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El posibilismo en la política

De esta forma se ha practicado el viejo dicho, principalmente por los defensores de la política de las cañoneras en Estados Unidos “Este dictador es un hijo de punta, pero es mi hijo de puta”, y los europeos calentitos y gorditos en Londres, Madrid, Amsterdam o Berlín han copiado la vieja máxima yanqui. Para poner algunos ejemplos recientes de buenas relaciones de España con Libia, José María Aznar recibió un caballo árabe pura sangre de Gadafi, y cuando los periodistas progres criticaron que Aznar aceptara ese regalo y fuese al mismo tiempo partidario de atacar Irak, Gustavo Arístegui salió en defensa de su jefe diciendo que “no se puede comparar a Gadafi con Sadam Husein, porque el iraquí ha matado a cientos de miles de personas y el libio sólo a miles”. Cuestión de cifras. No sé qué dirá ahora Arístegui en relación a la carnicería humana que está haciendo estos días el dictador libio. Seguro que si sube mucho el precio del petróleo, si la crisis se agudiza, Arístegui será partidario de cambiarlo por otro dirigente “más occidental”, y que ponga los pozos de petróleo en mayor producción y mejores precios para la vieja Europa. Cuestión de interés general y de pocos principios. La Unión Europea sigue en una posición confusa y difusa, diría que cínica, en relación a los hechos que se suceden a una velocidad vertiginosa en el mundo árabe. La responsable de Relaciones Exteriores de la UE, Catherine Aston, dice un día una cosa, y al siguiente alguno de los colegas de los países miembros, incluida Trinidad Jiménez, la contradice, y eso que Aston es muy conservadora y proclive a tener amigos dictadores hijos de puta, con perdón.

Claro que Zapatero tampoco estuvo nada mal con Gadafi, a quién le permitió instalar su jaima en los jardines de El Pardo ?quizá evocando al otro inquilino dictador, general Franco-, firmó excelentes acuerdos comerciales con Libia por valor de 12.000 millones (doce mil millones) de euros, y otros contratos suculentos para Repsol, y en la cena de gala en La Moncloa se le olvidó al presidente español preguntarle al dictador libio por los derechos humanos en su país, y otras barbaridades cometidas.Lo que está sucediendo en el Norte de Africa es histórico, diría que a mayor nivel que la caída del Muro de Berlín, pese a la frialdad “comercial” de Europa. Los pueblos árabes están demostrando una cosa: que no necesitan a Al Qaeda ni a Ben Laden para hacer una revolución democrática. Casi nada la experiencia.

De esta forma se ha practicado el viejo dicho, principalmente por los defensores de la política de las cañoneras en Estados Unidos “Este dictador es un hijo de punta, pero es mi hijo de puta”, y los europeos calentitos y gorditos en Londres, Madrid, Amsterdam o Berlín han copiado la vieja máxima yanqui. Para poner algunos ejemplos recientes de buenas relaciones de España con Libia, José María Aznar recibió un caballo árabe pura sangre de Gadafi, y cuando los periodistas progres criticaron que Aznar aceptara ese regalo y fuese al mismo tiempo partidario de atacar Irak, Gustavo Arístegui salió en defensa de su jefe diciendo que “no se puede comparar a Gadafi con Sadam Husein, porque el iraquí ha matado a cientos de miles de personas y el libio sólo a miles”. Cuestión de cifras. No sé qué dirá ahora Arístegui en relación a la carnicería humana que está haciendo estos días el dictador libio. Seguro que si sube mucho el precio del petróleo, si la crisis se agudiza, Arístegui será partidario de cambiarlo por otro dirigente “más occidental”, y que ponga los pozos de petróleo en mayor producción y mejores precios para la vieja Europa. Cuestión de interés general y de pocos principios. La Unión Europea sigue en una posición confusa y difusa, diría que cínica, en relación a los hechos que se suceden a una velocidad vertiginosa en el mundo árabe. La responsable de Relaciones Exteriores de la UE, Catherine Aston, dice un día una cosa, y al siguiente alguno de los colegas de los países miembros, incluida Trinidad Jiménez, la contradice, y eso que Aston es muy conservadora y proclive a tener amigos dictadores hijos de puta, con perdón.

Claro que Zapatero tampoco estuvo nada mal con Gadafi, a quién le permitió instalar su jaima en los jardines de El Pardo ?quizá evocando al otro inquilino dictador, general Franco-, firmó excelentes acuerdos comerciales con Libia por valor de 12.000 millones (doce mil millones) de euros, y otros contratos suculentos para Repsol, y en la cena de gala en La Moncloa se le olvidó al presidente español preguntarle al dictador libio por los derechos humanos en su país, y otras barbaridades cometidas.Lo que está sucediendo en el Norte de Africa es histórico, diría que a mayor nivel que la caída del Muro de Berlín, pese a la frialdad “comercial” de Europa. Los pueblos árabes están demostrando una cosa: que no necesitan a Al Qaeda ni a Ben Laden para hacer una revolución democrática. Casi nada la experiencia.