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¿Lo escuchan? Es mi risa contenida

Desde aquel primer debate televisado en el que un bronceadísimo John F. Kennedy machacara visualmente a un Richard Nixon paliducho y encogido, quedó claro que la Televisión consiste en un mero espectáculo de poses, apariencia y maquillaje.

La cosa extraña que llaman “debate” tiene algo de ritual liberador de las tensiones colectivas. Sabemos que va a ser frustrante, limitado mentalmente hablando, vacío de contenido, tontuno y, en fin, lo de siempre. Pero, aun así, lo esperamos ansiosos, lo comentamos enfervorecidos y oh dios mío, me he olvidado de comprar el vino para el debate de esta noche. Maldición.

Como sociedad hemos desarrollado un par de Trastornos Obsesivos Compulsivos que repetimos inconscientemente como forma de aliviar la ansiedad grupal, la misantropía esencial que nos domina. Uno de estos TOC colectivos que compartimos como ciudadanos del país que nos tocó, es ver el dichoso debate una y otra y otra vez. Discutir airadamente defendiendo o rechazando posturas, ideas, sensaciones y a veces, incluso hechos, que ni nosotros mismos nos llegamos a creer. Pero oiga, necesitamos creer que creemos en algo. ¿Si no qué?

Así que nos esforzamos en mantener y bien cuidar nuestras compulsiones. Hablando en el trabajo del debate. Haciendo porras con los colegas. Peleándonos con los familiares. Quejándonos democráticamente, ¿de qué?, pues da igual, de lo que sea. El Quejiquismo es lo más democrático que yo conozco. Hoy en día está todo fatal, en el paleolítico se vivía mucho mejor, esta juventud de ahora es gilipollas.

Necesitamos enfadarnos, quejarnos, indignarnos airadamente con objetos exteriores a nuestra propia condición. Burlarnos de algo, ¿lo escuchan? es la risa contenida que no suena en el papel.

¿Quién ganó el debate? Lo ganó Zuckerberg, lo ganó RTVE, lo ganó mi prima, lo ganaste tú si echaste un buen rato, si ya tienes tema de conversación para el ascensor durante unos días. Lo ganó mi amiga Angelines, que no vota, no ve la tele, y la política y los políticos le dan mucho igual. Yo trato de convencerla para que vote, para que se interese. Intento transmitirle este temor al trifachito, a la extrema derecha, a la vuelta a la caverna. Trato de imbuirle esta manía persecutoria que no me deja dormir: Veo Marhuendas y Abascales en todas partes.

Pero Angelines no se entera, no se inmuta, mis discursos grandilocuentes le dan igual. Ella no tiene miedo más que al dinero y las facturas. Creo que no le importa quien gane porque ya está acostumbrada a perder.

Desde aquel primer debate televisado en el que un bronceadísimo John F. Kennedy machacara visualmente a un Richard Nixon paliducho y encogido, quedó claro que la Televisión consiste en un mero espectáculo de poses, apariencia y maquillaje.

La cosa extraña que llaman “debate” tiene algo de ritual liberador de las tensiones colectivas. Sabemos que va a ser frustrante, limitado mentalmente hablando, vacío de contenido, tontuno y, en fin, lo de siempre. Pero, aun así, lo esperamos ansiosos, lo comentamos enfervorecidos y oh dios mío, me he olvidado de comprar el vino para el debate de esta noche. Maldición.