'The Terror' navega sin perder el cauce hacia el horror de su destino manifiesto
The Terror (ídem, David Kajganich, Soo Hugh, 2018) zarpa con su funesto destino ya escrito por la Historia, la que se escribe con hache mayúscula, a menudo con la sangre de seres minúsculos. La expedición emprendida por Sir John Franklin, ilustre oficial de la Armada Real británica, levó anclas en 1845 con el propósito de colocar la pica definitiva del orgullo victoriano en el Ártico, adueñándose del Paso del Noroeste y con ello de la ruta comercial más corta entre Europa y Asia. La heroica misión había de encauzar su carrera hacia las plácidas aguas de la jubilación, pero su vanidad, unida a una deficiente planificación, fueron corrientes demasiado adversas.
Erebus y Terror, las fragatas destinadas a ensanchar la majestuosidad del imperio, quedaron encalladas en el hielo formado sobre las aguas del Estrecho de Victoria, empequeñecidas en la inmensidad gélida, durante tres años. Los 129 marinos que partieron de Greenhithe perecieron irremisiblemente. Unos pocos, quizás afortunados, lo hicieron estando aún a bordo, bajo la fatua esperanza de achicar las placas heladas, carcomidos por el escorbuto y la inanición. Los 105 restantes abandonaron los barcos y se perdieron para siempre en el blanco horizonte. Solo quedaron los reportes de los innuit y contados restos mortales de algunos caídos, roídos por sus desnutridos compañeros, para dar cuenta de la tragedia.
Los intríngulis que condicionaron la malograda aventura han sido, en buena medida, detallados. Hay que agradecérselo a la viuda del almirante, la primera en exigir responsabilidades. Los trabajos de búsqueda culminaron con el hallazgo de ambos buques en 2014 y 2016, en un estado impropio después de 171 años sin noticias. Las cartas y documentos que irían apareciendo permitieron elaborar una escrupulosa cronología de los hechos, a fin de servir como reparación al sacrificio patriótico de la tripulación. Los estudios científicos determinaron el alcance del horror: hipotermia, neumonía, tuberculosis, la intoxicacion por el plomo presente en los armazones y, finalmente, el canibalismo como último recurso. Se sabe que Franklin fue el primero en perecer; el cómo, el cuándo y el dónde, sin embargo, permanecen como un misterio.
De bachear los boquetes se encarga la historia en minúscula, la que vierte la sangre en pos de la alegoría. En este caso, esta producción de AMC bendecida con el marchamo de denominación que se le presupone a Ridley Scott (Scott Free), se sustenta en la novela homónima del multiventas Dan Simmons, que proponía un desvío sobrenatural en la ruta marcada por las biografías. La adaptación televisiva esculpe sobre el escarchado base una criatura inasible, de una fisicidad evidente pero de apariencia incierta, remitente a bestias y a humanos, con una presencia contundente que en realidad entraña un carácter mítico e irreal. Este terror trasciende sobre el nivel del hielo y se dispara a lo cósmico.
La vista atrofiada
The Terror prácticamente desamarra su narración con un esputo mocoso escupido a las primeras de cambio, algo que ha de predisponer a quien se apueste ante el televisor a enfundarse su salvavidas. La inesperada muerte de un joven marinero solo puede ser señal de un mal fario que los navegantes a bordo ignoran, pese a las señales evidentes. Su inesperado y fulminante deterioro avisa de un peligro mimetizado en el medio, que se escapa a los ojos de los occidentales, seguros de sus leyes y tesis sobre el mundo natural. Las reservas de abastecimientos, la coraza gruesa de las naves, la propia identidad nacional, proporciona una falsa y mortífera seguridad.
El espíritu castrense capa el buen juicio, supeditado siempre a la jerarquía. Franklin (Ciaran Hinds), el papel protagónico de acuerdo a los esquemas, pierde su sitio nublado por su propia vanidad. Al teorizar sobre los males que hundieron su travesía, la ficción diagnostica un problema de visión. Los personajes nunca terminan de ver, si no directamente entender, lo que fluye ante ellos. En una escena clave del tercer capítulo, el capitán Francis Crozier (Jared Harris) se hiere el párpado con un catalejo, cuando intenta desentrañar un ataque de la bestia a sus compañeros. Unos y otros están limitados por su mirada.
La penumbra en que se sumen los polos estacionalmente irradia una cualidad simbólica a las desventuras de la tropa. La fotografía que plantean el cuarteto formado por Frank van den Eeden, Kolja Brandt, Florian Hoffmeister y Marci Ragályi se caracteriza por un contraste denso y sucio, unos colores macilentos que se mecen entre un cian hipotérmico y un amarillo enfermizo y, sobre todo, por una agobiante oscuridad. El espectador polizón apenas verá unos palmos más de profundidad que los marinos en la noche, apenas iluminados por una lámpara de aceite. La inmersión es absoluta.
La bruma espacial también lo es temporal. La incertidumbre se adueña de un relato que se desarrolla a pocos y regulares nudos, haciendo suyo el letargo de las huestes, deteniéndose a contemplar cómo la decadencia física y moral se extiende hasta los viajeros más férreos como ondas sobre la superficie acuosa. En su atmósfera gravita un poso de gravedad ante la inevitable resolución, y pese a ello acierta a pescar la emotividad de unos personajes que sabemos que son muertos andantes.
Funesto destino manifiesto
The Terror engrosa sus filas con un reparto casi exclusivamente masculino, dirigidos hacia su particular finisterre con la bandera del colonialismo izada en lo alto. Las poderosas embarcaciones se mecen al son del Rule Britannia. Habiéndose creído su posesión de las olas, y por ende de los terruños que estas separaban, acabaron sobrestimando su propia autoridad de regir la naturaleza y lo que esta esconde.
La criatura, en cambio, avanza segura sobre el terreno que es suyo, diezmándolos. En la tradición lovecraftiana, estamos ante un animal aparentemente indescriptible, cuya visión corta los aires de superioridad de los humanos. Es, también, la forma corpórea de la tradición, representación de mitologías ajenas a nuestra especie, de geografías que no le corresponden. Un horror cósmico, fruto de latitudes vedadas, demasiado grandes como para explorarlas y comprender lo que reside en ellas. Enfrentarse a él equivale a abocarse a un pozo negro y profundo antes de asumir la propia muerte, tal y como plantea una escena crucial para el progreso de la trama.
La crónica del naufragio de esta nación superior evidencia su incapacidad para la comunicación con el entorno ajeno, personificado en la figura de la esquimal Lady Silence (Nive Nielsen). La primera intervención del pueblo innuit se sintetiza mediante la violencia, al matar al padre de ella apenas irrumpe en el cuadro, confundiéndolo con la bestia que se esconde. De nuevo, los problemas de visión causan el conflicto. Todo, por supuesto, en honor de la nación.
Más allá de las referencias lógicas -la serie se sitúa entre Master and Commander: al otro lado del mundo (Master and Commander, Peter Weir, 2003) y La cosa (el enigma de otro mundo) (The Thing, John Carpenter, 1982), por mencionar los títulos más evidentes- podemos tender un puente transoceánico que permita encontrar a las víctimas que nos ocupan con las de Ravenous (ídem, Antonia Bird, 1999).
El polimórfico e incisivo western comparte no solo tiempo -ambientado como está en las postrimerías de la guerra mexicoamericana de mitad del 1800-, sino temas de fondo. Como los camaradas de la Reina Madre, los yanquis (como aquí, mayoría absoluta masculina puntuada por una nativa) apostados en California fundan su fuerte sobre la convicción del Destino Manifiesto, ese que dicta la superioridad de Estados Unidos sobre el resto, sobre quienes estaban antes que ellos en la parcela que ahora delimitan. La canibalización, nunca mejor dicho, no ya de las tierras y recursos sino de los mitos de la población india (la leyenda del weendigo) en el beneficio propio. La resolución de tan jugoso filme (condimentado, eso sí, con un humor mucho más procaz frente a la solemnidad de este folletín) también deja un marcador similar que The Terror.
Parientes cercanas, ambas son historias de supervivencia a mayor gloria de la bandera. El hombre y la tierra, el hombre y el mar. El hombre enfrentado a unos demonios que son los suyos propios. Un terror que hiela la sangre tanto por lo que reconocemos como por lo que no distinguimos.
A cargo de Kajganich y Hugh, la recreación de la catástrofe naval surca el espectro catódico con la convicción del buen almirante, manteniendo siempre el norte en el horizonte y cuidándose de sortear icebergs narrativos que provoquen molestos candelizos en cada una de las 10 entregas. La fragata fletada por AMC es estable y cuenta con una dotación ejemplar, de esas que no han recibido galones por casualidad. Con un equipo así difícil será hundirse. Si la gesta dramática ha sido exitosa, se lo debemos también a Franklin, a su egotismo y su desastre. Dos cosas de las que las Historia, la escrita con hache mayúscula, está repleta.
*'The Terror' se estrena el martes 3 de abril en AMC España. Su lanzamiento en Estados Unidos tuvo lugar siete días antes, el 25 de marzo.