Humillación en directo
Las cadenas de televisión lo llaman “entretenimiento sin guión”, conscientes de que eso es, en la mayoría de los casos, una doble mentira. Repentinamente, todas las grandes cadenas de EE.UU. se han volcado en la creación de reality shows, baratos de producir y rápidos de montar, algunos importados de Europa y siempre tamizados con ciertos elementos de crueldad. Suele decirse que los abogados de EE.UU. son unos señores que corren detrás de las ambulancias para conseguir como cliente al individuo accidentado, que siempre podrá demandar a alguien por su infortunio. Ahora los abogados empiezan a revolotear en torno a los estudios de televisión donde se graban algunos de esos programas, cuyos concursantes, dispuestos de partida a aceptar una dosis voluntaria de degradación humana, se sienten tan vilipendiados que piden indemnizaciones por la vía legal. Da esto la razón a quienes sostienen que el estadounidense medio es un sujeto a quien le gusta resolver su vida delante de la televisión o delante de un juez. Los problemas legales se derivan de la llamada segunda generación de reality shows. Los primeros, tipo Supervivientes o Gran Hermano, apenas someten a los concursnates a la leve crueldad de soportar a compañeros insoportables de casa o de isla. Los nuevos productos traspasan esa frontera y bordean la ignominia y el salvajismo para crear un nuevo formato que ya se define como Humiliation TV, la televisión humillante. Es el caso, por ejemplo, de Culture Shock, un programa piloto de la CBS en el que la fase final del concurso consistía en someterse a “las sogas del dolor”, cuatro cuerdas atadas a pies y manos que suspendían en el aire a los concursantes, boca abajo. Quien más aguantara, más dinero ganaba. Una de ellas, Jill Mouser, de 29 años, tuvo que recibir inyecciones de morfina y tratamiento hospitalario por lesiones en la espalda. Ahora ha demandado a los productores por daños físicos y emocionales, a pesar de que había firmado una cláusula en la que renunciaba a cualquier acción legal como consecuencia de su participación en el concurso. El contrato, dicen sus abogados, no contemplaba semejantes vejaciones. El concurso nunca se emitió. “El espectador se siente aliviado al ver que son otras las personas humilladas” Otros programas, como Jackass o Harassment en la MTV, se basan en bromas de cámara oculta que en nada se parecen a los montajes blandos de este formato clásico. A unos turistas les colocaron un cadáver de mentira en la bañera de su hotel mientras supuestos policías amenazaban con detenerlos por el “crimen”. Han demandado al hotel y a la cadena. En un aeropuerto de Arizona, actores vestidos con uniformes de agentes de seguridad obligaron a un viajero a meterse de cabeza por el aparato de rayos X que inspecciona los equipajes. Salió sangrando. También tiene una demanda en curso. El productor del programa, Peter Funt, todavía se queja de que algunos no tengan sentido del humor: Le hicimos daño sin querer. Nos alegramos de que no fuera gran cosa. Trasladamos el caso a nuestra compañía de seguros y le ofrecimos una compensación, unos cuantos miles de dólares, pero no los aceptó“, asegura. Robert Thompson, profesor del Centro de Estudios de Televisión en la Universidad de Siracusa y auténtico referente académico en la cultura popular de EE.UU., se muestra convencido de que el elemento que proporciona el éxito a estos programas no es la humillación, sino la gratificación. ”El espectador se siente aliviado al ver que son otras las personas humilladas mientras él se siente seguro en el sillón de su casa“, asegura. Los directivos de las televisiones saben que programar reality shows es más barato y menos arriesgado. Son sólo cinco o seis episodios, se cancelan si no funcionan y dan que hablar durante un mes. Los números no engañan: en la última temporada, las cadenas han renovado casi todos los reality shows, pero sólo cuatro de las últimas 30 telecomedias. El catálogo de humillaciones es suculento. Hay que comer ojos de oveja o sopa de rata en Fear Factor, de la NBC, o hay que competir haber quien come más en Glutton Bowl. Artículo publicado en EL PAÍS. Javier del Pino, Washington, 8/1/03