Caso 'Anna Allen': una emotiva columna, los 'engañados' Esquire y Christian Gálvez...
Una butaca con vistas: Anna Allen, por Julio Bravo
Llevo casi treinta años escribiendo sobre música, teatro, danza, incluso cine. He tenido la suerte de poder hacer de mi pasión por la escena y el arte mi profesión, y soy un privilegiado que ha vivido de cerca momentos inolvidables, compartidos junto a sus protagonistas. Tengo, por tanto, una privilegiada butaca con vistas. Se levanta el telón. No hay descansos en este espectáculo, que no nace con vocación de monólogo. Yo doy el pie, pero la réplica, y el escenario, son vuestros.
Doy fe de que, en esta foto, Anna Allen no recurrió al photoshop. Yo estaba allí y ella también. La foto se tomó en julio de 2013, el día del estreno en Microteatro de una obra escrita y dirigida por la propia Anna, «Exit». Anna y yo nos habíamos conocido en Nueva York (os aseguro que también estaba allí, e incluso nos hicimos otra foto juntos) en febrero de 2010. Yo había ido al Flamenco Festival y coincidí allí con ella. Fuimos juntos al teatro (vimos a Catherine Zeta Jones en «A little night music») y compartimos la primera de las varias conversaciones que mantendríamos a partir de entonces.
Ignoro lo que ha llevado a Anna Allen a querer hacer creer a todo el mundo que ha estado en la gala de los Oscar y a fingir y falsificar amistades y retratos, pero me ha dado mucha pena verla convertida en motivo de escarnio y burla por parte de tanta gente (sobre todo, de los que cayeron en su «trampa» e informaron sobre su presencia en la ceremonia; cosa que a mí tampoco me parecía algo imposible, por otra parte). Siento verla en la diana de todos los chistes y no quiero ni pensar en lo que esto puede suponer para su carrera como actriz. Pero me duele más pensar que detrás de todo esto pueda existir un trastorno o una enfermedad.
Todos ahora se ríen de Anna Allen y hablan de ella como una embustera y una farsante, pero yo me quedo con lo que yo conozco de ella; en julio de 2011 protagonizó en el festival de Mérida «Antígona», y entonces escribi: «su interpretación es poderosa y conmovedora. Ha arañado hasta el último resquicio de Antígona, que se muestra a través de una mirada vidriosa y magnética.
Ha devorado al mito masticándolo con cuidado para comprender cada uno de sus actos, cada uno de sus sentimientos. Y lo ofrece al público con una pasión desabrochada y feroz, especialmente en su tan comprometido como emotivo monólogo final. Me gusta poder darle la bienvenida al teatro a esta actriz, a la que espero aplaudir muchas más veces, y me alegra haber podido asistir a este nacimiento escénico de una mujer a la que aprecio y admiro».
Me quedo con la Anna Allen luchadora, insistente, en ocasiones obsesiva, perfeccionista, que yo entreví en nuestras varias largas conversaciones. Con la mujer apasionada por su trabajo y deseosa de aprender que yo me encontré. Con la actriz magnífica, vibrante y enérgica, que yo conocí y a la que vi trabajar, aunque poco. No sé la verdad que hay detrás de la historia de los Oscar, pero en cualquier caso no me provoca hilaridad, sino lástima.
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