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Otro cabreo de Bañolas

Fernando Bañolas vuelve a tropezarse con otra, lo que le convierte en uno de los políticos con más aguante de cuantos han pisado moqueta en esta ultraperiférica nacionalidad. Sus más directos subordinados en el Servicio Canario de Salud, Guillermo Martinón y Lourdes Quesada, tanto monta, monta tanto, se la han vuelto a jugar sin que el consejero de Sanidad haya tenido la menor capacidad de reacción. Cuando publicamos en CANARIAS AHORA el pago de más de 660.000 euros en gratificaciones por productividad sin permiso del Consejo de Gobierno a una amplia lista de empleados públicos de la consejería, incluyendo secretarias, secretarias de secretarias e inspectores médicos que no pudieron ejercer como tales por estar en otros destinos, a Paulino Rivero se le pusieron los ojos como dos ruletas de casino. El presidente llamó a Bañolas, que ya tenía un cabreo supino, lo que le llevó a tratar el asunto en una reunión que precisamente ese día estaba convocada con los cargos directivos. Enseguida pidió una explicación a tamaño despropósito, y le dijeron que eso era así porque así se hacía gracias a los convenios con el Estado en materia de incapacidades laborales. Dicen los que saben de esa reunión que a mitad de la misma, seguramente por una apretura de agenda, el director del Servicio Canario de Salud se levantó y se mandó a mudar. Desconocemos si él o la señora Quesada ofrecieron alguna otra explicación medianamente convincente o si se limitaron a recordar al consejero que allí están para hacer lo que les plazca, que para eso les protegen Soria y Ruano.

Fernando Bañolas vuelve a tropezarse con otra, lo que le convierte en uno de los políticos con más aguante de cuantos han pisado moqueta en esta ultraperiférica nacionalidad. Sus más directos subordinados en el Servicio Canario de Salud, Guillermo Martinón y Lourdes Quesada, tanto monta, monta tanto, se la han vuelto a jugar sin que el consejero de Sanidad haya tenido la menor capacidad de reacción. Cuando publicamos en CANARIAS AHORA el pago de más de 660.000 euros en gratificaciones por productividad sin permiso del Consejo de Gobierno a una amplia lista de empleados públicos de la consejería, incluyendo secretarias, secretarias de secretarias e inspectores médicos que no pudieron ejercer como tales por estar en otros destinos, a Paulino Rivero se le pusieron los ojos como dos ruletas de casino. El presidente llamó a Bañolas, que ya tenía un cabreo supino, lo que le llevó a tratar el asunto en una reunión que precisamente ese día estaba convocada con los cargos directivos. Enseguida pidió una explicación a tamaño despropósito, y le dijeron que eso era así porque así se hacía gracias a los convenios con el Estado en materia de incapacidades laborales. Dicen los que saben de esa reunión que a mitad de la misma, seguramente por una apretura de agenda, el director del Servicio Canario de Salud se levantó y se mandó a mudar. Desconocemos si él o la señora Quesada ofrecieron alguna otra explicación medianamente convincente o si se limitaron a recordar al consejero que allí están para hacer lo que les plazca, que para eso les protegen Soria y Ruano.