Crítica

'Hollywood': Ryan Murphy despelleja sus sombras hasta excederse en sus halos de luz

“Las películas no se hacen, se producen”. Esta es la primera lección que le da a Jack (David Corenswet) un amigo suyo a las puertas de los estudios en los que cada mañana esperan para ser elegidos como figurantes. Estamos en los Estados Unidos de los años 40, sumidos en una auténtica ebullición de sentimientos, aspiraciones y resquicios de la II Guerra Mundial mirando de reojo, descaradamente. Lejos del frente de batalla, guionistas, directores e intérpretes luchan por cumplir sus sueños, dispuestos a seguir aspirando, cueste lo que cueste, a llegar ser quien quieres ser. Y todo ello, racismo, machismo y homofobia mediante.

Ryan Murphy se lanza con la miniserie, disponible de este viernes 1 de mayo en Netflix, a despellejar las sombras de la época dorada de Hollywood, revolcándose en sus luces. Los habrá que piensen que se pasa de idealista e incluso de irreal pero, ¿acaso no influye soberanamente la ficción en lo que permanece, muta y desaparece en la realidad? ¿Qué sería de nosotros si nadie hubiera apostado por sacar adelante lo que en un principio parecían locuras? ¿Por qué echarse las manos a la cabeza si podemos incluso fantasear con aquello que no ocurrió pero, que de haber sucedido, habría sacudido completamente nuestro presente?

El creador de Glee y American Horror Story vuelve a acompañarse de sus habituales Ian Brennan (The Politician, Ratched) y Janet Mock (Pose), para articular esta fábula compendiada en siete episodios que se presentan a ser ingeridos del tirón. Para digerirlos, eso sí, hará falta algo más de tiempo. Así que empecemos por el principio. Además del citado Jack, Hollywood cuenta como protagonistas con Raymond (Darren Criss), un director con ascendencia filipina dispuesto “a cambiar la forma de hacer cine”; el guionista negro Archie (Jeremy Pope) que cuando envía sus libretos omite revelar ese detalle; Camille (Laura Harrier), una actriz negra hasta de que solamente le den papeles como criada; y al actor homosexual Rock Hudson (Jake Picking).

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El último existió en la realidad, conocido por sus papeles de galán en el cine clásico, y que tristemente pasó a la historia por haber sido la primera figura pública en revelar que padecía sida, cuya muerte sirvió para que se entendiera la urgencia y relevancia de combatir una enfermedad que hasta entonces había sido ignorada. El de Hudson no es el único nombre que resultará familiar a los espectadores más cinéfilos, y con los que la miniserie permite gozar a pinceladas de nostalgia. Entre ellas, una nada comedida fiesta en casa de George Cukor que invita a fantasear con la posibilidad de haberse sentado en esa mesa.

Hola, de nuevo, abuso de poder (y hola Emmy para Parsons)

Quizás hasta ahora estas líneas han resultado optimistas, luminosas y hasta gozosas -como también lo es la propia serie-, pero que nadie se engañe, Hollywood no solo muestra lo bonito y estimulante que es luchar por nuestros sueños; también se ensaña en su precio, frustración y límites. A estas alturas de la 'película', ya no es una novedad saber que poner todo de tu parte para conseguir aquello que te propones no te asegura absolutamente nada. Independientemente de que estudies veinte carreras, sepas diez idiomas, pases noches en vela ensayando o te acuestes con quien sea, es mentira.

Y esto invita a reflexionar sobre cómo siempre se pone el foco en el que supuestamente, no se ha esforzado “lo suficiente”. ¿Y si lo suficiente no bastara? ¿Quién narices decide cuándo sí o no lo es? Son esas figuras, esa cúspide en la pirámide de poder la que decide que todos los demás nos vamos a quedar donde estamos, hagamos lo que hagamos, independientemente hasta del tamaño de nuestros penes y tetas. Y nuestra mejor o peor mañana para practicar sexo oral, obligados.

Para retratarlo -y revolver en el intento-, Hollywood ha encontrado el perfecto aliado en Jim Parsons. El actor, alejado a galaxias de distancia del Sheldon del que nos despedimos el año pasado, se mimetiza aquí con Henry Willson, un agente de talento que existió, y entre cuyos clientes estuvieron Lana Turner, el propio Hudson y Chad Everett. Aquí, tras sesiones de dos horas y media de maquillaje, Parsons lo encarna pidiendo a gritos un premio con cada secuencia en la que permuta en un ser indomable, infranqueable, manipulador y sumamente consciente de su poder, del que obviamente saca provecho a raudales.

“Necesito chuparte la polla, es una manía”, le dice a un jovencísimo y timidísimo Hudson tan pronto como accede a representarle prometiendo lanzarle al estrellato. Eso sí, este agente que comparte iniciales con Harvey Weinstein, no es el único que en la serie que abusa de su posición. Como en la vida real, claro.

De 'Dreamland' a 'Hollywoodland'

Volvemos al personaje de Jack, el joven veterano de guerra que en realidad quiere ser actor. Frustrado por los continuos 'no' con los que se topa cada mañana -y ávido de dinero porque su esposa está embarazada, de gemelos-, decide aceptar un trabajo en una gasolinera. Pero la Golden Tip no es una estación de servicio al uso. Además de rellenar depósitos, los clientes -más ellas que ellos- pueden pedir viajar a Dreamland, código con el que camuflan la prostitución.

¿Se retratan casi como citas en las que encima los chicos llevan un dinero a cambio? Puede, pero siendo Hollywood se permiten la licencia de darle glamour hasta esta parte. No nos volvamos locos, sabemos perfectamente que no la tiene, pero con ella permite a sus creadores criticar cómo quienes sostienen la industria y hacen/producen las películas “están podridos”. Y no solo eso, sino cómo desde los diferentes estratos, incluida la policía, todos lo permiten, aceptan e incluso apoyan. “La hipocresía es la base de esta ciudad”, le explica Ernie (Dylan McDermott), jefe de la gasolinera a Jack.

Y de Dreamland viajamos a Hollywoodland. Fue en 1923 cuando el famoso cartel de Hollywood fue levantado, publicitando, antes de convertirse todo un símbolo, el nuevo barrio que estaban a punto de construir. Sus letras son a las que los protagonistas se suben en su cabecera, como premonición de lo que luego narran los episodios ya que, la historia con la que el grupo va a tratar de cambiar la historia del cine -y hasta social- es la de Peg Entwistle. Una actriz que debutó en Broadway con tan solo 17 años, cuando los críticos la erigieron como una de las grandes promesas. Y ya se sabe, de grandes promesas, grandes decepciones.

Con la llegada de la Gran Depresión y la falta de dinero, los teatros comenzaron a despoblarse en Nueva York, y viajó a Los Ángeles a buscarse la vida en la gran pantalla. Aunque costó, consiguió un papel en Trece mujeres, pero la película recibió tan mala prensa que volvieron a montarla, cortando la mayoría de las escenas de Peg. Frustrada, conseguir un nuevo proyecto se convirtió en una misión imposible y, el 18 de septiembre de 1932, se suicidó lanzando desde la letra H del famoso cartel. Dejó una nota en la que dijo: “Tengo miedo, soy una cobarde. Lo siento por todo”.

La actriz es ahora recordada en gran parte por el que fue el desenlace de su vida, pero su caso es una muestra de la voracidad en la que Hollywood sucumbe a quienes intentan abrirse paso, y lo difícil que es mantenerse a flote no importen las caídas, ni las subidas. Su caso es al que a los aquí aún soñadores tratarán de poner algo de freno, luz y poca cordura. No en vano, las grandes hazañas siempre parten de corazones y mentes calientes, dispuestos y unidos para no escatimar ni un solo soplo de aliento. Si aún así se consigue o no, nadie tiene la fórmula para preverlo, creerlo, ni suponerlo.