Juego de Tronos 7x01 Review: El secreto de ‘Rocadragón’

Juego de Tronos 7x01: El secreto de ‘Rocadragón’

Por Alberto Rodríguez

Costaba creerlo, pero finalmente el invierno ha llegado en pleno mes de julio, como se predijo desde hace meses por cualquier medio de comunicación disponible. Y aunque las lluvias torrenciales que azotaron a España hace unos días nos demostraron que el cielo se podía cubrir de tinieblas en medio del verano, la verdadera materialización de que el invierno ya está aquí es la imagen de los caminantes blancos avanzando entre la bruma gélida y guiados por el tenebroso ‘Rey de la Noche’, cuya mirada azul es capaz de atravesar cualquier fluido de gas que se interponga por delante. Pero como dijo el archimaestre de la Ciudadela de Antigua, “el invierno pasará, al igual que los anteriores”. La cuestión es cómo y de qué manera.

Y he aquí un apunte que podría ser la punta del iceberg en la manera de derrotar a los todopoderosos caminantes blancos: el origen de su creación. Si recordáis la visión que Bran tuvo la temporada pasada –y si no más abajo se encuentra el vídeo con la secuencia– en ella se muestra como ‘Hoja’, una de los Hijos del Bosque, contribuyó a la gestación del primer caminante blanco por medio de un extraño rito consistente en introducir una hoja de vidriagón en el pecho desnudo de la víctima humana de dicho sacrificio. Instantes después en la mirada del desdichado se tornó ese azul característico que ya nos es tan familiar. La justificación que dieron para la creación de tamaña amenaza fue la lucha contra los hombres, cuyo avance estaba poniendo en peligro la continuidad de los bosques y la vegetación salvaje. El problema, como suele ocurrir a menudo en estos casos, es que el arma se les fue de las manos. Y ahora peligraban todas las especies de los siete reinos.

Sin embargo, la cultura ancestral nos revelará en este magnífico episodio de apertura que tal vez no todo esté perdido aún, y que el sencillo y doloroso gesto que supuso la génesis de los caminantes blancos suponga también su final.

(Desembarcan los primeros spoilers de la temporada)

El Norte y sobre todo Arya no olvidan

La luz es tenue en el salón ceremonial de Los Gemelos. Todos los hombres de la casa Frey están reunidos a la mesa disfrutando de un opíparo banquete. El clímax de la celebración es alcanzado cuando el Señor de las tierras de los ríos, Lord Walder, levanta su copa para brindar junto a su familia con un vino que ha sido reservado para la ocasión. Un cierto regusto a pasado se empieza a respirar en la misma estancia donde se cometió la barbarie de la Boda Roja. De hecho, el propio Walder trae el tema a colación justo después de que sus hombres hayan bañado sus gaznates con el licor que les acababa de ofrecer. Por cierto, el soberano retiró el cáliz de sus labios sin llegar a probar ni una gota. Una actitud sospechosamente familiar.

Mientras tanto, el speech sobre la Boda Roja continuaba, y, más que una arenga para alentar a sus huestes, se trataba de un reproche condescendiente donde el Señor se atrevió incluso a poner en tela de juicio la verdadera bravura de sus soldados. Sin embargo aquello no tenía sentido alguno, ya que fue idea de Lord Walder llevar a cabo el genocidio de los Stark. Todo esto escondía un móvil.

En efecto. A los pocos instantes de comenzar a hablar, las palabras de Walder fueron interrumpidas por una serenata de abruptos atragantamientos y espasmos entre sus hombres, los cuales, empezaron a ahogarse con su propia saliva envenenada. El soberano entonces siguió hablando, recordándoles el descuido fatal en el que incurrieron al no acabar con la vida de todos los miembros de la familia Stark: “Si dejas vivo a un lobo, las ovejas nunca estarán a salvo”.

Y efectivamente así fue. Porque cuando ya pensábamos que se trataba de una reprimenda y al rey se le había ido la cabeza, Arya Stark se quitó la máscara y dejó ver que su estancia en la casa del Dios de muchos rostros había quedado amortizada y con intereses. Pero no acabaría aquí el día. Después de tachar otro nombre más en su lista de venganza, pudo disfrutar de un buen conejo a la brasa en compañía de unos soldados y del mismísimo Ed Sheran. El cantante británico ha sido la sorpresa en esta primera entrega de la temporada y no sólo ha desempeñado la labor de soldado, sino que incluso se ha atrevido a entonar una bella serenata que fue precisamente la que sacó a Aria de sus absortos pensamientos mientras cabalgaba al lado del campamento.

Una buena cena siempre invita a una buena conversación, y en vista de que el grupo de hombres fueron amables y hospitalarios con Aria –la muchacha tenía cara de ‘volver a tener fe en la humanidad’–, ésta se atrevió a contarles el objeto de su viaje a Desembarco del Rey: “¡voy a matar a la reina!” Las risas invadieron el ambiente alrededor del fuego, incluidas las de la propia Aria. Que rían… ya reirá ella la última.

Los últimos Lannister

Y hablando de la Reina de los siete reinos –o más bien tres, según su hermano Jaime-, Cersei Lannister, la primera de su nombre, se encontraba ya con la mente puesta en cómo conservar el trono de hierro ante un sinfín de enemigos que la rodeaban por todos los puntos cardinales: en el este, Daenerys de la Tormenta navegaba hacia Poniente junto a los Inmaculados y su hermano Tyrion como mano de la soberana. Su odio por su hermano enano la mantendría convencida hasta su muerte de que fue él quien asesinó a su hijo Joffrey y a su padre. Como sabemos, sólo es autor de una de las muertes. Pero donde cabe uno, caben dos. Por el Sur, las Serpientes de Dorne no perdonarían jamás la muerte de su príncipe, el joven Oberyn Martell a manos de La Montaña. Al Oeste, Olenna Tyrell también había revelado sus verdaderas intenciones para con la casa Lannister. Máxime ahora que había perdido a sus dos nietos. Y qué decir del Norte, donde Jon Nieve había sido proclamado Rey ahora que la casa Bolton había caído.

El fresco del mapa pintado en uno de los patios de palacio no ofrecía una buena perspectiva para la recién coronada reina, la cual, en estos momentos luce un look más austero y severo. Fruto sin duda de las enormes pérdidas a las que ha tenido que hacer frente en los últimos años, incluyendo la pérdida de su último hijo, que decidió suicidarse al descubrir el horror del que era capaz su madre. En otras palabras, la traicionó. O eso pensaba la soberbia Cersei, cuya mente estaba centrada en sobrevivir e instaurar una dinastía que durara mil años. Aunque no fuera para sus descendientes. Aunque fuera para Jaime y ella, los últimos Lannister.

Y como bien dice el dicho, ‘el muerto al hoyo, y el vivo al bollo’, desoyendo los consejos de su hermano y amante, decidió invitar a Euron Greyjoy, el soberano de las Islas del Hierro. El tío de Theon y Asha resultó ser un corsario encantador. Zalamero, atrevido y con una ligera dosis de cinismo. Hasta el punto de llegar a afirmar haber disfrutado de la carnicería llevada a cabo por el propio Jaime años atrás cuando los Lannister lucharon contra su clan.

Sin embargo estas ladinas artes no eran suficientes para convencer a una tibia Cersei que, sencillamente, se había sentado a mirar por curiosidad cómo se ofrecería el desaliñado aunque atractivo ‘galán’ que pedía su mano en matrimonio. Las Islas no valían nada pero Euron era el capitán de la Flota del Hierro, con más de mil naves que podrían suponer una gran defensa para la acorralada Cersei. Mas en el noble arte de la negociación el que primero habla, pierde. Es por ello que la presumida Reina decidió rechazar la oferta y hacerse la dura. Euron podía subir. Y el joven pirata, sabedor de las reglas de este ancestral combate, decidió aceptar la invitación y prometió a la monarca la entrega de un generoso regalo a su vuelta a Desembarco del Rey. Y sabe Dios que ese regalo llegará porque Euron no parece dispuesto a dejar escapar a la hermosa mujer rubia que lo miraba con despotismo desde su trono. Además, Cersei no está para elegir. ¿Qué podrá más? ¿El hambre o el orgullo?

El norte debe permanecer ¿unido?

Primera asamblea como rey de Jon Nieve y primera disputa entre hermanos. Sansa cuestionó a su hermano bastardo –en realidad primo– delante de los representantes de todas las casas del Norte. La diatriba: perdonar o no las casas Umber y Karstark, las cuales, apoyaron a Ramsay en contra de los Stark. Jon era partidario del perdón. Para él, las guerras del ayer ya no importan. Otro caso era el de Sansa, cuyo interior se había encrudecido después de los horrores vividos, y quien tenía una visión más práctica del asunto como es castigar las traiciones y dar ejemplo.

Finalmente la paz se impuso. Bueno, Jon la impuso. Llamó a los jóvenes descendientes de ambas casas y les pidió que renovaran su juramento frene a la casa Stark. El joven lobo no culparía a los hijos de los pecados de sus padres. Y en otro orden de cosas, pidió a los hombres libres que se convirtieran en ‘la nueva guardia de la noche improvisada’ al pedirles que protegieran los castillos y fortalezas de la zona. Por cierto, Meera y Bran alcanzaron el muro, a salvo por fin de los caminantes. Es cuestión de tiempo que el joven vidente se reencuentre con sus dos hermanos mayores.

Pero en esos momentos, ambos andaban con una refriega familiar. Jon reprendió a Sansa por intentar socavarle. La pelirroja se excusó explicándole que tenía que ser más fuerte que su padre y su hermano, los cuales, habían acabado decapitados. Pero detrás de esa buena intención se escondía el germen de las malas artes de Lord Baelish, cuyo pasado como regente de burdeles dejó atrás para dedicarse al no menos lucrativo oficio de la política. Su ponzoña está intentando corromper a Sansa para ponerla en contra de su hermano. De momento la muchacha se mantiene fuerte e inmune. Pero puede llegar un momento de flaqueza en el que su camino se desligue del de su hermano –al fin y al cabo batallaban desde niños- y entonces ‘el Meñique’ haga uso de sus malas artes para engañarla de nuevo.

El ladrón de libros

¡Ah, la apacible vida de la Ciudadela! Qué mejor forma que vivir dedicado al noble arte de cuidar a los enfermos, estudiar las escrituras, recoger los urinales de los pacientes, el retiro espiritual, limpiar las letrinas, llevar una dieta equilibrada, ¿he dicho ya recoger excrementos?

Sí, al pobre Samwell Tarly la vida monacal le estaba llevando al borde de la extenuación. Pero por tedio. ¿Quién le iba a decir al joven estudioso que echaría de menos el campo de batalla? Al menos una noble misión le mantenía alerta en su puesto: el acceso a la zona restringida de la biblioteca, donde se encontraban las fuentes que narraban la historia de la Noche Eterna. Allí, agazapado en la oscuridad, mientras los maestres dormían, el ladrón tomó prestados un par de valiosos volúmenes que le darían una gran alegría: los antiguos protegían sus armas con puntas de vidriagón. Y precisamente de este mineral existe una montaña entera en… ¡Rocadragón! El primer asentamiento de los Targaryen y lugar de nacimiento de Daenerys. Y siendo éste un lugar tan emblemático para ella, no podía ser sino este el lugar escogido para su desembarco.

Pero había alguien más en la Ciudadela muy interesado en conocer si la Reina Dragón había alcanzado tierras de Poniente: Jorah Mormont, el cual, se encontraba recluido en el sanatorio donde trabajaba Sam a causa de la enfermedad degenerativa que contrajo, la psoriagrís. Casi le da un susto de muerte a Sam al requerirle respuesta. El pobre no sabía nada. Y mucho menos la relación de ese paciente con la dothraki.

Pero aunque Sam no lo sabía, Daenerys de la tormenta había llegado a Rocadragón. Con una actitud muy litúrgica, se reencontró con su tierra llevando a cabo una serie de hitos: se arrodilló y toco la arena con sus manos; se quedó mirando fijamente las dos cabezas de dragón que controlaban la entrada; cruzó el umbral del salón con solemnidad y dedicó unos instantes a admirar el que otrora fuera el trono de sus antepasados. A continuación entró en las dependencias aledañas, donde todavía se encontraba la mesa de asedios de Stannis. Y al ver aquella pulverulenta mesa de juego con las naves caídas y la representación del territorio, sólo pudo preguntar una cosa. Tan evidente y sencilla a la vez: ¿comenzamos? ¡Claro que comenzamos, Daenerys, y esta vez para terminar!

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