Televisión inteligente, Políticos listos
Uno de los momentos más inteligentes que he disfrutado como presentadora de televisión fue en un programa que compartí con ese crack de la pantalla valenciana llamado Julio Insa. Cuando por exigencia del guión tuve que preguntar al entonces capitán del Valencia, Fernando Gómez, si era cierto que antes de un partido tenía prohibido practicar el sexo. Aún recuerdo la cara de póquer de Fernando saliendo del paso con lo que pudo y a mí saliendo del plano también con lo que pude: una profunda decepción conmigo misma y unas ganas que me moría de volver a pedirle disculpas. Ese día supe qué era lo que no quería hacer como presentadora. También me quedó clarito que seguir el consejo que me diera mi querido Braguinsky cuando empezamos juntos en la tele, con toda la ilusión del mundo, de que no renunciase jamás a la inteligencia para trabajar en el medio, resultaba dificilísimo. Por variopintas razones que no vienen al caso no he vuelto a hacer televisión desde aquel programa, y no ha sido por falta de ganas. Quienes me conocen saben que no he cejado ni un momento en mi empeño por volver a trabajar en un medio que me apasiona. Pero “con fundamento”. La televisión puede ser inteligente, por supuesto, y entretenida, informativa y formativa. Pero tienen que dejar trabajar a los profesionales, que no son los políticos, precisamente. Ni se imaginan los telespectadores cuántos buenos guionistas hay haciendo malos programas, cuántos excelentes periodistas haciendo informativos lamentables, cuántos presentadores estupendos defendiendo nefastos espacios en un frustrante ejercicio de sus profesiones. Resulta tan absurdo. Es como obligar a un albañil a construir torcidos los tabiques y extrañarse luego de la caída de la casa. Ahora escucho las campanas de los “vientos inteligentes” que quieren hacer correr por el medio y pienso que qué bien, que a ver si es verdad y TVE se torna en ficha dominó para el resto de cadenas. Pero conociendo el percal se me tuerce el pensamiento ante la duda de cómo harán los sabios elegidos para contener la gran afición a la televisión de los políticos que los han elegido. Cómo contendrán los tremendos egos e intereses de aquellos que se igualan a cualquier folclórica en el ansia de chupar cámara pues se han aprendido que la pantalla aumenta, fija y da esplendor a su poderío. Y ya puesta me pregunto cómo finiquitarán la imagen de bobas que han construido de tantas presentadoras de televisión porque, créanme, es una lástima trabajar sólo con las tetas teniendo dos palmos más arriba al verdadero artífice de la comunicación: el cerebro.