CRÍTICA VERTELE

Syfy se censa en Midnight, Texas: un pueblo más normal de lo que debería

Póster promocional de "Midnight, Texas"

Lorenzo Ayuso

Una aproximación somera, panorámica, sobre los dos principios que sustentan la wicca, en su concepción primigenia, nos permite establecer que la magia obra por simpatía o por contagio. La primera ley se configura en torno a una asociación de ideas por semejanza, en tanto que supone que en su base, las cosas semejantes son en sí misma una única; la segunda ley postula que las cosas que han tenido contacto se afectan recíprocamente, aun a distancia, aun habiéndose cortado el vínculo físico directo, pues ese contacto original se extenderá siempre. Según estos principios, la magia imitativa deduce que el hechicero puede producir el efecto que pretende con solo remedarlo; la contaminante, en cambio, concluye que el encantamiento que afecte a un objeto se proyectará a la persona con quien estuvo en contacto.

Atendiendo a este planteamiento, Midnight, Texas (Monica Breen, 2017) podría entenderse como una presunción mágica de NBC: el material de partida de esta ficción de corte sobrenatural lo hallamos en una serie de novelas de Charlaine Harris, autora a su vez de las novelas que originaron True Blood (Alan Ball, 2008-2014) en HBO. Si lo semejante produce lo semejante, de acuerdo a la síntesis de James George Frazer, el conjuro debería surtir como resultado el alumbramiento de una obra espejo a aquella, de igual modo que las mujeres batak colocaban en su regazo una talla en forma de niño para así alumbrar descendencia.

Pero para que el ser humano alcance un dominio excelso y efectivo de la magia imitativa ha de entrenar su percepción. Solo así sobrepasará la similitud o equivalencia puramente superficial y alcanzará una auténtica consecución del rito. De ahí que esta propuesta se antoja como una versión únicamente transgresora en un rápido vistazo.

Fantasías digeridas y digeribles

Porque si bien se nos da la bienvenida a “un lugar en el que ser normal es lo extraordinario”, pronto nos percatamos de que se confunde tal anormal normalidad por una reconocible sensación de rutina en el capítulo inaugural dirigido por el danés Niels Arden Oplev, responsable de la trilogía Millennium original, y del inminente remake/secuela de Línea mortal (Flatliners, Joel Schumacher, 1990), que se limita a desplegar sin aspavientos los ejes narrativos: un hermético pueblo plagado de individuos excéntricos, el hallazgo de un cadáver descompuesto y encallado en una ciénaga que llevará a la policía a insmiscuirse en los asuntos del lugar, y a sus habitantes a indagar en sus propios secretos.

Por más que sea fácil localizar en Midnight, Texas los tipos del gótico sureño (el censo poblacional incluye a un rocoso ángel tatuador, un sofisticado ángel, una asesina à la Nikita, y una mujer negra “sospechosa de ser bruja o lesbiana”, aparte del protagonista recién llegado, un médium de ascendencia gitana y aspecto canalla que llega al pueblo para esconderse de un tenaz perseguidor), todos ellos aparecen convenientemente suavizados o exagerados para desproveerlos de connotaciones trágicas o políticas que esconden los mitos surgidos de la América profunda. Pese a sus posibilidades, acaban reducidos a versiones fantasiosas digeribles para un público más o menos mayoritario. La trama principal, que por momentos remite a Premonición (The Gift, Sam Raimi, 2000), posibilita algunas rupturas hacia lo grotesco (el asco que transmite el espectro de la muerta, hinchada y macilenta, al intentar acercarse al vidente), pero no pasan de leves apuntes en medio de tan calculada mesura.

Huyendo de la oscuridad

Tampoco hallamos en sus personajes la carga sexual, incluso animal, de su referente televisivo más inmediato. Ni siquiera la relación establecida entre Lem (Peter Mensah), ese vigoroso vampiro chupa-almas, y la irascible Olivia (Arielle Kebbell) resiste la sensación de adocenamiento, por otro lado, definida en el incipiente romance que el piloto anticipa entre Manfred, el protagonista (François Arnaud) y la pizpireta Creek (Sarah Ramos). Frente a la textura sudorosa y terrosa de True Blood, Midnight, Texas contrapone una estética mucho más saneada, menos problemática.

No en vano, uno de los personajes de la serie efectúa el mejor diagnóstico de la ficción para lo que prometen, al menos, sus primeros 40 minutos: “Midnight se ve muy diferente de día”. Midnight, Texas se esfuerza por escapar de la oscuridad implícita en sus temas, y con ello de la subversiónMidnight, Texas. Por ser normal. Algo, por otro lado, inevitable en los dominios de una cadena generalista. Queda así una imagen reconocible, semejante sí, pero sin personalidad.

Quizás, NBC no cree lo suficiente en este ocultismo que nos presenta. Se limitaron a imitar, y no a contaminarse, y tal vez por ello la magia no es tan efectiva.

“Midnight, Texas” se estrenó el 24 de julio en NBC (Estados Unidos). Se emite en Syfy España desde el 14 de septiembre.

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