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Sus razones

Todo esto viene a colación por la respuesta escrita de un lector, la pasada semana, ante mi intento ?torpe e inútil, según el mentado lector- de disculparme por un error cometido en una columna anterior.

Para el mencionado lector, mi disculpa no era suficiente para justificar mi error y, además, señalaba mi incapacidad para dedicarme a llenar hojas, aunque sean virtuales, en este periódico.

No le negaré su punto de razón, sobre todo en lo que se refiere a mis capacidades periodísticas, aunque debo admitir que me quedé con la sensación de que, además de mi error, también era responsable de la muerte del torero Manolete.

Cada vez es más común, sobre todo en la sociedad canaria, el tratar de buscar culpables donde no los hay con tal de evitar asumir una responsabilidad que nos atañe a todos.

Al final, aquellos que no tenemos reparos en exponer nuestros planteamientos ?de manera más o menos acertada- terminamos siendo blancos de las iras de quienes se piensan que sólo ellos conocen la verdad.

Hemos llegado a un punto donde la libertad de cada uno choca con quienes parecen ser los únicos valedores del conocimiento humano. Ya no existe el libre albedrío ni nada por el estilo. Ni siquiera nos queda el sagrado derecho a equivocarnos. La verdad, la suya, es la única que vale para poder vivir en una comunidad donde cada vez hay más cosas por solucionar y menos ánimo para hacerlo.

Olvidemos la sociedad global, las autopistas de la información y el mundo mundial. Si no somos capaces de apreciar las bondades de la tierra pasaremos a ser unos traidores como lo fue en su día don Benito Pérez Galdós.

Poco importa que cada vez más observadores sociales comenten que las cosas no están, precisamente, para tirar cohetes. Puede que una encuesta sea partidista, sectaria, pero es de necios pensar que todo el mundo se equivoca, salvo uno mismo.

Lo que ocurre es que es mucho más fácil promocionar, desde los estamentos de poder ?tanto político como económico- el círculo cerrado y vicioso en el que se ha convertido la comunidad, el cual poco o nada ayuda al desarrollo de las personas que en ella viven.

No es de extrañar que cada vez seamos más los que decidamos ?estamos en nuestro derecho, por si alguien no se ha enterado- abandonar el archipiélago en busca de pastos un poco más verdes.

Puede que resulte la solución más fácil, pero les aseguro que no lo es. Siempre se dejan muchas cosas atrás que se recuerdan cada día de la semana, aunque los que se quedan piensen que aquellos que nos marchamos somos unos descerebrados que no nos acordamos de nadie.

Lo que ocurre es que uno acaba cansando ver cómo, en cada faceta de la vida, se acaban repitiendo los mismos esquemas sin que a nadie parezca importarle. El mundo es mucho más que una gran playa, una juerga nocturna, o un partido de fútbol los sábados por la tarde ?y no se olviden de ir a pasear por un centro comercial a “espachurrar” la economía familiar-.

Además, esta sociedad es cada vez más egoísta y fagocita el trabajo de los demás sin ser capaz de aportarle nada nuevo. Es muy sencillo sentarse a criticar, desplumar al idiota de turno que osa ir contra el inmovilismo establecido por los mediocres de turno.

Ahora, cuando se trata de apechugar, las cosas cambian. Nadie está dispuesto a poner su granito de arena para lograr que las cosas cambien. Y lo grave es que las nuevas generaciones piensan igual que las más veteranas. No parece que tengan interés en cambiar nada de lo que está establecido.

Recuerdo un estudio publicado hace unos meses en el que, los encuestados ?jóvenes de la comunidad-, afirmaban que veían bien pegarle a su pareja, normalmente femenina, si la ocasión lo requería. Seguro que muchos comentarán que los encuestados eran de clase social baja y sin estudios. Haberlos, como las meigas, seguro que los habría, pero no se puede, ni se debe generalizar.

Como no se puede decir que todos los integrantes de los bien llamados “mil euristas” sean todos inmigrantes o gente sin estudios que viven de lo que pueden.

Nuestra comunidad también destaca por ser la que peores sueldos paga ?en especial a las féminas- y que peores condiciones laborales tiene, junto con Extremadura.

Y en ese amplio grupo se encuentran muchos titulados superiores dado que en las mencionadas encuestas responden mejor quienes tienen estudios que quienes tratan de buscarse la vida como buenamente pueden.

Sea como fuere, lo que está claro es que el panorama que se le plantea a una persona con ganas de trabajar es más bien negro carmesí. Encima, desde la administración se promueve la experiencia vital ?todo un grado, pero sin abusar- frente a la formación académica y el retorcer las normas mientras no te pillen, siempre y cuando te logres enriquecer con ello. Todo un ejemplo del buen hacer de unos mandatarios de esta comunidad insular, cada día más cercana a las “repúblicas bananeras” que tanta gracia nos hacen cuando las vemos en la pantalla del cine o la televisión.

Por fortuna, para quienes piensan de manera diferente, siempre les quedará la opción de desmantelar lo que hacemos los demás, evitando siquiera plantearse que el problema real reside en ellos y no es de quienes no nos cansamos de buscar soluciones para encontrarnos siempre con las mismas actitudes destructivas por parte del resto de la sociedad.

Y si soy causante de otros males, que nunca se sabe, deberé aprender a vivir con ellos, algo que otros muchos no parecen estar dispuestos a hacer.

Ahora, lo siento, pero no estoy dispuesto a ser el responsable de la muerte de Manolete. Para eso ya hay un toro responsable de tan trágico suceso.

Eduardo Serradilla Sanchis

Todo esto viene a colación por la respuesta escrita de un lector, la pasada semana, ante mi intento ?torpe e inútil, según el mentado lector- de disculparme por un error cometido en una columna anterior.

Para el mencionado lector, mi disculpa no era suficiente para justificar mi error y, además, señalaba mi incapacidad para dedicarme a llenar hojas, aunque sean virtuales, en este periódico.