Garcia Márquez y Costa-Gavras enseñan a contar historias
La Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, fue fundada el 15 de diciembre de 1986, mañana hace 17 años. Tras superar una grave enfermedad que hizo temer por su vida, Gabo, más lúcido que nunca, ha compartido cinco días de trabajo con el director Constantin Costa-Gavras. A la sombra de un fabuloso jardín de palmeras y flamboyanes, a seis kilómetros del pueblo de San Antonio de los Baños, o lo que es lo mismo, a 40 minutos en coche desde La Habana, funciona una o dos veces al año una fábrica singular: una auténtica fábrica de historias. Tiene un nombre un tanto gris, Taller de Guiones, pero no hay por qué preocuparse, pues su gurú y alquimista es el escritor Gabriel García Márquez, Caribe puro, y lo primero de todo, aclara: “Aquí no estamos para hacer guiones. Estamos para contar historias. Lo que nos interesa aprender es cómo se arma un relato, como se cuenta un cuento. Y es lo que haremos en los próximos días”. Desde que se creó, por su empeño personal, la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, el 4 de diciembre de 1986, y 11 días más tarde la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, García Márquez no ha dejado de impartir estos talleres. Han pasado ya por ellos unos 300 cineastas o aspirantes a cineastas, muchos egresados de la Escuela de San Antonio. Gabo -que confiesa que estos encuentros se han convertido para él en un “vicio”- ha mimado siempre este espacio creativo, protegiéndolo de intrusos y seleccionando cuidadosamente a los alumnos que participan en estos laboratorios de ideas, nunca en grupos de más de ocho o diez personas. La obsesión por contar historias La premisa -o la obsesión- de partida es una: “Lo que más me importa en este mundo es el proceso de creación”, ha dicho Gabo. Y también subyace una búsqueda: “¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de morir por ella; morir de hambre, frío o lo que sea, con tal de hacer una cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no sirve para nada?”. El taller, en esta ocasión, se realizó entre el 5 y el 9 de diciembre, y García Márquez invitó al director Constantin Costa-Gavras a compartir consejos y experiencias con 10 de sus discípulos. El guionista y realizador de filmes tan redondos como Z, Missing, Estado de sitio o Amén -su última y polémica película, que aborda el tema peliagudo del silencio y la indiferencia del Vaticano ante el nazismo- participó hace años como espectador en uno de los talleres de Gabo. Y se enganchó. “Quedé fascinado. He estado en otros, pero de carácter teórico, nada que ver con estos. Aquí es todo práctica, se empieza desde el principio a construir una historia y se sigue todo el proceso de su desarrollo”, afirma. Cuando Gabo lo invitó a trabajar junto a él en este curso, aprovechando su viaje a La Habana para asistir al XXV Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que le rindió homenaje, Costa-Gavras no se lo pensó dos veces. Los tres primeros días se dedicaron al análisis de ideas y proyectos discutidos en el último taller, realizado en mayo por varios de los alumnos, que repetían experiencia. El cuarto y quinto día se empezó desde cero. Lunes 8 de diciembre: Lluvia de historias Es un aula sencilla, con las mesas colocadas formando un gran cuadrado. Falta un estudiante. Alguien comenta que le duele la espalda. Gabo: “El dolor de espalda no tiene nada que ver con la creación, que yo sepa”. El primero en hablar es Marcus Antonio Moura, un brasileño que se graduó en esta escuela audiovisual en 1990. Cuenta la historia de un librero alemán, “que no es judío, ni comunista, sólo es un vendedor de libros”. Vende libros de autores alemanes. Cuando llegan los nazis al poder, se marcha a París para poder seguir vendiendo libros. Pero se produce la ocupación alemana y emigra a América. Pasa por Argentina, Brasil, Chile, adonde toman el poder los militares, y él tiene que huir para sobrevivir y poder seguir vendiendo libros. Gabo: “¿Cómo empieza la película?”. Marcus: “Con la quema de libros en Alemania”. Costa-Gavras: “¿Qué libros vende?”. Marcus: “Libros de Marx, Hegel, Freud. Libros de autores alemanes, editados en alemán”. Costa-Gavras: “¿Pero hay tanta gente que hable alemán en América Latina?”. Llueven las preguntas: “¿De dónde sacaba los libros?”. “¿Cómo los cargaba por el mundo?”. “¿Y cómo evitar que la película se convierta en un simple cúmulo de anécdotas”, pregunta Gabo. Después de veinte minutos de réplicas y debate, Marcus se justifica: “Bueno, es sólo una idea. Es el punto de partida para hacer la historia”. Gabo: “Pues primero hay que tener la historia, saber qué historia se quiere contar, y después viene el punto de partida”. Surgen nuevos argumentos. Uno. Dos. Tres. Y una y otra vez van cayendo por su propio peso. Hilda, de Costa Rica, se lanza con una trama loca de clonaciones después de la III Guerra Mundial, cuando no queda en la Tierra ni un solo varón. Sólo hay mujeres. Una de ellas, rebelde, clona a partir de una de sus células a un hombre, y por ello es perseguida, tiene que huir a otro planeta. Gabo: “Ya, una película barata”. Costa-Gavras , siempre lógico y racionalista: “¿Había hombres en los otros planetas?”. Poco a poco, Hilda se mete en un callejón sin salida. “El problema es que estás contando la historia y tú misma no te la crees. Cuando uno no se cree la historia, mala cosa”, le dice Costa-Gavras. Gabo y Costa Gavras: Dos estilos diferentes Son dos estilos diferentes. Gabo es absolutamente Caribe. Vuela con las ideas más delirantes. Costa-Gavras es, en cambio, un ajedrecista, camina con los pies bien pegados a la tierra. En principio, García Márquez está dispuesto a creerse cualquier cosa, o a inventarla; para él es algo natural que los antecesores de la familia Buendía que se apareaban entre sí vinieran al mundo con rabo de cerdo. Costa-Gavras tardó año y medio en escribir el guión de Amén, y tres más en investigar y documentarse sobre el Vaticano, el papa Pío XII y su relación con el nazismo. Consultó decenas de libros y archivos y consiguió fotografías de cardenales que hacían el saludo nazi junto a Goebbels y de iglesias donde colgaban banderas con la esvástica. Pero uno y otro, Gabo y Costa-Gavras, se complementan. Ambos son grandes fabuladores, creadores de historias, sean éstas estrictamente fieles a la realidad o producto de la imaginación más acaracolada. El mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no Para Gabo, “el mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no, así como, en un sentido más amplio, se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal”. Lo ha dicho así en otros talleres. Y como en éste hasta el momento la cosa no fragua, hay cierto acojone general. Se va la luz (por si alguien había olvidado que estamos en Cuba). Gabo propone trabajar sobre una idea sencilla. Verónica, una boliviana de 31 años, graduada también de esta escuela, cuenta su película. Trata sobre una mujer que se marcha a Estados Unidos y hace su vida allí. Se casa, tiene hijos y cierto éxito laboral. A los 50 años queda viuda y le dicen que tiene cáncer. Ella no quiere gastar el dinero de la familia ni tampoco sufrir. Tiene hecho un seguro de vida para garantizar el futuro de sus hijos. Así que decide morir, y vuelve a su país, Bolivia, buscando una muerte violenta. Conoce sitios truculentos donde será fácil encontrar quien la mate. Cuando llega a La Paz, se aloja en un buen hotel, se arregla y se va a un bar de malandros. Liga con un joven. Mientras hacen el amor en su habitación, ella saca un revólver de debajo de la cama para provocar la reacción del chico y que la mate. Pero él lo que hace es salir huyendo. Ella está desesperada. Sabe que hay gente pobre en Bolivia que se anuncia en los periódicos para vender un riñón para trasplantes y obtener dinero rápido. Piensa en ponerse en contacto con uno de ellos: si hay alguien tan desesperado como para vender un riñón, con seguridad podrá convencerle de que la mate por dinero. Llama. El elegido, sin embargo, no lo quiere hacer. Trata de convencerla de que es una locura. Gabo: “Es una buena historia. La de alguien que quiere que lo maten y no lo logra, en el continente que a uno lo matan por cualquier cosa”. Una historia de amor El proyecto de Verónica va perfilándose. “¿Sería entonces una historia de amor entre la mujer y el vendedor del riñón, al planear su muerte?”, pregunta Costa-Gavras. Sí, y el final, se acuerda por unanimidad, es que él la acaba matando por amor. “Bien. La hacemos”, dice Gabo. Y pregunta: “¿Cuál sería la primera escena?”. “Ella bajando del avión”, dice Verónica. “Ha de verse que ella viene de Estados Unidos. Después, ella en el hotel: se prepara para salir al bar, se pinta, se arregla...”. Costa-Gavras y Gabo, casi al unísono: “¿Dónde consigue la pistola? No la puede haber pasado por el aeropuerto. Eso no se lo cree nadie”. Gabo y Costa explican que cuando uno tiene un problema en el guión, hay que buscar una solución lógica. No valen trucos ni trampas, porque el espectador se da cuenta. Costa-Gavras plantea buscar una imagen potente al empezar la película que deje claro que ella quiere morir. Propone que, nada más aterrizar, ella vaya a una taquilla del aeropuerto y coja de allí la pistola. “Desde luego, esto atrae la atención, es un buen golpe, pero no hay que olvidar que le quedamos debiendo una explicación al espectador”, dice Gabo. Ya estamos en el cuarto. El joven y la mujer hacen el amor. Ella saca la pistola y se la pone en la boca, como en una especie de juego sexual. Ella hace que él sostenga el arma y poco a poco aprieta su dedo contra el gatillo. Los comentarios de Costa-Gavras son certeros y afilados como cuchillos: “Eh, Eh”, dice, “hay que tener cuidado, no vaya a parecer una perversa sexual. Todavía el espectador no sabe por qué quiere morir. Por cierto, hay que contárselo”. “Puede ser”, sugiere Gabo, “puede ser en la primera entrevista que tiene la mujer con el vendedor de riñones. Ahí se lo cuenta”. La idea del vendedor de riñones, que al principio parecía ser una idea brillante, empieza a estorbar. “Hay que tener mucho cuidado con las ideas brillantes. Hay que saber tomar distancia de ellas y ver si en realidad funcionan o no”, aconseja Costa-Gavras. Gabo eso lo tiene muy claro. Lo ha explicado otras veces a los participantes de sus talleres: “Un buen escritor no se conoce tanto por lo que publica como por lo que echa al cesto de la basura. Si desecha, es que va por buen camino. Hay que tener criterio y, por supuesto, valor para tachar lo que haya que tachar y para oír opiniones y reflexionar seriamente sobre ellas”. La historia de Verónica ha funcionado. Hay energía, vibra el aula. La historia de la mujer y el vendedor de riñones, que ya no existe, se ha convertido en una historia de amor bien trabada, una historia que es a la vez la de una complicidad para cometer un crimen. El problema ahora es buscar quien la ayude a morir. Pero por hoy, el tiempo se acaba. Gabo (a modo de conclusión): “No me preocupa. Ya tenemos la película. Nuestro hombre puede ser uno de los huéspedes, o uno de los empleados, cualquiera. Ahora les toca a ustedes pensar. Llegado a este punto, un guionista ya está tranquilo. Las historias que no funcionan se mueren solas. Pero cuando son buenas, las ideas y las soluciones surgen solas, y sólo hay que escoger”. Martes 9 de diciembre: Adaptando una novela Gabo: “A ver, ¿qué tenemos para hoy?”. El silencio es absoluto. Pasan largos y lentos minutos. El taller está como paralizado. Después de dos o tres ideas fallidas, Gabo y Costas deciden que se trabaje la adaptación de un guión sobre un libro o una novela. Un libro que todos conozcan. De nuevo el silencio. Pasan minutos repletos de balbuceos. Es más difícil de lo que parece encontrar un libro que se hayan leído todos. “Cien años de soledad”, bromea alguien. Gabo: “No conviene. Tardaríamos cien años en hacer el guión”. “¿Pedro Páramo?”. Costa-Gavras: “Imposible hacer una buena película de Pedro Páramo. Hay obras que es mejor ni tocar”. Gabo: “Que me lo digan a mí, que escribo mis libros ya adaptados para que no me los puedan adaptar”. “Los oficios de novelista y guionista son radicalmente diferentes Gabo (fuera del aula, dos días después, en su casa de Cubanacán): ”Yo considero que los oficios de novelista y de guionista son radicalmente diferentes. Cuando estoy escribiendo una novela, me atrinchero en mi mundo y no comparto con nadie. Es la única manera que tengo de proteger el feto, de que se desarrolle según lo concebí. Para ejercer con dignidad el oficio de guionista se necesita toda la humildad del mundo. Desde que uno empieza a escribir sabe que esa historia, una vez terminada, no será suya. Al final, el director, el gran caníbal, será quien imponga el punto de vista definitivo“. Al principio de su carrera, Gabo quería ser director de cine , ”porque, junto con la literatura, es la mejor forma de contar historias“. Entre 1952 y 1955, estudió en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, donde conoció a los cubanos Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa, actual director de la Escuela de San Antonio. De 1954, cuando sólo había escrito La hojarasca, es su primer guión, La langosta azul. Después ha colaborado en numerosos guiones, pero ninguno ha tenido éxito, ni la adaptación del cuento de Rulfo El gallo de oro, que hizo con Carlos Fuentes, ni Tiempo de morir, película dirigida por el mexicano Arturo Ripstein. Tampoco las películas basadas en adaptaciones de sus obras -El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada, Erendira- han funcionado. Ciertamente, este desencuentro entre sus dos pasiones, el cine y la literatura, es un hueso atragantado en la garganta de García Márquez, aunque él no lo reconoce del todo. ”El éxito en el cine depende de demasiados factores, interviene mucha gente, es un milagro que salgan bien las cosas. Cuando escribo mis libros, dependo exclusivamente de mí y de mi imaginación. Además, la relación que se establece entre el novelista y el lector es mucho más libre“. Por eso nunca ha querido ceder los derechos de Cien años de soledad, para ”respetar el soberano derecho del lector a imaginar la cara de la tía Úrsula o del Coronel como le venga en gana“. (De nuevo en el taller). Costa-Gavras: ”Para la adaptación, a veces basta con seguir el libro. Otras, como en el caso de Missing, la historia cinematográfica sale de una parte de la obra, cuando el padre va buscando a su hijo; Amén, basada en la obra de Hochhuth, es otro ejemplo. La obra original se centraba en la relación del Papa con un cura alemán y la dirigencia nazi. A mí, en vez del Papa, me interesó el personaje del cura y el personaje de Kurz Gerstein, el oficial del ejército alemán que trata de boicotear los envíos de gas Zycon B a los campos de concentración. Los quería en igualdad de condiciones“. A juicio de Gavras, para adaptar un guión, sobre todo cuando se basa en un hecho histórico, hay que ”ser fiel al espíritu, aunque no necesariamente a la letra“. ”La única forma de lograr esa fidelidad es investigar y documentarse concienzudamente“. Una buena historia De nuevo el silencio. Gabo sale con una de las suyas: ”Ayer hicimos uno o dos largos, y hoy nada. ¿Qué pasa, que como hoy no esperábamos a EL PAÍS otra vez, no hay ideas?“. Me comprometo a no escribir nada del embarazoso lapsus. Pero interrumpe Gabo: ”No. Al contrario. Aquí, tan importante como aprender a contar una historia es darse cuenta de lo difícil que es encontrar una buena historia“. Alguien habla de hacer un documental sobre malandros y mafias en Tegucigalpa. ”¿Pero trabajado con lenguaje de ficción, como Suite Habana?“, pregunta Gabo. ”No, no, un documental puro, todo realidad“, responde el muchacho. Gabo: ”Qué quiere decir eso, que lo que es ficción no es realidad“. Costa-Gavras: ”Creo que era Bergman quien decía eso de que “la ficción es realidad controlada”. Todo ha terminado. Pero antes de partir de la Escuela de Cine, que en 17 años ha graduado a 422 alumnos de 47 países, en su mayoría latinoamericanos, le pregunto a García Márquez si quiere decir algo más: “Pon lo que te dé la gana”. Pues eso: “Que mantener la escuela es caro y que en San Antonio aceptan donaciones”. Costa-Gavras y Gabo se suben al coche. Nada más salir, por un camino de tierra roja y palmas reales, el vehículo pasa ante una valla patriótica que ha colocado una cooperativa agrícola de la zona. Dice: “Sembrando ideas para el desarrollo agropecuario”. Indiscutiblemente, estamos en Cuba. Y aquí -Constantin Costa-Gavras y Gabriel García Márquez lo saben- la realidad es tan fabulosa como la obsesión misteriosa y mágica de contar historias.
Artículo original del diario El País: “Dos fabricantes de historias”