‘Girls’ 6x03 Review: El capítulo más polémico y lleno de zonas grises
Por Marta Ailouti
Quizás Hannah no sea la voz de su generación después de todo pero, a juzgar por el tercer episodio de la última temporada de ‘Girls’, sí parece tener mucho más qué decir aún. ‘American Bitch’, así se titula, en realidad suena demasiado a Lena Dunham. Al menos, alguna reminiscencia hay de ‘No soy ese tipo de chica’, su libro autobiográfico. “Soy escritora –confiesa su alter ego en pantalla–, estoy obligada a opinar y a contar las cosas significativas para mí”. Y lo cierto es que sus palabras parecen más una disculpa.
De fondo, lo importante. ‘Girls’ se pone seria y abre el debate, de forma inteligente y creativa, sobre el consentimiento sexual, las zonas grises o el abuso de poder. Y lo hace en televisión, en menos de 25 minutos y a modo de episodio botella, es decir, pocos recursos, un decorado limitado y dos personajes. Un excelente ejemplo de cómo si el guion es bueno, que lo es, y la dirección está a la altura, que lo está, menos siempre es más. ¿Comentamos los resultados?
¡CUIDADO SPOILERS!
El planteamiento del problema
‘American Bitch’ empieza con Hannah entrando en un portal y termina con ella saliendo de allí mientras las figuras borrosas, los rostros anónimos de otras mujeres, se dirigen a su interior. Entre medias, un interesante intercambio intelectual entre Hannah y Chuck Palmer (Matthew Rhys), un célebre escritor al que ella solía admirar que, después de leer su opinión en una página web feminista sobre el escándalo en el que se ha visto envuelto, insiste en darle su versión de los hechos. ¿Se aprovechó él de la situación de desventaja y de su poder de influencia para mantener relaciones sexuales con varias universitarias? ¿O por el contrario fue solo sexo consentido y consensuado entre adultos?
Tras las cámaras, Richard Shepard recrea con varios planos el retrato de un hombre de éxito que a pesar de que, a nivel personal, no está atravesando un buen momento, parece un buen padre de familia, al que le cuesta dormir por las noches, le preocupa la depresión de su hija y que vive en el tipo de casa en la que Hannah, incluso yo, soñaríamos vivir.
De hecho, Shepard, que conoce como nadie el universo de ‘Girls’, juega con el espacio como un personaje más que tiene algo que contarnos. No en vano, algunos de mis episodios favoritos de la serie, como ‘Flo’, ‘Sit-in’, ‘The Panic in Central Park’ o ‘Hello Kitty’, los ha dirigido él. También ‘One Man’s Trash’, el capítulo botella de la segunda temporada que tiene mucho en común con este otro.
Los argumentos
Así las cosas, Hannah llega a su casa con una historia bien montada en la cabeza, con la advertencia de quedarse poco tiempo y una actitud a la defensiva. Nada de todo esto se trata de él, en realidad, sino de darles voz a las mujeres que han sido apartadas y silenciadas de la historia y que no cuentan con los mismos recursos que él para defenderse. “¿Quién contaría algo así por diversión?”, se pregunta ella a medida que la conversación avanza. Estas historias te arruinan la vida.
El gran acierto de ‘American Bitch’ es que no trata sobre nada demasiado explícito, sino más bien de algo más ambiguo, las zonas grises, los límites del consentimiento y del abuso de poder. Una frontera algo difusa, entre dos perspectivas, lo suficientemente borrosa como para que, por momentos, cualquiera de las dos posturas parezca bastante razonable. Tal vez solo sea por lo bien que nos lo vende el escritor. Algo que tiene que ver también sobre los peligros de los rumores, internet, el periodismo y la fama.
El error es creer que, porque estamos en el siglo XXI, cualquier intercambio sexual, aparentemente consentido, entre dos adultos es un intercambio justo y equitativo. No siempre sucede así. Pero hasta Hannah concede un poco en esto, a pesar de que cuatro personas no parezcan solo un rumor. En ello tiene que ver en parte el carisma del personaje de Matthew Rhys, para el que, a ratos, todo esto no parece más que un entretenimiento.
El giro final
Y es que para él, por supuesto, es un juego. Palmer, que al contrario que Hannah es en todo momento consciente de la situación –debería subrayar esa idea–, ha ido filtrando algunos halagos a lo largo de su discurso hacia su interlocutora. No es poca cosa. Estamos hablando de alguien a quien ella admira profundamente que, de forma muy sibilina, la ha estado agasajando todo este tiempo con un único objetivo. Por otro lado, por supuesto que Hannah es inteligente y talentosa, ¿por qué iba a desconfiar? Reveladoras en este punto son las palabras de ella al referirse a Paul Auster. “No debería gustarme, porque es un misógino, pero me encanta”.
Con todo, cuando el marcador parecía favorecerle, es cuando Palmer hace un movimiento que termina en gol o autogol, cada uno que juzgue lo que quiera. ¿Podría Hannah haberse negado realmente? Es posible. Podría no haber entrado con él en la habitación, aunque el pretexto fuera tan atrayente para una escritora como ir a ver unos libros, o haberse negado a tumbarse a su lado, aunque solo fuera porque se sentía solo y falto de contacto, incluso, debería haberse levantado antes de que él se bajara la bragueta, mucho antes de que se sacara el pene y más aún de que ella, aunque fuera solo un instante, se lo tocara. Debería haber sabido, al menos, cuándo y cómo marcar distancias. ¿Debería?
Y, sin embargo, ahí está él, sonriendo instantes después mientras su hija toca la flauta para ellos dos en el salón, como si nada de todo aquello fuera importante, como si no lo supiera ya desde antes y no hubiera reconducido la situación de forma consciente y calculadora para utilizarla en su beneficio, como si, de hecho, nunca hubiera tenido ventaja. La había.
Y todo esto en menos de 25 minutos.
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