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¿Hasta dónde va a caer el PP?

Casado pide a Sánchez aplicar a Hernández el mismo baremo que exigía el PSOE

Carlos Elordi

Aunque será imposible encontrar datos que demuestren que ha habido apaño, nadie se ha creído los datos de intención de voto que acaba de proporcionar el CIS. Hasta algún dirigente socialista ha mostrado en privado sus dudas al respecto. Alfonso Guerra las ha expresado sin tapujos. Con todo, y aunque lo haga con exageración, el último barómetro indica algo en lo que coinciden todas las encuestas: que las posibilidades electorales del Partido Popular siguen a la baja sin que nada, ni el activismo desenfrenado de Pablo Casado o la conquista del gobierno andaluz, lo esté impidiendo.

Y ese dato es tan importante en el panorama político español como lo es la actual crisis de Podemos. O incluso más. No tanto porque esa tendencia pueda modificar la actual impresión de los analistas de que los tres partidos de derechas obtendrían en estos más votos que los dos de izquierdas. Sino porque si el PP sigue perdiendo votos, hacia Ciudadanos y hacia Vox, la perspectiva misma de que esas tres fuerzas se unirían para formar Gobierno, que no pocos consideran indefectible, podría quedar en cuestión.

Todo indica que las elecciones generales no coincidirán con las municipales y autonómicas. Pero también que se celebrarán dentro de este año. Porque parece cada vez más claro que sería un milagro que Sánchez logre que se aprueben sus presupuestos. En definitiva, y salvo que haya una sorpresa fenomenal en ese capítulo, a Casado le quedarían a lo sumo siete u ocho meses para frenar la sangría que sufre su partido.

Y eso va a ser muy difícil. Cuando un partido entra en declive, lo único que puede esperar es que la caída no sea catastrófica, como le ocurrió hace tres décadas a la UCD. Las recuperaciones sobre la marcha no suelen darse. Y menos en tan corto espacio de tiempo y con tan poco bagaje argumental como el que el PP muestra en estos momentos y ya desde hace demasiado tiempo.

La media de los sondeos publicados en las últimas semanas, incluido el del CIS, da al PP poco más del 20% de los votos en unas generales. A lo sumo, un punto o un punto y medio más que Ciudadanos. El partido de Albert Rivera puede perfectamente cubrir esa distancia en el tiempo que queda hasta que se vote.

Las cosas podrían ser muy distintas de lo que ahora se prevé si el orden de llegada de las tres derechas sufre ese cambio respecto del momento actual, si Ciudadanos queda por delante del PP. Dejando de lado la posibilidad de que también supere al PSOE, que hoy por hoy no parece fácil, esa eventual victoria sobre su gran rival en la derecha, conferiría a Albert Rivera un protagonismo y una capacidad de decisión que hasta el momento nunca ha tenido.

En esas condiciones Ciudadanos podría perfectamente elegir a su socio de gobierno. Y no está ni mucho menos claro que entonces decidiera repetir la experiencia andaluza. Más aún con un PP derrotado que y que como consecuencia de ese fracaso tuviera todas las papeletas para entrar en una crisis profunda. Y con un Vox crecido aunque no llegara al 12% logrado en Andalucía, lo cual, por otra parte tampoco es imposible.

La posibilidad de un pacto PSOE-Ciudadanos, o Ciudadanos-PSOE, adquiriría en esas circunstancias plena carta de naturaleza. Todavía pueden cambiar muchas cosas de aquí a entonces. Habrá que ver qué impacto provoca el juicio contra el procés y, sobre todo, cómo se reacciona a los efectos que éste produzca: según una encuesta publicada en La Vanguardia, para un 43% de los ciudadanos españoles Cataluña pesa en su opción de voto. Y cómo termina la crisis de Podemos, que puede dejar a los socialistas sin perspectivas de obtener nada mirando a su izquierda. Que eso, además, les apetece cada vez menos.

La caída del PP es, por tanto, un factor decisivo. Tal vez el más decisivo. Algún día alguien analizará a fondo los motivos de ese proceso. Pero desde ahora se pueden apuntar algunos elementos. El primero es que se equivocaban quienes decían, y repetían, que la corrupción no provocaba reacciones significativas del electorado de derechas.

Nunca fue cierto: el PP perdió más de un 35% de electores en las elecciones de 2015. Pero últimamente se ha demostrado aún más que era un grave error de análisis. Porque la corrupción puede ser el primer motivo de que una parte significativa de los votantes populares se haya ido a Ciudadanos y hacia VOX, es justamente la corrupción. E incluso más en el caso de este último.

Porque ese público de ultraderecha se encontró siempre cómodo con la ambigüedad ideológica del PP, con su renuencia a criticar el franquismo, a dar cualquier paso en materia de recuperación de la memoria histórica, con su proximidad sustancial a las posiciones de la Iglesia Católica, con sus intransigentes posiciones hacia los nacionalismos. Lo que no toleraron los hoy votantes de Vox es la inepcia de Mariano Rajoy y su gobierno, su incapacidad para tomar decisiones. Y, sobre todo, la corrupción. La Gürtel, Valencia, Granados y todo lo demás habían convertido al PP en un partido al que no se podía votar para mucha gente, por muy de ultraderecha que fuera ésta.

Si a eso se añade la imagen de desaguisado interno que provocó la caída de Rajoy, de Soraya y de Cospedal, por mucho que hiciera la prensa amiga por taparlo, se entenderá lo que está pasando. Y lo que puede pasar. Porque con esos dirigentes se han alejado del partido, o se están buscando la vida en otra parte, cientos si no miles de cuadros. Y eso no sale en las teles, pero llega a la gente que está cerca de ese mundo.

Y una última cosa: si los peores pronósticos para el PP se cumplen, José María Aznar habrá hecho una vez más el ridículo. La campaña mediática que acompañó a su vuelta lo presentó como el salvador. Y nada de lo que ha dicho en este tiempo ha salvado nada. Porque aunque algún mérito tiene, Aznar sigue siendo muy poca cosa y porque en su trayectoria tiene demasiados episodios no precisamente convenientes a la imagen que últimamente se ha querido dar de él. Arropando a Casado únicamente ha contribuido a empequeñecer la figura del nuevo presidente. Y sus arengas no han frenado la sangría. La vuelta a sus orígenes, a decir lo que pensaba cuando no apoyó la Constitución, no han frenado la hemorragia.

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