Joe Biden y su colección de momentos

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La historia de los Estados Unidos en los últimos 120 años tiene dos hitos históricos principales ya vividos, momentos culminantes y otro momento irrepetible que nos va a tocar vivir. Saint Simon ya decía que descubría en la sociedad periodos orgánicos construyendo y periodos críticos negando. Antes de Hegel y de Marx ya dice Saint Simon que la historia tiene voluntad propia que no es otra que la ley suprema del progreso. Al parecer podemos estar siendo testigos de uno de esos momentos orgánicos, en Estados Unidos, porque en otros lugares suena el tango y la cuesta abajo en la rodada.

El primer gran hito histórico americano resultó ser un acierto y fue coral y aconteció cuando una serie de presidentes decidieron que los denominados barones ladrones que querían América solo para ellos iban a ser sometidos. En el año 1901 asesinaron al presidente Mckinley. No sabemos si fue un magnicidio que tenga que ver con lo que se cuenta a continuación. Pero es lo cierto que superado ese magnicidio y durante los veinte años que siguieron, tres presidentes (Roosevelt, Taft y Wilson) amojonaron el camino que llevaría a los Estados Unidos a lo que hoy es: una sociedad rica y primera potencia mundial.

Para ello fue necesario mandar a parar a los barones ladrones. Son esos nombres que hoy resuenan como la aristocracia americana, los Carnegie, los Vanderbilt, los Rockefeller. Estos eran una serie de millonarios americanos que, cada uno en su sector, operaban de forma privilegiada como la vieja nobleza (por eso lo de barón) con inclinaciones autárquicas. Querían América solo para ellos. Esos tres presidentes se interpusieron en el camino de los barones ladrones desenmascarando su condición de aprendices de brujos. Me refiero con este término a esos personajes que gustan de poner en marcha algo que luego nadie puede controlar. Fue un gran primer hito para construir.

El segundo gran momento se vivió con Roosevelt. Fue hito de reconstrucción. Enfrentando una ruina, reconoció el tamaño de la crisis que infligió la Gran Depresión, e intentó una identificación con su pueblo simbolizado en la charlas de la chimenea. Roosevelt marcó el territorio desde sus palabras inaugurales, cuando dijo que, si el Congreso no aprobaba sus medidas, pediría “amplios poderes ejecutivos... tan grandes como los que me darían si fuéramos invadidos por un enemigo extranjero”. El segundo obstáculo estaba en la judicatura. Y se estrelló como tan fácil le resulta a un presidente estrellarse en ese gran país con su Tribunal Supremo. Una vez revalidada su mayoría, tomó una decisión a espaldas del partido, y que reveló sólo a su círculo más íntimo: intentaría fabricarse una mayoría en el Tribunal Supremo incrementando el número de miembros de dicha institución, lo que le permitiría nombrar jueces cercanos a sus posturas. El tercero de los retos fue la prensa. Imaginemos el tamaño del momento: cerró los bancos y obligó a vender a los especuladores el oro comprado en la crisis. Y qué enemigos, el Congreso, el Tribunal Supremo y la Prensa.

Tras estos dos hitos, América vivió dos momentos culminantes con un presidente singular en Lyndon. B. Johnson, que impulsó los derechos civiles y otro momento muy señalado y coincidente con el primer presidente de color. Obama parecía que lo podía todo y pudo menos. Se quedó a medias porque no quiso o no pudo.

Biden, vicepresidente de Obama, llegó mayor de edad y arrastrando los pies. Y es la mayor sorpresa que nos podíamos llevar en el sentido de Saint Simon.

Biden anuncia una nueva era, e insinúa el fin del liberalismo, el gran momento del Estado. Viejo y con prisas, él cuenta con disponer de tan solo dos años hasta que se renueven las Cámaras. Ha presentado una colección de estímulos para aprovechar un inapelable rebote post- COVID. Biden arriesga sin consensos previos. Fuego a discreción, toda la munición a contribución del momento.

La jugada es soberbia: dos billones de dólares desde el helicóptero y otros dos en políticas estructurales para los próximos ocho años. Aumento de impuestos a las sociedades. Pone sobre la mesa un estímulo mayor que la brecha de producción, que viene señalada por la diferencia entre la velocidad de crucero y un subyacente nivel potencial de crecimiento. Pudiera dar la sensación de que sobredimensiona la solución.

Anuncia una política fiscal al tiempo que una política monetaria ¿Qué hay riesgo de sobrecalentamiento e inflación? Asume los riegos. Se atreve con todo.

Desigualdad. Sanidad. Educación. Infraestructuras. Medio Ambiente. Multilateralismo. Impuesto de Sociedades que se atreve a señalar que debía ser homologado a nivel global. A marea baja, golpes a la lapa. Va a tener una deuda pública del 130% del PIB.

Fuego a discreción desde el helicóptero, pero bien entendido que el helicóptero puede repartir los dólares en dos campos de batalla. El primero sucedió en 2007, el segundo tiene lugar justamente ahora.

En el año 2007 EEUU entró en recesión por una crisis de deuda. Y despegó por primera vez el helicóptero. Aplicaron de forma axiomática la receta que prescribe que hasta que no se frenara la caída del precio de los activos continuaría la restricción de créditos, la depresión y la deflación. A través de la compra directa de titulizaciones, lo que acabamos de llamar compra de activos, la Reserva Federal no solo consiguió parar la deflación de activos, sino que también reflotó la deuda. Los tipos de interés de la deuda privada cayeron y el crédito en los mercados mayoristas volvió a fluir.

Entonces apareció una maldición que se hace llamar la trampa de la liquidez que aparece cuando el interés es tan bajo que el sujeto guarda todo el dinero y por más que se tire dinero desde el helicóptero el dinero no llega a la economía real. Cuando acontece algo así hay que verter dinero en la economía real para compensar el colapso del crédito. Mas adelante habrá que drenar ese dinero a la misma velocidad que se inyectó mediante el cobro de impuestos.

Siempre aconteció que aumentando el tipo de interés se empequeñecía la economía y una bajada de tipos la estimulaba la actividad al tiempo que se estimulaba la deuda. Esto había saltado hecho pedazos. Se había situado el coste del dinero en cero y no se crecía. Parecía un espejismo. Por no decir que parece una broma. En 2.007 había demasiado dinero ahorrado en el mundo, pero nadie quería ese dinero prestado porque no había proyectos productivos. Si los Bancos Centrales hubieran subido entonces los intereses se hubiera colapsado la economía.

En 2007 solo se utilizaba el dinero para comprar activos seguros que de esta forma empezaban a subir de forma sostenida y creando burbuja. El capital buscaba rentabilidad en proyectos burbuja que por lo general tienen menos productividad, pero más beneficios.

Esta crisis de la pandemia es distinta. Si en la crisis anterior no se crecía porque estábamos confinados en una burbuja, ahora después del parón y repitiendo el latiguillo, en pleno rebote post-covid puede que haya vida fuera de las burbujas. Todos quieren romper y salir de la burbuja. Salir huyendo como si de un incendio se tratara. Por eso ahora el helicóptero ha despegado no para comprar activos que enfríen la crisis de deuda sino para repartir dinero a familias y empresas para el consumo y la producción. Y al Estado para cambiar el país. Tratan de aumentar el rebote post-covid creando un enorme efecto multiplicador.

¿Y Europa? Bruselas actuó rápido. Cerró el Pacto de Estabilidad con ADN alemán y abrió el Fondo de Recuperación con su ADN latino. Pero partir de ese fulgurante arranque sobrevino la burocracia y la desidia. Y el temor de la suerte que podamos correr, ya sin Merkel al timón. Se empieza a pensar en la inflación y en ese Leviatán que constituyen los mercados. Pánico por el endeudamiento de algunos países. Y si bien no se atreven hoy a hablar de austeridad, sí se vuelve a decir, que los recortes terminan generando crecimiento si van acompañados de reformas. Aquí aparece el Fata Morgana, el espejismo, la palabra mágica: las reformas. La deuda pública elevada en euros se dice en Bruselas, lastra la actividad. Europa como siempre tiene miedo. Biden no tiene miedo, utiliza dólares, asume el riesgo del calentamiento. Ha cogido el camino que lleva al Olimpo, a estar en la chimenea junto a Roosevelt y junto a aquellos presidentes que inauguraron el siglo XX. América primero, aunque esta frase la puede usar y la usa sin rubor cualquier canalla.

Pero todo este monumento a Biden hay que circunscribirlo a las fronteras americanas. Desde que le estalló el conflicto palestino ha tomado otro momento opuesto en el sentido de Saint Simon, un momento crítico negando que haya soluciones a ese horrible conflicto.

Heinrich Boll, tiene un libro, “opiniones de un payaso” donde entona una frase inolvidable: “soy un payaso y colecciono momentos”. Los Estados Unidos acaban de terminar con un payaso. Ahora Biden, si sintoniza con su pueblo, va a coleccionar momentos.