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Veinte millones de huérfanos

Yo creo que este país tiene unos veinte millones de huérfanos políticos. Posiblemente, unos veinte millones de españoles que no se sienten representados por los políticos que dicen que nos representan, porque se han abstenido en las elecciones o han renegado de su voto.

Yo creo que la mayoría de los españoles aspiran a un trabajo digno; una educación de calidad para sus hijos; una sanidad que funcione bien; que se respeten derechos y libertades; una administración ágil y eficiente; una justicia independiente… Parece que es bastante razonable lo que piden. ¿No?

¿Y quién se lo puede dar?

En números redondos: Una cuarta parte de las rentas del país las administran los trabajadores con las nóminas que perciben. Otra cuarta parte la administran las empresas, con los beneficios que obtienen. Y la otra mitad de la renta del país la administran los políticos. Es mucho, ¿Verdad? ¡Muchísimo!

Los políticos son unos administradores de lo público, que con todas esas rentas deben garantizar esos servicios y prestaciones que demandan los ciudadanos con una gestión eficiente y honesta. Pero claro, hay matices: para representar y defender los intereses de los ciudadanos, los políticos se organizan en partidos. Cada uno representa y defiende a unos colectivos más que a otros, aunque todos dicen defender a los trabajadores, a los empresarios, a los pensionistas… Pero es evidente que no se puede estar en la procesión y repicando.

El empresario aspira a obtener el máximo de beneficio a costa de bajos salarios; y el trabajador aspira a obtener mejor renta y servicios, a costa de que el empresario tenga menos rentabilidad por su inversión. Y cada partido político tiende a representar a alguno de los colectivos sociales, pero el papel de la democracia consiste precisamente en buscar un equilibrio e introducir el factor solidaridad: justicia social, redistribución de rentas, que paguen más impuestos los que más rentas o beneficios obtengan, y que se garantice a los ciudadanos el premio a su esfuerzo y unos servicios mínimos: seguridad, educación, sanidad y pensiones.

El supermercado mediático

El supermercado mediáticoCada partido político “vende su programa” en gran medida a través de los medios de comunicación, y los ciudadanos los compran en los supermercados del éter, el papel o las redes sociales. Obviamente, los que detentan el poder económico, como las grandes multinacionales, el sector farmacéutico, el sector financiero, el del petróleo y la energía, controlan al mismo tiempo los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, y son estos los que contribuyen a modelar la opinión de los ciudadanos a favor de los partidos políticos que mejor defiendan sus intereses. Y como una mayoría de los ciudadanos actúa políticamente por impulsos emocionales, por temor, o por ser fanático e incondicional de unas determinadas siglas, el margen a la racionalidad y la libertad de pensamiento queda bastante reducida. Como anécdota transcribo lo que un ciudadano me decía hace poco: “Siempre he votado y votaré por el PP, aunque sean unos corruptos, ¿Sabes? Porque aunque sean corruptos, son mis corruptos”.

¿Y por qué los partidos de derechas, que en teoría representan los intereses de una minoría de poderosos, ganan elecciones a partidos de izquierdas que teóricamente representan una mayoría social?

En parte se explica por lo dicho anteriormente: la influencia de los medios de comunicación, que tienen más capacidad de sugestión sobre los colectivos con menos formación, así como por los sentimientos de temor al paro, al inmigrante, a la crisis, a la inseguridad… Una sociedad temerosa e insegura, tiende instintivamente a buscar refugio en opciones que le ofrezcan más seguridad, en detrimento de la libertad. Y resulta obvio, que esos temores y miedos, a veces son prefabricados para provocar esas reacciones en los ciudadanos.

Pero hay otra razón por la que la Derecha minoritaria vence con frecuencia en unas elecciones a la Izquierda mayoritaria: La Derecha está fuertemente unida por intereses básicamente de índole económica, y ese es un factor de cohesión muy fuerte. La Derecha es básicamente pragmática. La Izquierda en cambio está con frecuencia, no unida por la defensa de los intereses de los más desfavorecidos, sino fragmentada por razones de ideales, de programas, de afán de protagonismo o de sueños y fantasías de diversa índole. La izquierda suele ser poco realista, poco pragmática y algo proclive al cainismo.

Y abundando sobre este particular, relato una pequeña anécdota de mi época de estudiante: “Estaban cuatro comensales en una mesa, dos de izquierda y dos de derechas, y pidieron de aperitivo unos huevos duros con sidra. Cuando el camarero puso los cuatro huevos en un plato sobre la mesa, los dos de izquierda comenzaron a discutir si era mejor sazonarlos con sal o con azúcar. Cada uno exponía sus razones y preferencias gastronómicas, y cuando fueron a ver, los dos comensales de derechas se habían comido los cuatro huevos, mientas ellos discutían”.

La partida de ajedrez

En los jugadores noveles, casi siempre gana uno de los dos contendientes, pero al subir de nivel y llegar a los maestros, la mayoría de las partidas terminan en tablas. Dos jugadores perfectos siempre terminarían en tablas, porque cuando uno gana, es porque el contrario ha cometido algún error. O al menos, ha cometido más errores que el contrincante. Y en el tablero de política, sucede algo parecido a lo que ocurre al ajedrez: El que pierde, normalmente es el que ha cometido más errores.

Algún día los libros de historia y los estudios de los sociólogos, analizarán la anomalía patológica y sociológica de los sucesos que están ocurriendo hoy en este país: Llega a Presidente un político en representación de un partido imputado por corrupción, y en el que al mismo tiempo están imputados como setenta altos cargos. Llega a Presidente alguien detestado con el que nadie quiere pactar. Un político que es el peor valorado entre quince políticos españoles, (Encuesta de Metroscopia, junio, 2016). De quien el 72,20% de los ciudadanos opina que debe dimitir por estar asociado por acción u omisión a los casos de corrupción de su partido (Encuesta de Sigma,2 del 22.02.16). Del que el 57,% de los votantes de su propio partido opina que debe dimitir y dejar paso a otro/a político/a de su mismo partido, (Encuesta Metroscopia, junio,2016). Un Presidente en funciones cuya continuidad es rechazada por el 86,4% de los votantes (Encuesta del CIS, mayo, 2016); y llega a Presidente alguien a quien le ha votado sólo uno de cada cinco ciudadanos con derecho a voto, y cuya continuidad es apoyada sólo por uno de cada diez ciudadanos.

Se trata de un esperpento. De una auténtica patología sociológica, de la que para poder encontrar un caso similar en nuestra historia, deberíamos remontarnos al rey Fernando VII al que aclamaban sus súbditos al grito de “¡Vivan las caenas!”.

¿Y cómo es posible que el Sr. Rajoy haya ganado esta partida de ajedrez en el tablero político? Evidentemente, por errores de los rivales.

La decadencia del PSOE como partido de centro-izquierda representante de una mayoría social, que protagonizó y promovió la modernización de este país y la defensa de valores de igualdad, libertad y bienestar social, comenzó con una esclerosis y un apoltronamiento de muchos de sus dirigentes, que maniobrando para perpetuar unos privilegios o un poder, impedían la necesaria renovación para adaptarse a los nuevos tiempos.

Los viejos dinosaurios le cerraban el camino a José Borrell; le ponían piedras en el camino a Carmen Chacó; asustados ante la eventualidad de que Susana Díaz perdiera unas primarias ante Eduardo Madina, tiraron de Pedro Sánchez “el provisional que le guardaría la silla a Susana”, y apoyaron subliminalmente a Pérez Tapias para que le restara votos a Madina; y cuando Pedro Sánchez le cogió el gusto a la silla, pues ha ocurrido lo que estamos viendo.

¿Qué querían los veinte millones de huérfanos?

Un proyecto de futuro ilusionante: Que este país estuviese administrado por políticos honestos, porque la corrupción es la segunda preocupación de los ciudadanos después del paro, y el paro deriva en parte de la corrupción, y que con la mejora en la eficiencia y la competitividad, se trate de combatir esa verdadera lacra social que es el paro. Que se reforme y modernice la Constitución para permitir entre otras que se demandan como necesarias, las de la justicia, el senado y la reforma territorial que cohesione y solidarice los pueblos de España. Las imprescindibles reformas fiscales, incluyendo la demanda de desaparición de los paraísos fiscales, verdaderos nidos de delincuentes económicos o de otro ámbito. La recuperación de derechos laborales perdidos. La vital reforma de la educación. La modernización y eficiencia de la Administración. La política en síntesis, consiste en tratar de hacer realidad los sueños que son posibles.

Pero de todo esto se hablaba bien poco. Salvo quizá Ciudadanos, que puso sobre la mesa de negociación unas medidas para luchar contra la corrupción, los demás casi se centraron en el reparto de poder. Pedro Sánchez, en lugar de centrarse en un verdadero plan de regeneración ética y democrática, en un mínimo común múltiplo en un plazo de dos años para impulsar esa necesaria transformación y cambios legislativos, se empeña en solicitarle un cheque en blanco a Podemos. Y Pablo Iglesias, en lugar de demandar ese cambio necesario al que aspiran la mayoría de los españoles en la lucha contra el paro y la corrupción, se empeña en tratar de “asaltar el cielo” por la vía rápida, pidiendo sillones y ministerios, vendiendo las aceitunas sin haber plantado los olivos y pretendiendo llevarnos a un verdadero purgatorio.

Los errores de Pedro Sánchez

Los errores de estrategia y de táctica de Pedro Sánchez han sido muchos. Algunos con nombres y apellidos, llámese Tomás Gómez, Antonio Miguel Carmona, Casimiro Curbelo. Otros errores de planteamientos y de negociación. No ha tenido la talla y la habilidad política necesarias ni ha aprovechado las ventanas de oportunidades, pero sobre todo, ha cometido un gran error: ha menospreciado el poder del lado oscuro de la fuerza.

Meses atrás, el PSOE tuvo la oportunidad de liderar un proyecto regenerador, o al menos, de haberle arrancado al PP un cambio de liderazgo y contrapartidas para el conjunto de los ciudadanos, pero el Coronel Felipe González, al igual que Segismundo Casado en el ’39, ha llevado al PSOE vencido y cautivo a una derrota incondicional. De realmente patéticas son las afirmaciones de Rafael Hernando tratando de imponerle condiciones a la abstención del PSOE, después del verdadero esperpento de aquel sábado de los cuchillos largos, para vergüenza de propios y regocijo de rivales.

A los viejos dinosaurios, que clamaban por “salvar la estabilidad” y “salvar la patria” y que hablaban de sentido de Estado, en realidad les impulsaban sentimientos, viscerales e intereses partidistas y particulares. Un lodazal ideológico en el que sólo hay lucha por el poder y por privilegios, tratando de vender la traición como patriotismo. La situación se ha tornado tan kafkiana, que sólo les faltaba que alzaran la mano derecha mientras cantaban.

Unos veinte millones de españoles han quedado huérfanos políticamente, sin nadie que les represente. Una mayoría silenciosa y huérfana, que esperaba y demandaba una regeneración ética con un proyecto político solvente que liderara esos cambios institucionales de calado que el país necesita, se encuentra frustrada y sin ilusión. Mientras tanto, Mariano Rajoy, el denostado Rajoy despreciado por propios y rivales, que no se ha movido ni ha cometido error alguno, parapetado tras una pantalla de plasma, ha esperado pacientemente sentado en el quicio de la puerta hasta ver pasar el cadáver político de Pedro Sánchez.

Yo creo que este país tiene unos veinte millones de huérfanos políticos. Posiblemente, unos veinte millones de españoles que no se sienten representados por los políticos que dicen que nos representan, porque se han abstenido en las elecciones o han renegado de su voto.

Yo creo que la mayoría de los españoles aspiran a un trabajo digno; una educación de calidad para sus hijos; una sanidad que funcione bien; que se respeten derechos y libertades; una administración ágil y eficiente; una justicia independiente… Parece que es bastante razonable lo que piden. ¿No?