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La playa del Malecón

Acabo de regresar, una vez más, del espigón de la nueva playa, el ambicioso proyecto que lejos de separarnos nos acerca más al mar. Desde ese dique sur he contemplado la fachada de la ciudad, en medio de un paisaje que es una maravilla de color, de gracia y de finura. “Te presiento toda entera… y sé que eres tú misma, ciudad chiquita y marinera que, con histórico trazo, pareces cantar sobre la arena”. La pequeña urbe vista desde la escollera contrasta con el esmeralda más cercano y el verde gris de nuestras cumbres, coronado por el azul del cielo. Los amigos que me acompañan sucumben a tal fascinación. Esta es una obra que a los palmeros nos llena de asombro y orgullo, y a los extraños de envidia y de celos. He sentido un regocijo íntimo ante un sueño convertido en realidad. La nueva playa es una referencia rica en imágenes que nos llena gozosamente el ánimo, acelera los latidos del corazón y transforma en sonrisa el gesto desmoralizado de muchos hombres y mujeres que, en esta ciudad, han luchado por recuperar el pulso comercial y despertar la laboriosidad de nuestra gente. Esta es una obra que nos llena de deseos… Deseos de avivar el optimismo, la libre iniciativa, el espíritu de superación y la voluntad de sobrevivir a esa crisis que durante algunos años nos ha marcado, con un empobrecimiento general mal repartido que, en La Palma, hemos aceptado con mansa conformidad. 

El mar es el gran amor de esta ciudad… Un amor que he reflejado más de una vez en mis poemas: “Ensenada abierta hacia el naciente, /abrazo a la aventura que nos llama / a ese viejo mar, que duerme y brama, / y que, en sus caricias, la ama y siente”. Desde la playa de El Malecón, así me gustaría que se llamara, he tenido, al atardecer, otra visión de la ciudad… “Con la puesta de sol, se decolora / y se adormece silente en su pereza, /  junto a ese mar que con terneza, / acaricia su cuerpo a toda hora. / Ese azul que, desde el confín lejano, / llega suave a abrazarla con sus olas, / ese dios al que tímida enamora, / o quiere pudorosa como a un hermano”. Cuando llegó a mis oídos la propuesta de llamar a la nueva playa El Malecón o, …del Malecón, me apresuré a decir que compartía tal iniciativa, pues primero desde la playita de El Callao y después desde el malecón, que en parte se conserva, Santa Cruz de La Palma ha respirado aromas de sal, y “…los caracoles marinos en su eco han propagado su espíritu y su canto por el mar que baña la orilla de su cuerpo”. 

El palmero es un pueblo en continua lucha consigo mismo. Tal vez por eso, hemos vivido en un ambiente confuso de luchas intestinas, en el que no ha sido fácil ponernos de acuerdo. Discusiones que, a lo largo de la historia, han estado cargados de vulgaridad y brillantez a partes iguales. Somos muy aficionados al sabotaje de la propuesta ajena, sólo por el hecho de no haber sido nosotros los promotores. Eso es propio de uno de nuestros defectos más conocidos, el individualismo. Pero aún siendo difícil que nos pongamos de acuerdo, ahora que esta infraestructura forma parte de la realidad de los hechos, que Santa Cruz de La Palma se despierta cada día con rumores de playa en su costado, y que esa playa, además de responder a la demanda de proteger el frente marítimo de la ciudad, se ha convertido en un lugar de ocio y esparcimiento, es nuestra responsabilidad ponerle nombre.  La Playa del Malecón, me gusta. Me hizo recordar que El Malecón habanero también tiene su playa, una atracción para cubanos y turistas, creada mediante una iniciativa artística y colectiva, con motivo de los eventos colaterales de la XII Bienal de La Habana. “Malecón Playa”: una obra artificial que, como en La Palma, colma los sentimientos del pueblo. Un pueblo que sabe que su futuro está asegurado sobre el paisaje natural y urbano de la Isla. Ahora, solo falta que este pueblo recupere el secreto, la receta y los méritos de aquella vida comercial, que antaño nos ayudó a construir una clase media sencilla pero económicamente equilibrada. La obra de protección del litoral de Santa Cruz de La Palma figura entre las iniciativas importantes del país, los más de treinta millones de euros de inversión nos invitan a olvidar el derrotismo, aquello de que no podemos esperar nada de fuera. Es obligación de de nuestros representantes públicos plantar cara y exigir siempre el trato digno y el respeto al que tenemos derecho, pero siendo coherentes. Cierto que esta actuación, no soluciona la preocupante fragilidad en que se hallan otras infraestructuras pendientes, pero no por ello, debemos pararnos en el abatimiento y la pesadumbre a la que somos tan proclives. Todo llegará, si ponemos algo de nuestra parte, si confiamos en nuestro propio trabajo  para asegurarnos una vida económicamente prospera. Sólo necesitamos dos piernas para andar y la nueva playa de El Malecón es una obra, que potencialmente nos pone en el camino.

Acabo de regresar, una vez más, del espigón de la nueva playa, el ambicioso proyecto que lejos de separarnos nos acerca más al mar. Desde ese dique sur he contemplado la fachada de la ciudad, en medio de un paisaje que es una maravilla de color, de gracia y de finura. “Te presiento toda entera… y sé que eres tú misma, ciudad chiquita y marinera que, con histórico trazo, pareces cantar sobre la arena”. La pequeña urbe vista desde la escollera contrasta con el esmeralda más cercano y el verde gris de nuestras cumbres, coronado por el azul del cielo. Los amigos que me acompañan sucumben a tal fascinación. Esta es una obra que a los palmeros nos llena de asombro y orgullo, y a los extraños de envidia y de celos. He sentido un regocijo íntimo ante un sueño convertido en realidad. La nueva playa es una referencia rica en imágenes que nos llena gozosamente el ánimo, acelera los latidos del corazón y transforma en sonrisa el gesto desmoralizado de muchos hombres y mujeres que, en esta ciudad, han luchado por recuperar el pulso comercial y despertar la laboriosidad de nuestra gente. Esta es una obra que nos llena de deseos… Deseos de avivar el optimismo, la libre iniciativa, el espíritu de superación y la voluntad de sobrevivir a esa crisis que durante algunos años nos ha marcado, con un empobrecimiento general mal repartido que, en La Palma, hemos aceptado con mansa conformidad. 

El mar es el gran amor de esta ciudad… Un amor que he reflejado más de una vez en mis poemas: “Ensenada abierta hacia el naciente, /abrazo a la aventura que nos llama / a ese viejo mar, que duerme y brama, / y que, en sus caricias, la ama y siente”. Desde la playa de El Malecón, así me gustaría que se llamara, he tenido, al atardecer, otra visión de la ciudad… “Con la puesta de sol, se decolora / y se adormece silente en su pereza, /  junto a ese mar que con terneza, / acaricia su cuerpo a toda hora. / Ese azul que, desde el confín lejano, / llega suave a abrazarla con sus olas, / ese dios al que tímida enamora, / o quiere pudorosa como a un hermano”. Cuando llegó a mis oídos la propuesta de llamar a la nueva playa El Malecón o, …del Malecón, me apresuré a decir que compartía tal iniciativa, pues primero desde la playita de El Callao y después desde el malecón, que en parte se conserva, Santa Cruz de La Palma ha respirado aromas de sal, y “…los caracoles marinos en su eco han propagado su espíritu y su canto por el mar que baña la orilla de su cuerpo”.