Tiempos de guerra en la prensa italiana
De una de las paredes del despacho de Paolo Serventi Longhi, secretario general del sindicato italiano de periodistas, cuelga enmarcado un número del diario de la familia Berlusconi, Il Giornale, del que llama la atención un titular escrito en grandes caracteres: “La Yihad mediática”. El ejemplar es de enero de 2001, en plena precampaña de las elecciones que ganó el magnate de la televisión privada, y el diario recurría a la terminología de la guerra santa para definir la posición de la prensa internacional respecto a Il Cavaliere. Casi dos años y medio después, la Yihad parece más viva que nunca, a juzgar por la agitación que recorre las redacciones de los principales medios italianos. El miércoles se convocaron tres jornadas de huelga y dos manifestaciones en defensa de la “autonomía de la información”.
En la sede de la Federación Nacional de Prensa Italiana (FNSI, por sus siglas en italiano) se palpa la tensión de los grandes desafíos, y es que el poderoso sindicato, creado en 1908 por una profesión que en Italia goza de una elevada consideración social, ha decidido lanzar una nueva oleada de protestas. Nada extraño en un país acostumbrado a quedarse sin prensa cada vez que se renueva el convenio colectivo nacional. De momento se parte el próximo martes, 10 de junio (las televisiones dejarán de emitir el miércoles 11), con un paro total reforzado con dos manifestaciones este mismo mes. Pero esta vez no es un aumento salarial lo que está en juego, “sino la libertad de información”, explica uno de los funcionarios que trabajan en la sede sindical de Roma. A los periodistas italianos les preocupa la concentración de medios de comunicación en manos de Berlusconi y la influencia, cada vez mayor, sobre los que no le pertenecen.
Hace apenas diez días rodó la cabeza de Ferruccio de Bortoli, director del Corriere della Sera, reclamada, aseguran fuentes periodísticas, por el propio Cavaliere. De Bortoli lo negó el pasado martes en su breve discurso de despedida: “Me voy por razones estrictamente personales”, dijo, pero no dejó de subrayar “el gran problema” del conflicto de intereses “que enturbia las relaciones entre los medios y el poder”.
La lista de “agravios”, dicen en la federación, que tiene 19 asociaciones regionales, es larga. “No hace mucho el Gobierno envió inspectores a la RAI para investigar por qué se emitió una filmación en la que una persona le llamaba 'bufón' a Berlusconi”. Sin olvidar el “despido fulminante” de dos profesionales de la televisión pública como Michele Santoro y Enzo Biagi, criticados en público por Il Cavaliere. La RAI es fuente de permanentes dolores de cabeza para el Ejecutivo. A diario los redactores firman escritos de protesta, denuncian presiones del Gobierno o la vulneración de algún sacrosanto derecho. Con sus 1.600 periodistas, es un gigante ingobernable, pese a que Berlusconi ha cambiado dos veces el equipo directivo.
Motivos hay, por tanto, para esta nueva movilización, como ha subrayado Serventi Longhi. Aun así, es poco previsible que alcance la virulencia de la batalla de 2000, cuando los periodistas secundaron en masa más de media docena de paros que afectaron a la práctica totalidad de los medios. “Siempre hay algún diario que no se suma a los paros, por ejemplo, Il Giornale, Libero, Il Fogli o[diarios próximos a Berlusconi] y otros que salen sin la colaboración de sus redactores”, opina un portavoz del sindicato profesional. Eso sin contar las huelgas aisladas que llevaron a cabo algunos diarios, caso de La Repubblica, embarcado en la negociación de su propio convenio. También este año ha habido un par de huelgas, además del paro de la redacción del Corriere, que se cruzó de brazos el 30 de mayo en protesta por el cese de su director.
A la vista de los datos, parece fuera de dudas la combatividad de la prensa italiana, “protegida” en todas sus batallas por un sindicato de acero, al que pertenecen los 30.000 periodistas en activo que hay en el país. En casi un siglo de historia, el sindicato no ha dejado de luchar por el mantenimiento del poder adquisitivo de sus afiliados y por la permanencia de algunos privilegios, como su propio Instituto de Previsión, gracias al cual la profesión gestiona sus cotizaciones con vistas a la jubilación. Los periodistas han gozado durante años de beneficios menores, como rebajas en los ferrocarriles y en los vuelos de Alitalia, y son un gremio respetado e influyente.
Al menos teóricamente, el prestigio no está ligado al sueldo. “Un redactor no gana más de unos 1.300 euros mensuales”, aseguran en el sindicato. Pero es una cifra engañosa a la que hay que añadir cantidades variables, dependiendo del medio. Aunque los convenios laborales que firma la FNSI con la patronal del sector (Fneg), por una duración de cuatro años, son de carácter nacional, los grandes medios tienen su propio acuerdo. En uno y otro caso, las cuentas se revisan cada dos años para comprobar que la inflación no ha reducido la capacidad adquisitiva de los profesionales. En estos momentos está a punto de comenzar esta fatídica revisión. El sindicato reclama un aumento del 5% o 6% de los salarios. Y está dispuesto a defenderlo recurriendo a la huelga. Aunque la del 10 de junio, insisten, será exclusivamente política.