Especial Vertele

Una visita a las “entrañas” de “Gran Hermano”

Nos acercamos a la casa de Gran Hermano, una construcción que, desde fuera, es lo más parecido a un búnker de la 2ª Guerra Mundial. Miembros de seguridad, vallas metálicas y un enorme bloque de cemento protegen la vivienda más popular de la televisión. Llegamos a la parte trasera del complejo y, allí delante, divisamos un bella vista fotográfica de la sierra madrileña. A una distancia de apenas 50 metros, cuelgan de un chalet carteles de protesta por la molestia que les ocasiona la presencia en su vecindario de todo este tinglado. Tras unos minutos de espera, entramos por fin al interior del edificio, y de ahí a la zona de control, el “cerebro” de Gran Hermano. Un numeroso grupo de personas, comandadas por el director y voz del programa, Roberto Ontiveros, permanecen constantemente atentas a más de 20 monitores, varios ordenadores y editores de imagen. La actividad es frenética, “atento a la cámara 6”, “cógeme esa toma”, “mira lo que pasa en la 4”, “quiero ese total”, “pincha en la habitación de Jacinto”... una gran cantidad de ojos que velan por el correcto funcionamiento “neuronal” de la casa. Según Ontiveros, “lo que anima al concurso es que ocurran cosas dentro de la casa, bien sean discusiones, conflictos o amores”. Para el director del reality show, “los 12 concursantes tienen personalidades bastante fuertes, son muy activos, extrovertidos, tienen muchas ganas de vivir esto y, como ocurre siempre, sus reacciones son totalmente imprevisibles. Este aspecto, además de las relaciones personales de la vida misma, hace que nunca dejemos de sorprendernos y aprender cosas nuevas en Gran Hermano”. La cruz de cámaras, toda una aventura

Tras conocer la mente de la máquina, viajamos al esqueleto que la sustenta. Llega lo más excitante, la cruz de cámaras que rodea a todas las habitaciones. Antes de entrar, nos exigen cuatro condiciones imprescindibles que tendremos que respetar: móviles apagados, hablar en voz muy, muy tenue, prohibido realizar fotografías con flash y no acercarnos demasiado a los ventanales -espejos en el reverso de la pared para los concursantes-. Cualquier violación de este minicódigo podría provocar que los chicos se apercibieran de nuestra presencia detrás de los tabiques y, así, dar al traste con la intención principal del concurso, esto es, la incomunicación total de un grupo de personas con el exterior. La cruz de cámaras es un amplio -por largo, no por ancho- pasillo negro, negrísimo, donde una serie de tubos ultra violeta colocados en la parte inferior de la pared de la casa, de forma alineada y estratégica, irrumpen en la oscuridad más absoluta. Sin duda alguna, este “pasadizo secreto” es lo más parecido al Pasaje del Terror de un parque de atracciones. Allí, en el corredor, impertérritas y potentes cámaras con sus respectivos técnicos apuntando al interior de la “jaula”, filmando sin pausa la actividad de los “hermanos”. Sí, sí, y ahí están, comportándose como si ese tremendo conglomerado técnico no fuera con ellos, ajenos a la organizada infraestuctura que rodea sus vidas durante estos tres meses. Observamos, en el cuarto de baño, a Javito afeitándose y a Patricia cambiándose de ropa. En el salón, Óscar charla, sin que podamos oírle, con Elba. A continuación, la ventana que abre la vista del jardín muestra a Candi limpiando el agua y a Ness tumbado sobre una hamaca tomando el sol. Seguimos caminando por el lúgubre pasillo y observamos el corral con los animales, pasamos de nuevo por el jardín, la cocina -hemos dado la vuelta completa a la casa- y por útimo el confesionario, donde nuestros protagonistas se desahogan y relatan sus opiniones sobre tamaña experiencia vital que, visto lo visto, no sé a quién impresiona más, si a los que viven allí dentro o a los que permanentemente les ven desde fuera. ¿Experimento sociológico o, simplemente, un concurso de televisión? Sea lo que sea, desde luego, es algo muy, muy especial. Álbum de fotos y vídeo con declaraciones de Roberto Ontiveros disponible en el margen superior derecho de la imagen