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El virus de la confusión

Imagen de archivo de personas con mascarilla en Barcelona por el brote de coronavirus.

Antón Losada

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Hay dos cosas que un gobernante debe evitar a toda costa durante la gestión de una crisis: generar confusión y dispersarse. La confusión descapitaliza la confianza, el mejor instrumento para gestionar una situación crítica. La dispersión consume y despilfarra recursos tan escasos y valiosos como el tiempo, la energía o la información.

Puede que el Gobierno esté adaptando su gestión a la evolución acelerada de la crisis, pero, especialmente esta semana, parece que improvisa y eso es aún peor que hacerlo. La reciente decisión de endurecer el confinamiento aporta un buen ejemplo. No puedes pasarte la semana proclamando que no conviene apagar del todo la economía, pidiendo a tus socios que defiendan el argumento o criticando, con razón, a quienes reclaman más dureza que eviten explicar dónde y a quién, para luego cambiar de criterio por tu cuenta y riesgo, anunciarlo a todo el país a media tarde del sábado y hacerlo con esa misma imprecisión.

El debate sobre el endurecimiento de las medidas siempre resulta tramposo. Quienes lo piden sin más concreción que su dramatismo se preparan, en realidad, para poder proclamar mañana que ya lo habían avisado ellos. Si al final no se hace necesario, sólo se les podrá reprochar haber sido demasiado previsores; juegan con esa ventaja. Ceder a esas presiones únicamente genera confusión y te embarca en un debate que solo conduce al absurdo: hoy mismo habrá muchos que sigan reclamando más dureza y más medidas como quien pide la luna.

El episodio de las mascarillas ha suministrado otro ejemplo de manual de la confusión. En una crisis siempre faltan medios y se producen situaciones extremas. Se trata de otro debate que no puedes ganar y una realidad que no puedes evitar. Salir a explicar lo difícil que se ha puesto conseguir medios o por qué no puedes proveer los recursos que legítimamente se te reclaman, únicamente genera confusión y desconfianza. Enzarzarte en una disputa absurda sobre si los papeles estaban o no en regla, sólo crea aún más desconcierto.

Durante una crisis, los errores no se explican; se asumen, se corrigen y se sigue adelante asumiendo toda la responsabilidad. Hay discusiones que no merecen la pena y no puedes ganar. Parece una regla injusta, pero es así por la misma razón que a Amancio Ortega ya le hemos dado las gracias varias veces por las míticas 300.000 mascarillas que, a día de hoy, aún siguen en China.

El segundo error que un gobernante debería evitar durante una crisis reside en la dispersión. Sólo tienes tiempo, presupuestos y recursos para contener y acabar la crisis. Lo demás, no toca y no puedes. El norte de Europa no cuenta los mayores que entierra el COVID-19, nosotros sí. Esa es la diferencia. Quienes estamos más preocupados por la crisis, ya lo sabemos. A quienes andan más preocupados por Pedro Sánchez, le da igual.

Los mismos que durante la Gran Recesión señalaron a los funcionarios y a los pensionistas como privilegiados insolidarios, les aplauden hoy como héroes y les presentan como víctimas; y en ambos casos ellos siempre tenían y tienen razón. Algún día habrá que discutir quién dijo qué o pedía qué, pero hacerlo ahora supone una pérdida de tiempo y energía. Los mismos que jaleaban los recortes en sanidad como virtudes de la eficiencia económica, levantan ahora su dedo acusador para indignarse por la falta de medios en nuestros hospitales; y la culpa siempre será de los demás. Algún día habrá que discutir quién hizo qué y cuándo, pero hacerlo ahora representa otra pérdida de tiempo y energía que no tenemos.

La misma sociedad que lleva años irritándose por aquellos sibilinos titulares donde se nos explicaba a cuántos pensionistas sostenía cada trabajador, descubre ahora indignada que, con pensiones de menos de mil euros de media, estas son las residencias y esta es la atención que nuestros mayores pueden pagar. Algún día habrá que discutir cómo estamos tratando a la gente que con su trabajo y su esfuerzo hicieron posible el bienestar que disfrutábamos, pero hacerlo ahora no les va a servir de mucho, ni les va a arreglar nada.

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