE), de justicia, y en el desarrollo de derechos y libertades (Ley Mordaza); cabe crear nuevos ámbitos de actuación social (vivienda, lucha contra la pobreza, dependencia); impulsar nuevos ámbitos de desarrollo económico (energías renovables, servicios sociales, empleo), o abordar reformas institucionales que no necesiten modificar la Constitución (transparencia, regeneración democrática, función pública). También puede plantearse una discusión sobre la financiación autonómica o sobre un eventual referéndum en Catalunya (con o sin modificación de Ley Orgánica). De manera que, aunque el PP se opusiera a la reforma constitucional desde el Senado, la cuestión territorial seguiría abierta y puede que hasta se recrudeciera, dando alas a Podemos y fortaleciendo la presencia territorial del PSOE. Por supuesto, tras semejante período, quedaría más clara que nunca la necesidad de eliminar o reformar el Senado que se habría convertido en una trinchera para impedir el cambio alimentado desde el Congreso, poniendo negro sobre blanco el conservadurismo antidemocrático del Partido Popular.

Lo cierto es que hoy por hoy es el PSOE quien tiene la oportunidad de impulsar este cambio propiciando con ello su propia regeneración. Está claro que no va a ser fácil, y es evidente que no es cosa de días, pero lo que ahora tiene que decidir el PSOE es si está con la democracia o con el capital, es decir, si se descarrila definitivamente en su pasado o toma el tren de su futuro.

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