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Sí, pero no

Es lícito que haya quien enarbole la bandera del tren como signo de la definitiva entrada de las Islas en el siglo veintiuno. Puede entenderse como contrapunto al asfalto, incluso como el invento capaz de equilibrar los estratos sociales. Un medio de transporte que ayude a lograr espacios más amables y mejor dotados para la convivencia. No a Nueva York, sí a la Arcadia feliz. Pero el lastre de la terca realidad, es una barrera insalvable. Llegado el caso de la votación siempre se inclina la balanza del lado de la ética real en detrimento de la supuesta ética empleada por el visionario. Sobre todo, porque si el pitoniso de turno se equivoca, ¿quién paga el error?

Es lícito que haya quien enarbole la bandera del tren como signo de la definitiva entrada de las Islas en el siglo veintiuno. Puede entenderse como contrapunto al asfalto, incluso como el invento capaz de equilibrar los estratos sociales. Un medio de transporte que ayude a lograr espacios más amables y mejor dotados para la convivencia. No a Nueva York, sí a la Arcadia feliz. Pero el lastre de la terca realidad, es una barrera insalvable. Llegado el caso de la votación siempre se inclina la balanza del lado de la ética real en detrimento de la supuesta ética empleada por el visionario. Sobre todo, porque si el pitoniso de turno se equivoca, ¿quién paga el error?