¿Existe lo que no sale en la tele?
Leído en la prensa: “Veinte jóvenes de la italiana Fuerza Nueva agredieron en directo a un dirigente islamista en una televisión local de Verona. Tras la paliza, se continuó la retransmisión”; “Un juez israelí corta la intervención televisada en directo de Ariel Sharon por considerarla propaganda electoral irregular”; “Chávez acusa de golpista al magnate televisivo venezolano Cisneros”. La televisión, por suerte o por desgracia, está cada vez más en el centro de la más rabiosa actualidad como protagonista y no como transmisora de información y acontecimientos. La fuerza que tiene para ganar elecciones, cambiar la sensibilidad colectiva, lanzar a personajes y ser utilizada para la más intensa comunicación persuasiva la convierte, inevitablemente, en un arma maravillosa o maléfica, según el uso que se le da. La Encuesta Gallup, como muestra La prestigiosa firma de sondeos y comunicación Gallup acaba de publicar su “ranking” de los “Españoles más populares del momento” con unos resultados que mueven a la reflexión. De la encuesta, realizada en el mes de noviembre, y que contó con una muestra de más de 2000 personas, se deduce una lista que encabeza José María Aznar, Presidente del Gobierno, y al que sigue, nada más y nada menos, que David Bisbal, que supera a José Luis Rodríguez Zapatero. En cuarta posición, empatadas, aparecen otras dos estrellas mediáticas: Sara Montiel y Ronaldo. Para sorpresa de muchos, el quinto puesto de la lista es para el Rey Juan Carlos, que empata, (¡¡oh televisión!!), con María Teresa Campos. Y para no desmentir nuestra lógica, los siguientes en la lista son el futbolista Raúl, Javier Sardá, Ana Rosa Quintana, Rosa López de OT, los chicos de Operación Triunfo en bloque, Bertín Osborne, David Bustamante, y el primer profesional que no es político, ni futbolista, es el juez Baltasar Garzón, que sale bastante en televisión, claro. En la posición número 13 del ranking está Matías Prats y en la decimocuarta, empatada con Jordi Pujol, Iñaki Gabilondo y Arantxa Sánchez Vicario, la concursante Sonia, de Gran Hermano, la única que ha saltado a la palestra este año, catapultada a la fama por la cuarta edición del reality show. La encuesta de popularidad es estremecedora. Si buena parte de los personajes mencionados tuvieran que responder a la pregunta ¿por qué eres popular?, deberían contestar inevitablemente que lo son porque han salido mucho o muchísimo en la televisión. Resulta especialmente fascinante que David Bisbal se sitúe en la segunda posición de popularidad, que María Teresa Campos empate con el Rey Juan Carlos en la quinta, que los chicos de OT estén hasta en la sopa, y que Sonia, con un par de meses de someterse a la cámara en jornada intensiva, se encarame a la decimocuarta posición después de una polémica huracanada sobre su relación con Bertín Osborne, que por este motivo también aparece destacado en la lista. Ni escritores, ni actores, ni científicos Con estos datos, que no sorprendan las decenas de miles de candidatos a Gran Hermano u Operación Triunfo. Que no impresionen los objetivos de centenares de miles de jóvenes, que a menudo se resumen en uno: “Quiero ser famoso (y rico)”. Y el camino a la fama, el más directo, el más rápido, el más eficaz, es salir en la tele, a cualquier precio: encerrado tres meses en una casa, haciendo el ridículo en un concurso televisivo, contando tu vida en un talk-show, o haciendo el pino dos días consecutivos en la Rambla de Barcelona. Lo de ser un buen profesional, un magnífico creador, es un camino demasiado lento y, a menudo, anónimo e ingrato. Y ya no vale ni lo de ser actor, un buen actor. Lo de ser escritor o científico, para ser popular, ni se plantea. Y que no echen la culpa a la televisión claro. Los principios y los valores se transmiten desde el Gobierno, desde la familia, la escuela, la universidad, y en último termino a través de los medios de comunicación (o de entretenimiento). Y, lamentablemente, la televisión actual está impregnada por la implacable lógica del mercado, porque nuestra sociedad así lo que ha querido. Por la lógica de la oferta y la demanda, incluida la que rige en las cadenas públicas (generalistas, autonómicas y locales) de este país. Lo que no tiene audiencia, no vale. Y la audiencia se genera, en buena parte, a partir de una decisión individual, de un mando a distancia o de un pacto familiar. Si no gusta este panorama, empecemos por intentar cambiar a cada uno de los españolitos. A cada una de las familias. Cambiemos la sociedad desde la base. Que su sensibilidad individual o colectiva les haga exigir otros contenidos, les haga elegir otros programas, que cambie la inercia global de este país a partir de cada persona.