Héroes de (in)acción: así se enfrenta el género a una nueva normalidad sin “contacto sangriento”
La filmografía de Scott Adkins defiende una idea corpórea del cine, que le exige mantenerse en movimiento continuado, en estrecho y eterno contacto con el adversario. Podemos concretarla en una imagen: una acrobacia flotante cuadrada dentro del plano, que culmina con un impacto rotundo de su extremidad sobre la superficie del contrario. La distancia de seguridad en su corpus fílmico es la más cercana posible al oponente, la que permite el intercambio de golpes y asegura la contusión. En su máxima expresión, el actor vive de estar siempre en guardia, estudiando el movimiento de su contrincante, preparado para pasar al ataque. Acción y reacción, en un bucle eterno dibujado por una pierna en un giro de 360 grados.
Cuando la gobernadora de Alabama Kay Ivey declaró el estado de emergencia en el estado debido a la propagación del coronavirus, apenas había transcurrido media jornada de rodaje de su siguiente esfuerzo fílmico, Castle Falls, un actioner independiente dirigido y coprotagonizado por Dolph Lundgren dentro de los límites del territorio. Tras algo más de una semana preparando las coreografías que iba a desplegar en pantalla, asistido por uno de sus coreógrafos de confianza, el sueco Tim Man, Adkins empacaba para volver a su domicilio en Inglaterra. El movimiento se paraba en seco, una situación inédita para un artista marcial habituado al destajismo y, sobre todo, al contacto, si se permite el guiño, sangriento.
La lucha contra el estatismo
La cuarentena obligada a la que se ha visto sometida la población mundial tendría un efecto inmediato en el medio televisivo: España sería pionera al lanzar la primera ficción producida en confinamiento, unos Diarios de la cuarentena que pretendían describir en un tono humorístico y liviano, la experiencia del confinamiento. Tras la iniciativa de Televisión Española, otras plataformas, otros países, apostarían por la producción bajo mínimos que exigía la tesitura, obviando toda consideración formal y apostando por una aproximación rasa a la imagen.
En paralelo, los principales programas trasladaban a su equipo a sus viviendas, de igual forma que hacían estrellas internacionales, a través de los medios convencionales o de las plataformas de las redes sociales, y cerraban lucrativos negocios gracias a ello. John Krasinski, reconvertido en cinético Jack Ryan televisivo, vendió el formato Some Good News, pensado como entretenimiento blanco para tiempos oscuros, a ViacomCBS por una cantidad lo suficientemente importante como para no trascender. Los reencuentros se hacían norma y se configuraban como evento, simulando una distante cercanía entre sus intérpretes, cabezas flotantes armadas con auriculares y micrófonos caseros. Los cuerpos se sobreentendían, la expresividad se reducía al rostro. Las imágenes veían su fondo desdibujados. Para particulares como Adkins, que habían convertido sus cuerpos en los vehículos de expresión, el plano general en la vía de transmisión y comunicación principal, el estatismo que ha acarreado el coronavirus asfixiaba como una llave de jiu jitsu comprimiendo el cuello hasta someterlos.
“No hay nada mejor que la acción hecha delante de la cámara. Nada puede superar eso. Sabes que es real”, manifestaba recientemente a Inverse, con motivo del lanzamiento de Legacy of Lies, su más reciente producción. Si bien ha reiterado estas palabras a lo largo de sus carreras, resuenan con más fuerza en estos momentos. En la privación de estímulos que acarrea el distanciamiento, el cine de acción, en particular, la acción marcial, permite al espectador una identificación sensorial, una participación en el esfuerzo físico que acarrea la dinámica del combate cuerpo a cuerpo. La participación consciente sobre el martirio corporal se hace mayor, nos recuerda en la distancia las posibilidades a nuestro alcance. Posibilidades que requieren de observación y ejercicio activo.
Entrenamiento en serie, entrenamiento en serio
A mediados de abril, Jean-Claude Van Damme estrenaba en su canal de YouTube Train With Van Damme, un programa de gimnasia en el que “los Músculos de Bruselas” desgranaba una extensa tabla de entrenamiento con la que alcanzar un estado de forma ideal, empleando para ello objetos caseros. Su planteamiento no era diferente al de, por ejemplo, Muévete en casa con Cesc Escolà en La 2; no obstante y a diferencia de este ejemplo español, no había sido una consecuencia directa del confinamiento. El docushow del eterno Kickboxer había arrancado su producción en 2017, en pleno proceso de recuperación de una lesión -por lo tanto, un momento de pasividad para un artista formado en la cinética- y con el fin de ser comercializado posteriormente, si bien permaneció guardado hasta un momento propicio en el que el modelo de negocio tenía sentido.
Van Damme se convertía en prescriptor ideal para esta clase de técnicas, con distintos grados de dificultad, en tanto que su propio cuerpo, cincelado con precisión a sus recién alcanzados sesenta años y tras más de tres décadas de luchas en cámara, constituye la mejor garantía. Aun con la intensidad requerida para llevar a cabo cada flexión o extensión, el tono es relajado, propio de quien conoce sus capacidades y sus articulaciones (recomienda, en su descargo, consultar con médicos antes de empezar su instrucción en caso de dolencias o lesiones previas), de igual modo que lo hace Michael Jai White.
Poseedor de ocho cinturones negros con varios grados en diferentes disciplinas y ganador de cerca de una treintena de títulos en campeonatos, el infalible Black Dynamite también ha potenciado durante la cuarentena su canal de YouTube, que alcanza el millón de suscriptores a finales de julio, con cada vez mayor producción propia: así, a finales de marzo lanzaba su propio formato online, The Jai Method, con el que pretendía devolver la ayuda a los seguidores que le habían ayudado a estar en el lugar dentro de la industria del entretenimiento: “Me comprometo a compartir aquí el conocimiento que he acumulado durante estros años de artes marciales, fitness, nutrición y defensa personal”, explica en la sinopsis, “para alcanzar la salud mental y física”.
Un modelo de negocio sustentado a través de Patreon, una de las herramientas de monetización más recurrentes para los creadores de contenido en red, que parte de nuevo de reafirmar que lo que vemos en filmes como Promesa sangrienta, Falcon Rising no es inalcanzable, sino asumible, incluso palpable. La acción se convierte en propulsador de un estilo de vida consciente.
The Jai Method y Train With Van Damme no solo ofertan la ilusión de alcanzar un grado aspiracional de excelencia. Una excelencia que también se exige en sus hechuras, con unos valores de producción que tratan de elevarse sobre la medianía de YouTube. En su imagen cuidada está también su razón de ser. Y por eso mismo, no pueden considerarse como un pasatiempo ante el aburrimiento de una estrella ociosa, ni como un simple vehículo de interacción con sus fans. En ausencia de nuevos títulos a corto plazo, supone una extensión de su carrera cinematográfica, otra representación de los arquetipos que asumen, de los valores que representan de forma transversal en sus filmografías: el virtuosismo ingenuo del europeo, en un eterno retorno al modelo de sacrificio voluntario de Bloodsport; el estoicismo y sabiduría urbana del americano propia del Case Walker de su bilogía Rompiendo las reglas 2: el golpe final y Rompiendo las reglas 3.
La proporción aurea del crochet
Del mismo modo que Train With Van Damme, The Jai Method no nació con el confinamiento, pero se entendió su lanzamiento como la alternativa idónea al parón de la acción, una manera de mantener el movimiento. Adkins, en cambio, sí afronta el desarrollo de una programación propia una vez se ve de vuelta a Reino Unido, encerrado en su casa, cundo su cadena de producción quedó truncada por las circunstancias adversas. Desde el momento en que su actividad queda reducida al interior de cuatro paredes, el alter ego del invencible Yuri Boyka enlaza hasta tres formatos diferentes, en lo que parece sin duda un adiestramiento progresivo hacia la serialización de contenidos propios, con conciencia autorreflexiva.
En primer lugar, Top 5 Movies, un microespacio de entre 5 y 10 minutos donde analiza las películas de su carrera que mejor le definen como persona cinematográfica -es un matiz importante: Soldado Universal 4: El día del juicio final, considerada por él mismo la mejor obra en la que ha participado, ocupa el cuarto lugar de este ranking particular-, desgranando en cada entrega los principales desafíos a los que se enfrentó en ellas y, por el camino, enumerando las numerosas lesiones causadas por su desempeño físico. El nivel de exigencia aumenta en su siguiente propuesta, más en la línea de las anteriores de Van Damme y White, The Most Complete Kicking Tutorials, una serie deportiva donde explica la ejecución de su arsenal de patadas, a modo de simposio, y en los que incluye graduales golpes (con perdón) de humor procaz, del mismo modo que ha ido introduciendo la comedia en sus más recientes trabajos (con Accident Man a la cabeza).
Sin embargo, ambos, con una estética netamente casera, han de considerarse como tests previos al más ambicioso The Art of Action. Bajo este nombre se esconde un programa de análisis cinematográfico, con periodicidad semanal y de una hora de duración, donde aprovechando organiza debates telemáticos con otras estrellas internacionales de su género en los que tratan de explicar las claves de las coreografías marciales de películas de toda época y nacionalidad. Adkins reconstruye su figura más allá del performer y se reformula como entrevistador, manejando los tiempos de la conversación como acostumbra a hacer con el ritmo interno de sus peleas escenografiadas.
The Art of Action funciona a un doble nivel para completar al inglés, que empieza partiendo de sus propios compañeros de reparto a analizar sus secuencias de combate más lustrosas -primero con Marko Zaror, con quien reduce a polvo su pelea en Invicto 3; y a continuación con Kane Kosugi, sobre su enfrentamiento final en Ninja II- para a continuación salirse de su círculo estricto y aproximarse a distintas visiones autorales del género, como Gareth Evans, director de The Raid y secuela, o Tony Jaa, que a su vez amplían el ámbito de estudio a latitudes orientales. A la par que explora y expande sus propios límites -cada nueva entrega se entiende como un estiramiento de sus ligamentos comunicativos- imprime una historia ilustrada del género que le ha dado su razón de ser, a menudo alejado de los focos de estudio profundos -si exceptuamos el díptico en papel Life of Action I y II, de Mike Fury, de cuyo primer volumen fue portada el actor-. Con esta docuserie realizada a contrapié, Adkins reafirma su imagen de último héroe de acción como tal, estableciéndose en un nuevo campo de batalla metarreferencial como el legatario de una estirpe condenada a desaparecer. Un tatami donde pretende ganarse la consideración de uno mismo como artesano frente a quienes desaprueban su oficio y su linaje, ante quienes los han desatendido y han dejado que se desangren; asegurarse, en suma, asegurar el honor del guerrero.
Al fin y al cabo, se aflige, “los días de hacer filmes de acción solo por la acción ya quedan detrás de mí”. Con los rodajes detenidos, mientras los tendones se resienten por los años de martirio, por los meses de sedentarismo, hay nuevas vías para mantenerse en movimiento, para hacer que el icono permanezca activo, entrenado, invencible.