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'Carnelevare'

Drag Sethlas ha conseguido recuperar el verdadero espíritu del Carnaval. El papanatismo que está rodeando su espectacular puesta en escena, que le valió alzarse con la Corona de la Gala Drag el pasado lunes, no hace más que constatar por qué los poderes civil y eclesiástico estuvieron siempre en contra de un período de permisividad, de crítica social, en el que se ridiculizaba a los gobernantes, a los nobles, al clero e incluso a la moral religiosa.

Ese es el verdadero origen del carnelevare (del latín carnelevarium, es decir, quitar la carne) con el que el pueblo llano sustituyó a la festividad pagana de las Saturnales romanas y otras celebraciones orgiásticas en honor a Baco, relacionadas con la llegada del equinoccio de primavera y la fertilidad de un nuevo ciclo.

Y estamos hablando de la Edad Media, donde el temor a Dios no era nada laxo, pero eso no impedía, porque era la esencia de esas fiestas, criticar a las autoridades y a la Iglesia hasta el punto de que cerdos, burros y perros eran ataviados como reyes, obispos y papas y paseados en tronos por las embarradas calles para solaz del común de los mortales.

Eso era el Carnaval, y no los concursos de murgas, las galas de elección de las reinas o el alcohol de garrafón que perfuma los mogollones y los bailes en las calles.

Por tanto, no es de extrañar que aquellos obispos de hace 700 años se opusieran a unas fiestas de las que otra de sus señas de identidad eran los disfraces y las máscaras. Unos y otros anatemizados por santos apostólicos y romanos que consideraban que al mostrar al ser humano como algo burlón, lascivo y falso existía una ridiculización del mismo Dios, pues el hombre estaba hecho a su imagen y semejanza.

Más se burlaba de Dios una Iglesia que poseyó, según varios historiadores, entre los siglos X y XI un tercio a la mitad de la propiedad inmueble de la Europa occidental. Unos monjes y un clero que exigían diezmos,oblaciones y prestaciones a toda clase de productos de la agricultura y de la ganadería y gravaban también la actividad comercial e industrial, empobreciendo aún más a los paupérrimos ciudadanos

Antes de que el refinamiento de las distintas cortes de las casas reales europeas estropearan el espíritu primigenio del carnelevare, éste fue el grito de una sociedad empobrecida víctima de las hambrunas, que usaba el Carnaval como un respiro, en el que los roles sociales cambiaban y el siervo podía ejercer de amo o el gobernado de gobernante.

Puro travestismo social.

Drag Sethlas, por tanto, lo único que ha hecho es recuperar el alma perdida de los inicios carnavaleros.

No vale solo llenarse la boca fariseamente diciendo que Canarias es una sociedad abierta, tolerante y permisiva. Hay que demostrarlo.

Quien no entienda el espectáculo ofrecido por Sethlas dentro de lo que representa la Gala Drag, y quiera sacarlo de ese contexto, más vale que vuelva a intentar vivir en el medievo, pues él no ha sido nada más que la cúspide del culmen de la transgresión que es, en sí misma una gala situada en la cima de una trasgresión que se llama Carnaval.

Drag Sethlas ha conseguido recuperar el verdadero espíritu del Carnaval. El papanatismo que está rodeando su espectacular puesta en escena, que le valió alzarse con la Corona de la Gala Drag el pasado lunes, no hace más que constatar por qué los poderes civil y eclesiástico estuvieron siempre en contra de un período de permisividad, de crítica social, en el que se ridiculizaba a los gobernantes, a los nobles, al clero e incluso a la moral religiosa.

Ese es el verdadero origen del carnelevare (del latín carnelevarium, es decir, quitar la carne) con el que el pueblo llano sustituyó a la festividad pagana de las Saturnales romanas y otras celebraciones orgiásticas en honor a Baco, relacionadas con la llegada del equinoccio de primavera y la fertilidad de un nuevo ciclo.