Crítica

'Kosta. The Paradise': Fran Perea y Riitta Havukainen destapan la verdad bajo el artificio de este thriller

“Has hecho lo mejor que has podido”. La detective finlandesa Hikka (Riitta Havukainen) apacigua los ánimos de Andrés Villanueva (Fran Perea) después de que su principal sospechoso policial haya decidido cerrar el caso abriéndose la crisma tras un salto al vacío a la desesperada. “Pero no ha bastado”, responde él policía malagueño en un inglés de batalla. “Eso pasa”, replica ella, consciente de que reconoce en sí misma ese derrotismo.

Podría decirse que tampoco basta con echar el guante a solo dos de los ocho episodios que componen una serie para poder establecer análisis más precisos, por lo que habremos de hablar de premisas, ciñéndonos a lo que nos revelan las pruebas preliminares y conjeturando a partir de ellas hipótesis sobre nuestra investigación. En el caso de Kosta. The Paradise (Paratiisi, Matti Laine, 2020), las evidencias que se recogen tras sus 100 primeros minutos acusan a la trama policial central de un interés relativo. Se diría casi que funciona como móvil para justificar el seguimiento a la conexión algo más que profesional entre la infrecuente pareja protagonista (una mujer madura y un hombre más joven pero desaborido), sobre la que recae el peso de la responsabilidad emocional de esta singular ficción, de identidad brumosa.

Kosta. The Paradise se asienta sobre la extrañeza: la extrañeza de su escenario, una Málaga reconvertida en Finlandia en miniatura, desubicada y desnaturalizada, donde el finés y el castellano solo encuentran un inestable punto de avenencia en el inglés, una lengua que no es la de nadie; la extrañeza argumental, que parte de una historia criminal -el asesinato de una familia nórdica recién instalada en el lugar- que enseguida se resuelve, descifrándose como una coartada narrativa que sirva como excusa para reunir a sus dos estrellas internacionales y abocarlos a una trama de mayor calado. Como ocurre con ese paraíso con el que título define al aparentemente plácido asentamiento escandinavo en la Costa del Sol, la serie delata pronto su artificio: el idílico prólogo que sigue los pasos de la familia luego asesinada; la extrema pulcritud de las localizaciones -ese pájaro piando en una jaula impoluta al comienzo del segundo episodio, en un apartamento donde yace un cadáver en una asepsia perfecta-; las relaciones en el departamento de policía de la localidad, donde todos interactúan con forzada naturalidad.

Sobre este decorado simulado y paralizado, casi atemporal, los personajes de Havukainen y Perea se posicionan como contrapeso, sujetos en transición, a los que el tiempo les pesa sobre los hombros. La carga de ella se hace corpórea en el marido que deja en su país, aquejado de alzheimer, enfermedad que uno y otro tratan de obviar pese a su incidencia clara en la relación y, por extensión, en ella misma, consciente por ende de su propia edad, considerada demasiado avanzada como para ejercer de policía; y si ella trata de negar su madurez, su compañero español manifiesta un acusado desgaste en su compostura, fruto de un trauma solo levemente intuido en el primer par de entregas, que lo aviejan y arrugan hasta hacer de él otra figura incluso anacrónica, especialmente con la entrada en escena de la aplicada compañera de patrulla encarnada por María Romero.

La progresiva complicidad y comprensión que se establece entre ambos, dos individuos desarraigados en un tiempo y entorno solo en apariencia reconocible, aun separados por su generación y su idiosincrasia cultural, es el caso sobre el que la realizadora Marja Pyykkö tiene más interés en detenerse a indagar, donde encuentra su tempo y su vehículo de expresión más allá de los idiomas esta serie. Su horizonte, en definitiva. Tal vez esa relación destape la verdad que la cortina genérica (en un sentido amplio) conspira por ocultar en The Paradise. Será entonces cuando comprobaremos si bastaba con eso o si el vacío al que saltar era demasiado grande.