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Cobardía suicida

Dicen que el gato escaldado huye del agua fría: el Gobierno de España no ha contestado aún a la petición de Naciones Unidas para que su programa de alimentos utilice el aeropuerto de Gando (bastaría con ceder parte de las instalaciones de la base militar) como plataforma logística para el envío de personal y medicamentos a África. La decisión de colaborar, que en otros momentos habría sido anunciada con carácter inmediato, se retrasa por temor a que una nueva decisión humanitaria en relación siquiera tangencial con el Ébola, pueda desgastar aún más la imagen de un Gobierno que ha gestionado pésimamente la situación de emergencia que se produjo con el contagio accidental de la enfermera Teresa Romero.

La falta de respuesta del Gobierno a Naciones Unidas responde a un comportamiento cobarde y poco razonado. Primero porque la logística de un puente aéreo contra el Ébola, con base en Gando, implica escasísimos riesgos. No podemos pasarnos la vida hablando de la vocación africana de las islas y cuando se nos presenta la oportunidad de demostrarla en una cuestión de vida o muerte, girar la cabeza y mirar para Cuenca como si lo que ocurre ahí enfrente no nos afectara.

España no es, en cualquier caso, el único país que manifiesta su miedo en relación con una de las enfermedades más mortíferas que se conocen: Portugal y Marruecos denegaron a Noruega que un avión con una repatriada infectada de Ébola hiciera escala en sus aeropuertos. Finalmente se usó el de Gando, hace unos días. Los Gobiernos tienen información más que suficiente de los escasos riesgos reales que existen con estas operaciones, y no es a esos riesgos a lo que de verdad temen. De lo que tiene miedo el Gobierno Rajoy es de una opinión pública asustada y cada día más crítica ante cualquier decisión que adopta. Pero aunque los ciudadanos tengan el derecho de vivir con angustia esta crisis del Ébola, los Gobierno no pueden actuar igual: suya es la obligación de calibrar los riesgos y tomar decisiones acertadas. Y la más acertada es contribuir a frenar la enfermedad en África, con todos los medios posibles. Antes de que acabe este año, se prevé que a pesar de todos los esfuerzos que puedan hacerse, la cifra de contagiados por Ébola será de más de veinte mil personas, en seis o siete países del continente, más los casos fuera de África, probablemente controlados y reducidos a los recintos hospitalarios. Es a partir de esa cifra, si se consigue que la ayuda sanitaria llegue masivamente, cuando la enfermedad empezará a remitir. No parece de recibo que perdamos más tiempo con dudas ridículas y cálculos electorales.

Dicen que el gato escaldado huye del agua fría: el Gobierno de España no ha contestado aún a la petición de Naciones Unidas para que su programa de alimentos utilice el aeropuerto de Gando (bastaría con ceder parte de las instalaciones de la base militar) como plataforma logística para el envío de personal y medicamentos a África. La decisión de colaborar, que en otros momentos habría sido anunciada con carácter inmediato, se retrasa por temor a que una nueva decisión humanitaria en relación siquiera tangencial con el Ébola, pueda desgastar aún más la imagen de un Gobierno que ha gestionado pésimamente la situación de emergencia que se produjo con el contagio accidental de la enfermera Teresa Romero.

La falta de respuesta del Gobierno a Naciones Unidas responde a un comportamiento cobarde y poco razonado. Primero porque la logística de un puente aéreo contra el Ébola, con base en Gando, implica escasísimos riesgos. No podemos pasarnos la vida hablando de la vocación africana de las islas y cuando se nos presenta la oportunidad de demostrarla en una cuestión de vida o muerte, girar la cabeza y mirar para Cuenca como si lo que ocurre ahí enfrente no nos afectara.