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Los docentes: una especie en extinción

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Julio es compañero de trabajo de mi hermana y mi hermano en el Instituto Rafael Arozarena de La Orotava. Es un tipo grande, robusto y con aspecto de leñador, acrecentado por su barba, de ahí que podría ser perfectamente el protagonista de un cuento infantil. Solo le falta el hacha, pero la ha sustituido por la pequeña mochila de su hijo, un terremoto al que vigila con ojos de halcón, los mismos con los que ve la vida desde una perspectiva con la que coincido.

Hace unas semanas, nos encontramos a la entrada de un parque. Hablamos de cómo pasa el tiempo y de los cambios implícitos, lo cual denota que nos estamos haciendo mayores y que asumimos el rol de analizar y justificar comportamientos y conductas de otros a partir de nuestro  ciclo vital. Esa delgada línea entre lo que consideramos correcto o no, y sobre la que caminamos día tras día, nos permitió reflexionar acerca del estado en que se encuentra la docencia y cuáles son sus perspectivas de futuro. Acabamos en un mar de dudas, cuando en realidad tendríamos que sentirnos satisfechos con el papel que, teóricamente, juega la enseñanza pública en el desarrollo de la ciudadanía y en su acceso libre, plural y universal a multitud de conocimientos, sin que se produzcan distinciones y exclusiones de ningún tipo. Si pensamos así, es que algo falla en el sistema educativo y en la propia sociedad.

El papel del docente ha variado en las últimas décadas hasta tomar una peligrosa dirección: se ha convertido en un mero burócrata, simplificando su verdadera función formativa. Además, ha bajado su nivel de exigencia para adaptarse a una ley educativa retrógrada en un contexto paralelo de libertinaje del alumnado, al mismo tiempo que se regalan los aprobados en las distintas asignaturas, gracias a esa misma ley que enfatiza que un suspenso equivale a coartar la libertad individual y a generar traumas en el desarrollo de aquel. Al final, todos aprueban sin sacrificio. 

Anteriormente, el docente tenía asignado el papel fundamental de transmitir conocimientos para la comprensión de la realidad y para contribuir a la autonomía personal y al crecimiento cognitivo;  también educaba en la cultura y certificaba sobremanera que valores humanos como la ética, la amistad, la tolerancia y la honestidad, entre otros, se manifestasen en las las actitudes y las cualidades del propio alumnado. Hoy en día, navega en una frustración continua por los cambios paulatinos de las leyes educativas, sin que se tenga en cuenta su voz ni su experiencia, producto de la politización del sistema educativo y la polarización ideológica que interviene en él. A esto  último se suma la decadencia de la ética y la moral de ese alumnado, donde se ha instalado su falta de respeto hacia la figura del docente, materializado incluso en amenazas verbales, escritas y físicas y recurriendo siempre al paraguas de su minoría de edad para protegerse con total impunidad. Por eso, los centros educativos se han transformado en guarderías, donde al profesorado solo le falta asumir el rol de cambiar pañales, a la vez que los padres y las madres se creen con el derecho inherente a fustigarlo a su antojo, cuestionando además su método de trabajo, presionándolo para que realice exámenes de manera individualizada y justificando las ausencias a clase de sus vástagos para que estos últimos puedan irse de vacaciones en cualquier semana lectiva. 

Me pregunto qué esperan esas familias de sus hijos e hijas cuando salgan al mercado laboral y si creen que la mercantilización de la cultura y la educación es lo mejor que les puede pasar. También a qué se debe su descalificación continua hacia la figura del docente, cuando en realidad deberían estar agradecidas con el compromiso profesional que aquel adquirió para responsabilizarse de la formación y la preparación del alumnado y de los beneficios sociales y personales que conlleva el acceso a la enseñanza pública y gratuita, de la cual no pueden aprovecharse millones de personas en otros países por carecer de un recurso tan básico y universal como este.

Desde mi punto de vista, el ambiente familiar ha contribuido sobremanera a cimentar y defender un modelo de relación social donde se enfatiza que esos hijos e hijas deben sobresalir sobre el resto de personas, todo bajo una mentalidad individualista. De ahí a la amenaza, solo hay un paso, y de eso se hace escuela en muchas casas, donde el referido respeto no se valora como uno de los pilares básicos en la conducta de una sociedad civilizada.

Mientras hablaba con Julio, me fijé en una niña de apenas tres o cuatro años, que daba vueltas con su patinete en un circuito adaptado para su edad. Tenía dos coletas y sonreía porque para ella el mundo comenzaba y terminaba allí, en lo que estaba disfrutando. Ese debería ser el relato diario de la labor que realiza el profesorado en la enseñanza pública y del beneficio continuo que obtiene el alumnado en su fase de aprendizaje.    

No obstante, no hay que centrar todas las miradas de este estancamiento profesional solo en la relación entre los docentes y los estudiantes, sino también en la generada entre los primeros. La falta de compañerismo; la ineludible prepotencia en los comportamientos; la importancia de la imagen por encima de los conocimientos; la dejadez a la hora de preparar los contenidos; la renuncia a trabajar el razonamiento y el pensamiento crítico; el juego de obtener un proyecto educativo que no tiene ninguna base, pero que aligera la carga lectiva y contribuye a ganar puntos en la antigüedad profesional; utilizar sin permiso el trabajo de otros  para impartir sus clases, y la idea extendida de que el docente con mayor valoración es aquel que se convierte en amigo de su alumnado han contribuido a esa visión negativa. Su apatía exacerbada o su buen rollo para quedar bien de cara a la galería suponen un insulto a su profesión y al servicio público que deben prestar a la sociedad.

No podemos permitir que este abandono de la perspectiva profesional provoque un descrédito hacia la figura del docente, en cuyas manos está la responsabilidad de forjar y guiar a un amplio sector de la población para dotarlo de las herramientas que contribuyen a su desarrollo intelectual y su formación profesional. Si permitimos que todos los factores reseñados se asienten en el panorama de la enseñanza pública y se reproduzcan como una plaga, al final tendremos un sistema viciado, propio de una corruptela, donde todo se compra y se vende, imperando así la ignorancia, que nos hará sujetos pasivos frente al poder y donde todos esos docentes solo serán figuras de plastelina que se pueden moldear al antojo de cualquiera.    

Entretanto, la niña de las dos coletas dio su segunda vuelta al circuito y seguía feliz sobre su patinete, sin prejuicios y con la misma pequeña sonrisa. Al menos, ella sabe cuál es su camino, lo mismo que el hijo de Julio, que se ha subido a un árbol.

Julio es compañero de trabajo de mi hermana y mi hermano en el Instituto Rafael Arozarena de La Orotava. Es un tipo grande, robusto y con aspecto de leñador, acrecentado por su barba, de ahí que podría ser perfectamente el protagonista de un cuento infantil. Solo le falta el hacha, pero la ha sustituido por la pequeña mochila de su hijo, un terremoto al que vigila con ojos de halcón, los mismos con los que ve la vida desde una perspectiva con la que coincido.

Hace unas semanas, nos encontramos a la entrada de un parque. Hablamos de cómo pasa el tiempo y de los cambios implícitos, lo cual denota que nos estamos haciendo mayores y que asumimos el rol de analizar y justificar comportamientos y conductas de otros a partir de nuestro  ciclo vital. Esa delgada línea entre lo que consideramos correcto o no, y sobre la que caminamos día tras día, nos permitió reflexionar acerca del estado en que se encuentra la docencia y cuáles son sus perspectivas de futuro. Acabamos en un mar de dudas, cuando en realidad tendríamos que sentirnos satisfechos con el papel que, teóricamente, juega la enseñanza pública en el desarrollo de la ciudadanía y en su acceso libre, plural y universal a multitud de conocimientos, sin que se produzcan distinciones y exclusiones de ningún tipo. Si pensamos así, es que algo falla en el sistema educativo y en la propia sociedad.