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Un día muy constitucional

Pues sí, ha sido este martes un día muy constitucional, muy de invocar la Carta Magna española para que cada cual que la invocaba arrimara el ascua a su sardina. Pendiente de rematar la renovación de algunas plazas en el Tribunal Constitucional, con el PP metiendo prisas y el PSOE convertido ahora en el palo de la rueda, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, dedicó sus tres minutos de gloria a romperle los esquemas a su partido: él no considera que el matrimonio entre personas del mismo sexo contravenga los principios constitucionales españoles, lo que deja literalmente con el culo al aire a su propio partido, que recurrió la ley socialista en la confianza de que, puestos a lanzar la moneda al aire en medio de magistrados conservadores y magistrados progresistas, caiga del lado de las pretensiones más rancias, es decir, cara. Ha sido, de momento, el motivo de fricción gubernamental más sonado, si descontamos las posturas económicas en la cúspide entre los ministros que consideran que hay que ser prudentes en la reforma laboral para evitar la vaticinada huelga general, y los que preconizan que el déficit y los mercados están por encima de cualquier otra consideración. Gallardón se ha llevado la primera balacera de los sectores más reaccionarios del PP y su claque mediática precisamente por hacerse el progresista, su afición favorita, por lo que parece.

Pues sí, ha sido este martes un día muy constitucional, muy de invocar la Carta Magna española para que cada cual que la invocaba arrimara el ascua a su sardina. Pendiente de rematar la renovación de algunas plazas en el Tribunal Constitucional, con el PP metiendo prisas y el PSOE convertido ahora en el palo de la rueda, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, dedicó sus tres minutos de gloria a romperle los esquemas a su partido: él no considera que el matrimonio entre personas del mismo sexo contravenga los principios constitucionales españoles, lo que deja literalmente con el culo al aire a su propio partido, que recurrió la ley socialista en la confianza de que, puestos a lanzar la moneda al aire en medio de magistrados conservadores y magistrados progresistas, caiga del lado de las pretensiones más rancias, es decir, cara. Ha sido, de momento, el motivo de fricción gubernamental más sonado, si descontamos las posturas económicas en la cúspide entre los ministros que consideran que hay que ser prudentes en la reforma laboral para evitar la vaticinada huelga general, y los que preconizan que el déficit y los mercados están por encima de cualquier otra consideración. Gallardón se ha llevado la primera balacera de los sectores más reaccionarios del PP y su claque mediática precisamente por hacerse el progresista, su afición favorita, por lo que parece.