¿Qué es primero, el huevo o la gallina? Los creadores españoles ven, con impotencia, cómo las leyes de protección de la propiedad intelectual son claramente insuficientes para garantizar que los formatos que presentan no sean plagiados, copiados, manoseados, adoptados o replicados. Un ejecutivo de televisión, del que por vergüenza torera no diremos el nombre, se dedica a mirar con lupa los proyectos de programas que llegan a su mesa para detectar ideas geniales, de creadores anónimos, que luego pasarán a enriquecer los programas de producción propia de su cadena o los encargos que haga a afortunadas productoras que verán, deslumbradas, la brillantez y la capacidad de fabulación del cerebro del personaje. El creativo, que ha presentado un formato esperando que valoraran su capacidad y que le hicieran un encargo, verá con estupor a las pocas semanas o meses que su “brillante” idea forma parte de un programa que no tiene nada que ver con el suyo, o que su concepto es destrozado, mimetizado o replicado por una mente que fue incapaz de crearla. Este es un país de chorizos de cuello blanco que nunca recibirán el castigo que se merecen por robar las ideas de los demás. Ahora, la Audiencia de Sevilla constata que esto es así y se limita a ponerlo en letras de molde y decir que, como todo el mundo copia a todo el mundo, hay que aceptar estoicamente las cosas como son. A falta del texto completo de la sentencia ésta es la impresión que nos transmiten los periódicos. Las penurias de una guionista Les cuento la historia. Una guionista presenta un proyecto llamado “Barras de color” a una cadena, que consiste en divulgar las peripecias internas de una cadena de televisión, de sus procesos de producción, presentadores y anécdotas de la gran familia de la televisión. En definitiva, “lo que habitualmente no ve el espectador”. A continuación constata que Canal Sur emite un programa llamado “Todo sobre mi tele” que –considera la denunciante- es exactamente el suyo. Al mismo tiempo percibe que Antena 3 pone en marcha “Mírame”, que también es idéntico. Se presenta en el juzgado y demanda a todo el mundo por apropiación indebida de propiedad intelectual. Los sesudos jueces se reúnen, piden peritajes y sacan conclusiones: No ha lugar a consideración de la demanda puesto que “la actual industria televisiva está en imitación permanente” y “cuando un programa tiene éxito, su formato es adoptado por el resto de las cadenas”. La Audiencia entiende que el programa que la guionista denunciante había presentado a Canal Sur Televisión era sólo “un esquema o boceto” y además, los peritos, dos licenciados en Ciencias de la Información, aseguran que “la idea presentada no es nueva sino que responde a un subgénero que se inició hace bastantes años” con el programa “625 líneas” de TVE y que luego “todas las cadenas han producido con idéntica fórmula y muy parecido formato”. La pregunta del millón de dólares Seguramente los justos jueces tienen razón y no había ni pizca de originalidad en el proyecto presentado. Es posible que el denunciante de la imitación sea, a su vez, un imitador que debiera pagar “royalties” al creador de “625 líneas” y éste, a su vez, sea deudor de alguna original idea de algún programa de la televisión de los Estados Unidos. Pero la angustia, a pesar de la sentencia, nos sigue persiguiendo. Y la pregunta principal sigue sin respuesta: ¿Cómo se registra, en este país de todos los demonios, un formato, un magnífico proyecto original, para que los chorizos de cuello blanco no lo pirateen? Estamos convencidos de que la televisión sólo avanza con innovación. Y que las ideas nuevas, traducidas en formatos protegibles, existen. Y también creemos que los piratas intelectuales se están forrando aprovechándose de brillantes y débiles creativos sin capacidad de influencia para hacer valer sus ideas. ¿Cómo se arregla todo esto? ¿Cómo se mejora la protección de la propiedad intelectual? La solución, la de siempre: Que inventen ellos o que sigamos comprando formatos al extranjero, a menudo peores que algunos de los que podrían haber nacido en este país si tuviéramos garantias y si los ejecutivos tuvieran capacidad de riesgo y de comprensión de las ideas nuevas.