El turismo ‘clavó’ sus objetivos climáticos durante la pandemia, ¿podrá hacerlo de nuevo tras la reactivación del sector?

Toni Ferrera

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El cero turístico durante la crisis del coronavirus tuvo su cara negativa: reducción astronómica del PIB en las regiones más dependientes del sector, motivado por el cierre fortuito de cientos de empresas; pero también positiva: descenso considerable de las emisiones de gases de efecto invernadero debido a la paralización del consumo y llegada de visitantes.

En España, la COVID provocó que tres de cada cuatro turistas que visitaron el país en 2019, no lo hicieran en 2020. Y eso derivó en una rebaja del 63% en la expulsión de gases de efecto invernadero dentro de la industria turística, según un estudio recientemente publicado en la revista Structural Change and Economic Dynamics por expertas de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM).

La disminución es importante. Tanto, que supera el valor acordado en la Declaración de Glasgow, emitida en la penúltima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), para reducir en un 50% las emisiones mundiales del turismo en el año 2030 y alcanzar la neutralidad climática antes de 2050, como también ha apoyado el Gobierno de Canarias.

Pero un dato así también indica que habría que recrear condiciones pandémicas de nula llegada de viajeros para alcanzar los objetivos climáticos de la próxima década. A no ser, eso sí, que la industria turística se lance de cabeza hacia la descarbonización, algo que han prometido el Ejecutivo nacional y autonómico de las Islas, pero que de momento no parece plausible por la escasa redefinición del modelo tras la pandemia.

El trabajo de las investigadoras manchegas trata de responder precisamente a eso. Las autoras han calculado la cifra exacta de emisión de gases contaminantes por parte del turismo español en 2019, el último año antes del estallido del virus SARS-CoV-2, y 2020, así como los futuros escenarios de emisiones en el sector según los patrones de consumo vistos hasta ahora.

Los resultados de la investigación concluyen que la dinámica actual del turismo “es insuficiente para aumentar la sostenibilidad”, por lo que haría falta una completa reconversión de la industria hotelera y extrahotelera, principal motor económico de Canarias y Baleares, entre otras regiones.

El estudio cruzó los datos del consumo de turistas proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) con un modelo denominado MRIO (multi-regional input output) que permite incluir todas las producciones directas e indirectas de dióxido de carbono (CO2) de una cadena valor.

La base del INE detalla el gasto de los viajeros por transporte, comercio, alojamiento u ocio, entre otras actividades. Mientras que la metodología MRIO contiene cifras sobre emisiones de hasta 27 industrias y mide “qué hemos necesitado para producir cada cosa”, asegura María-Ángeles Tobarra, profesora titular de Fundamentos del Análisis Económico en la UCLM y una de las autoras de la investigación.

La imagen final permite relacionar el desembolso total que se produce en un destino (España, en este caso) con las emisiones generadas para satisfacer el consumo turístico en ese país.

“Hasta hace unos 15 o 20 años, calcular esto era bastante difícil. Pero ahora hay datos internacionales, bases de registros y softwares que nos ayudan a hacerlo”, explica Tobarra. “Si quieres ofertar un servicio de restauración, por ejemplo, necesitas alimentos. Pero las emisiones no solo se producen cuando cocinas esos alimentos, sino también cuando se generan o son transportados. Ese es el tipo de cálculo que hacemos”.

Los resultados precisan que el turismo generó un total de 4,78 millones de toneladas de dióxido de carbono en 2019, el 14,2% del total en todo el país. Un año más tarde, ya con la crisis del coronavirus, ese valor descendió a los 1,79 millones, una reducción del 62,6% que se notó tanto en el turismo de residentes (51%) como de extranjeros (73%).

Los cálculos detallan que los turistas extranjeros expulsaron 2,94 millones de toneladas de CO2 en 2019, el doble que los residentes (1,57 millones). Asimismo, las actividades que concentraron en ese año el mayor número de emisiones fueron el transporte aéreo, la industria manufacturera y el tráfico rodado, con porcentajes similares en ambos grupos.

El estudio no cuenta con datos regionalizados, pero es de esperar un efecto similar en Canarias, donde el turismo generó 1,85 millones de toneladas de CO2 en 2019 y sufrió también una caída del 70% en la llegada de viajeros el curso posterior.

La consejería de Turismo, Industria y Comercio del Gobierno canario presentó a finales del año pasado una estrategia para descarbonizar el sector que proyecta de entrada 170 millones de euros en planes de sostenibilidad turística para las empresas, gran parte de ellos con cargo a los fondos europeos de reconstrucción. El Ejecutivo regional también afirma haber desarrollado una herramienta para medir la huella de carbono y puesto en marcha una oficina de sostenibilidad.

“Es muy importante que las acciones de regeneración redunden directamente en una mejora del destino, de sus espacios y recursos naturales y del bienestar de sus habitantes. Y esto solo es posible desde la cooperación”, dijo entonces la consejera Yaiza Castilla.

La estimación realizada por Tobarra y cía señala que el objetivo acordado en la COP26 de rebajar en un 50% la huella de carbono de la industria turística para 2030 es realizable. Pero haberlo hecho en un año de confinamiento estricto y restricciones en el transporte aéreo no suscita precisamente optimismo.

“Esa caída tan brusca de la demanda nos enseñó que, si tuviéramos que ir a por ese objetivo solo reduciendo volumen, el cambio tendría que ser brutal”, resume la investigadora.

En este sentido, el trabajo de las expertas de la UCLM configura siete posibles escenarios futuros en los que trata de dilucidar nuevas tendencias de recuperación parcial y total del turismo, así como de su impacto en la huella de carbono.

Los primeros dos pronósticos asumen recuperaciones del consumo turístico correspondientes a 2021, mientras que los otros cinco predicen un restablecimiento total con respecto a 2019, tal y como está ocurriendo este mismo año. Cada uno de los distintos escenarios cuenta con características singulares, pero solo los dos últimos recogen cambios más sostenibles, especialmente el último.

En ese séptimo futuro proyectado por las autoras para 2030, habría un descenso del 16% en las emisiones contaminantes del sector de la restauración y alojamiento y del 23% en el tráfico rodado. Además, todos los turistas procedentes de Francia y Portugal viajarían en tren. Y los viajeros nacionales que pretendan hacer turismo por la Península, también se desplazarían en ferrocarril. Para Canarias y Baleares no hay novedades por su evidente situación geográfica.

La mala noticia es que ni tan siquiera este pronóstico alcanzaría la meta de reducir en un 50% las expulsiones de CO2, ya que se quedaría solo en el 24,9%. El resto de los escenarios que plantean una recuperación total del consumo, pero disponen de medidas menos sostenibles, tampoco lo lograrían. Las investigadoras ven en esto la necesidad de planificar estrategias más ambiciosas y “cambios a gran escala” para lograr un mayor impacto en la industria.

“Si la demanda vuelve a niveles de prepandemia, no va a ser posible alcanzar ese objetivo”, apunta Tabarra. “No olvidemos que muchas de las cosas que necesita el sector tienen que venir de una transformación general, es decir, de cómo producimos electricidad o cómo nos movemos. El sector tiene su responsabilidad, pero la sociedad también”.

Las conclusiones del trabajo coinciden con otras investigaciones de la misma índole que también ven muy complicado reducir las emisiones en el turismo de acuerdo con el ritmo actual de crecimiento. Algunos de esos estudios solicitan una rebaja importante de la demanda turística mundial (empezando por los viajes de negocios y frecuentes) junto con planes de inversión esenciales para acelerar la transición energética.

La buena noticia, eso sí, es que los propios viajeros parecen conformes a modificar sus hábitos de consumo. Según la última encuesta del Eurobarómetro, un 82% de los europeos están dispuestos a consumir más productos locales, reducir los residuos o elegir opciones de transporte más ecológicas. Para Tobarra, se trata de un potencial “aún sin explorar” que debería ayudar a materializar la transformación “radical” requerida.