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República, Podemos, crudo y mandangas varias

En 1899, con 60 años confesos, J. Cirilo Moreno publicó sus “Cuadros históricos de la Revolución de Septiembre en Las Palmas” dedicados “A la ex ciudadana Fraternidad; mi hermosa rubia de aquellos tiempos”. Los tiempos aquellos, habrán adivinado, eran los de la Gloriosa de 1868 que destronó a la reina Isabel II y dio paso a la si te vi no me acuerdo I República que liquidarían enseguida el caballo de Pavía y los cantonalismos; con la salvedad de que Pavía entró a pie al Congreso de los Diputados: no hubo, pues, tal caballo; aunque lo pareciera, que cuando mi general pisa es que pisa de verdad.

Pero a lo que iba: le supo de tan a poco la dedicatoria que devino en cuasi introducción evocadora de “la guapa y frescota rubia de boca de clavel [...] entradita en carnes, de pelo de oro y ojos de cielo que me enloquecía [...] la que conmigo participaba del entusiasmo por la idea republicana, nunca pospuesta a los transportes de nuestros amores”. Y le recuerda a Fraternidad “la noche aquella en que estábamos solos, y tú, poniendo sobre mis hombros tus regordetas manos de nieve y rosa, me preguntaste clavando en mí tus celestiales, azules ojos: ¿Te gusta la República?

-Sí que me gusta, Edén de mis amores, te contesté.

-¿Y cuásla?, añadiste anhelosa.

-La Federal, ángel de mi vida, ¿qué otra quieres?, y dulce caricia pagó el temor disipado de que fuese la Unitaria“.

No fue la una ni la otra y al poco regresaron los Borbones. Pero me quedo del cuento el sonoro “cuásla”; o “acúasla” para darle mayor énfasis a la pregunta que se merecen quienes reclaman ahora la República sin aclarar a la afición si la quieren unitaria y centralista o federal, que lo de democrática debe darse por descontado, bonito fuera.

Ya les dije que me inclinaría por la República en referéndum; aunque sin abominar de la forma monárquica, que no está uno ya para excesos pasionales. Me explico. De acuerdo con la Constitución, la Monarquía española es parlamentaria y España “un Estado social y democrático de derecho” en el que la titularidad de la soberanía nacional reside en el pueblo, no en el rey. Por ese lado es tan democrática como pueda serlo una República; en el buen entendido de que ha habido y hay repúblicas que no lo son.

Es cierto que la Monarquía es una antigualla llamada a desaparecer. Pero no lo es menos que las hoy existentes permanecen porque aceptaron que la soberanía corresponde al pueblo, lo que es la esencia de la democracia. De ahí que los verdaderos antisistema no sean quienes reclaman la República sino quienes ponen a caldo la osadía de proponer el referéndum, lo que es tanto como negarle al pueblo ejercer de soberano. Cosa distinta es el desacuerdo sobre la oportunidad y conveniencia de la consulta en las circunstancias actuales.

Cuando la Transición, no pareció oportuno plantear la disyuntiva con don Espadón acechando. Así, creo, lo entendió todo el mundo y los republicanos apenas se dejaron sentir porque también veían la prioridad de sacar al país de los calabozos franquistas. Ahora no sabría decirles si es el momento ni si llegará ese momento. Pero hay un par de cosas claras: la Monarquía que hereda Felipe VI, sin poderes ejecutivos y legislativos, es tan democrática como derecho tiene la ciudadanía a pronunciarse sobre si quiere o no en su lugar un presidente de República; la segunda, que los términos en que la propuesta de referéndum es anatematizada reflejan más miedo al ejercicio de la soberanía popular que el deseo de defender la institución monárquica utilizada como escudo. A lo que añadiría una tercera, a pesar de su obviedad: que se celebre o no el referéndum depende de la voluntad del Gobierno, no de que el rey yente o viniente lo vea con buenos o malos ojos.

Sentado esto, parece más operativo plantearse en qué consiste y cómo se sustancia el papel de árbitro y moderador atribuido al monarca para que podamos apreciar si Juan Carlos lo ha ejercido bien. Dada la opacidad del Estado es difícil calibrarlo y lo dificultan aún más los miles de páginas de periódicos, de programas radiofónicos y televisivos, debates y tertulias que se han deshecho en elogios hasta el empalago. Solo faltaron los elefantes trompeteando. Vivimos, unos mejor que la mayoría, en un país donde deben quedar sin desclasificar documentos de la época de don Pelayo, de modo que ni siquiera estamos seguros de que existiera el personaje. O sea, carecemos de información, de elementos de juicio suficientes para saber si es oro todo lo que reluce; lo que nos empuja hacia el escepticismo y la desconfianza para no quedar como bobos.

Yo soy de los que piensan...

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En 1899, con 60 años confesos, J. Cirilo Moreno publicó sus “Cuadros históricos de la Revolución de Septiembre en Las Palmas” dedicados “A la ex ciudadana Fraternidad; mi hermosa rubia de aquellos tiempos”. Los tiempos aquellos, habrán adivinado, eran los de la Gloriosa de 1868 que destronó a la reina Isabel II y dio paso a la si te vi no me acuerdo I República que liquidarían enseguida el caballo de Pavía y los cantonalismos; con la salvedad de que Pavía entró a pie al Congreso de los Diputados: no hubo, pues, tal caballo; aunque lo pareciera, que cuando mi general pisa es que pisa de verdad.

Pero a lo que iba: le supo de tan a poco la dedicatoria que devino en cuasi introducción evocadora de “la guapa y frescota rubia de boca de clavel [...] entradita en carnes, de pelo de oro y ojos de cielo que me enloquecía [...] la que conmigo participaba del entusiasmo por la idea republicana, nunca pospuesta a los transportes de nuestros amores”. Y le recuerda a Fraternidad “la noche aquella en que estábamos solos, y tú, poniendo sobre mis hombros tus regordetas manos de nieve y rosa, me preguntaste clavando en mí tus celestiales, azules ojos: ¿Te gusta la República?