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El chivo de la inmigración

No sería justo culpar a la gestión de Roldós de los problemas heredados. Sin embargo, es evidente que sigue la línea de sus antecesores al culpar a los inmigrantes de unas carencias sanitarias que colocan a Canarias en los últimos lugares respecto al resto de las comunidades españolas. Está feo hacer de los inmigrantes el chivo expiatorio sin mentar al otro chivo, más explicatorio: el aliento cuando no la promoción directa que el Gobierno da a la sanidad privada frente a la pública, que, por cierto, hace de paganini vía las concertaciones que no por necesarias dejan de ser discutibles en algunos casos. Roldós no sería consejera si no estuviera por la privatización, de la que saben más en Tenerife. Recuerden su alegato a favor de que no hubiera camas privadas ociosas, con olvido de las públicas muertas de asco en el viejo El Pino y el antiguo Hospital Millitar. Los inmigrantes le sirven al Gobierno para cargarles cualquier muerto. Dicen que se les dan más facilidades para conseguir trabajo, pero se oculta que son sus ocupaciones las que no quieren ni por nada los canarios. De eso saben bastante los empresarios agrícolas, sin ir más lejos. Y no les cuento de la resistencia de los isleños a moverse entre islas porque, aparte de ser su derecho, no les sale cuenta restar de sus bajos salarios el alto precio de los alojamientos; cosa que no arredra a los inmigrantes que vienen con planteamientos distintos a cubrir las vacantes. No ha sabido el Gobierno incentivar la movilidad interinsular.Tratan los mandarines, ya digo, de justificar con los inmigrantes sus desaciertos. De ahí el tiro de gofio del presidente de CC, José Torres Stinga, que ve la solución en la Policía autonómica. Por no hablar de la ley de Residencia que sale cada vez que necesitan algo de humo. Lo que sea menos cuestionar el modelo económico especulativo que promociona el Gobierno y que algo tendrá que ver. Sé que es cuestión compleja y nada fácil. Pero para eso están los políticos; no para decir simplezas y cebar la bomba de la xenofobia para ocultar su incompetencia. O su impotencia.

No sería justo culpar a la gestión de Roldós de los problemas heredados. Sin embargo, es evidente que sigue la línea de sus antecesores al culpar a los inmigrantes de unas carencias sanitarias que colocan a Canarias en los últimos lugares respecto al resto de las comunidades españolas. Está feo hacer de los inmigrantes el chivo expiatorio sin mentar al otro chivo, más explicatorio: el aliento cuando no la promoción directa que el Gobierno da a la sanidad privada frente a la pública, que, por cierto, hace de paganini vía las concertaciones que no por necesarias dejan de ser discutibles en algunos casos. Roldós no sería consejera si no estuviera por la privatización, de la que saben más en Tenerife. Recuerden su alegato a favor de que no hubiera camas privadas ociosas, con olvido de las públicas muertas de asco en el viejo El Pino y el antiguo Hospital Millitar. Los inmigrantes le sirven al Gobierno para cargarles cualquier muerto. Dicen que se les dan más facilidades para conseguir trabajo, pero se oculta que son sus ocupaciones las que no quieren ni por nada los canarios. De eso saben bastante los empresarios agrícolas, sin ir más lejos. Y no les cuento de la resistencia de los isleños a moverse entre islas porque, aparte de ser su derecho, no les sale cuenta restar de sus bajos salarios el alto precio de los alojamientos; cosa que no arredra a los inmigrantes que vienen con planteamientos distintos a cubrir las vacantes. No ha sabido el Gobierno incentivar la movilidad interinsular.Tratan los mandarines, ya digo, de justificar con los inmigrantes sus desaciertos. De ahí el tiro de gofio del presidente de CC, José Torres Stinga, que ve la solución en la Policía autonómica. Por no hablar de la ley de Residencia que sale cada vez que necesitan algo de humo. Lo que sea menos cuestionar el modelo económico especulativo que promociona el Gobierno y que algo tendrá que ver. Sé que es cuestión compleja y nada fácil. Pero para eso están los políticos; no para decir simplezas y cebar la bomba de la xenofobia para ocultar su incompetencia. O su impotencia.